
La líder antichavista y el magnate republicano se necesitan para sus proyectos complementarios en Venezuela.
La figura de María Corina Machado vuelve a situarse en el centro del debate internacional, no sólo por su presencia en Oslo para la entrega de su Premio Nobel de la Paz, sino por las sinergias estratégicas que articula con el gobierno de Donald Trump.
La relación entre ambos no es un episodio aislado, sino la culminación de un largo itinerario de alianzas políticas, militares y económicas que han marcado la ruta opositora venezolana durante más de dos décadas.
En esta nueva fase, Machado opera como el puente que conecta los intereses geopolíticos y energéticos de Washington con la promesa de un reordenamiento integral del Estado venezolano en favor de Washington.
Un lazo orgánico
Su vínculo con Estados Unidos se remonta a los primeros años del siglo XXI, cuando, tras firmar el Decreto de Carmona en 2002, fue recibida en 2005 por George W. Bush prácticamente como jefa de Estado.
Aquella reunión no solo legitimó su ascenso dentro de la oposición, sino que inauguró la serie de llamados a la intervención extranjera que han caracterizado su trayectoria.
Desde entonces, María Corina ha mantenido una línea discursiva que presenta la acción militar de Washington como condición necesaria para una supuesta “transición democrática” —en la práctica, la persecución del chavismo—.
Con el retorno de Trump a la Casa Blanca, y desestimada ya la fallida estrategia del autoproclamado Juan Guaidó, esta convergencia ha alcanzado una madurez política inédita.
Machado vio en el magnate republicano a un aliado natural, especialmente tras el fracaso de la operación “La Salida”, el colapso de las guarimbas de 2014 y el ciclo de protestas de 2017, que derivaron en destrucción de infraestructura pública, ataques a clínicas y transporte, y centenares de muertos.
Desde 2024 y, con más fuerza, desde enero de 2025, esta articulación política tomó un rumbo más explícito.
En el marco de la estrategia trumpista de asociar al chavismo con el “narcoterrorismo” para justificar sus movimientos militares y de tropas en el Caribe, del traslado del portaaviones más moderno de Estados Unidos —el Gerald R. Ford— hacia el Caribe y de los ataques a embarcaciones que ya acumulan varias decenas de asesinados, es evidente que el vínculo entre Machado y Trump no es meramente ideológico sino orgánico. Se necesitan mutuamente.
Una oferta muy jugosa…
A todo ello se suma la dimensión económica de su propuesta, presentada como “la oportunidad del billón de dólares”. En foros como el Council of the Americas, Machado expone un plan de privatización integral: desde hidrocarburos hasta telecomunicaciones, pasando por la venta de hasta 30 millones de hectáreas de tierras calificadas como “no desarrolladas”.
Su oferta coloca el petróleo en el núcleo, ofertando garantías para la “seguridad energética de Estados Unidos” a costa de la soberanía petrolífera de Caracas.
Las proyecciones de redes afines a la derecha y la extrema derecha continental como Atlas Network o CEDICE hablan de una producción de 4,7 millones de barriles diarios en 15 años, con un mercado de 420 mil millones de dólares, cifras que buscan seducir al empresariado republicano —y, en general, norteamericano y europeo— y justificar un proceso acelerado de reformas constitucionales de facto.
A través de este esquema, Machado ofrece a Trump tres elementos centrales: validar nacionalmente la narrativa estadounidense de seguridad nacional, facilidades para los conglomerados estadounidenses que quieran operar en Venezuela y reconfiguración del Estado venezolano en función del repliegue hemisférico de Washington.
A cambio, exige apoyo político y militar para desarticular la estructura social del chavismo, incluso más allá del Estado, alcanzando las porosas organizaciones sociales y barriales, y adelantando incluso que esta transformación podría ejecutarse en apenas cien días.
Tanto la minería de oro, hierro y bauxita como el nearshoring completan el espectro de concesiones que Machado se compromete a entregar para consolidar una alianza cuyo trasfondo es geopolítco y se ha de enmarcar tanto en el repliegue hemisférico de Washington como en su estrategia general para expulsar a China de América Latina.
En este escenario, la controversia por su presencia en Oslo, aunque mediáticamente estridente, es apenas una pieza de un ajedrez mucho mayor. La llegada de jefes de Estado como Javier Milei o la posible asistencia de mandatarios de Ecuador, Panamá y Paraguay, así como de Edmundo González, alimentó el espectáculo político en torno al Instituto Nobel.
Las tensiones dentro del propio comité —recordando que en ediciones anteriores hubo renuncias por el uso político del premio— subrayan la degradación de su reputación y amplifican el carácter mediático de la presencia de Machado en Noruega.
Sin embargo, el verdadero eje de esta historia no está en Oslo, sino en Washington. El premio para María Corina Machado, más que un reconocimiento, funcionó —y, de hecho, sigue operando— como la antesala de un nuevo ciclo de agresiones contra Venezuela, cuyos efectos podrían escalar hacia un conflicto prolongado con implicaciones regionales.
Su alianza con Trump, sustentada en intereses energéticos, militares y empresariales, constituye hoy el núcleo de una estrategia que pretende reordenar América Latina bajo la sombra del repliegue americano. Y, para ello, son necesarios actores locales “cipayos” como María Corina Machado.












