Matrimonio Abarca-Pineda: Lujo, ostentación e impunidad
De baja estatura y músculos de gimnasio, bien arreglado siempre, con ropa de marca, gomina y pestañas rizadas, José Luis Abarca siempre estuvo lejos del tipo desaguisado y adusto habitual en las tierras de Guerrero. Con su mujer, María de los Ángeles Pineda, de gustos similares, tuvo tres hijos -«tengo dos niñas, dos mujercitas, una de 24, la otra de 17, y un jovencito de 14», se ufanaba Abarca en aquella entrevista del 29 de septiembre a Adela Micha en la que aseguró que no tenía idea de quién había dado la orden de detener y disparar a los estudiantes de Ayotzinapa.
Abarca y Pineda ya eran ricos y famosos en Iguala antes de meterse en política. Su casa ocupaba varias parcelas y contrastaba con todas las viviendas circundantes: muros altos, alambre de seguridad, cámaras de vigilancia. Dueños de una veintena de propiedades, mandaron construir hace seis años un centro comercial de cuatro hectáreas que costó 300 millones de pesos, cantidad tan elevada como de dudoso origen.
La familia de Abarca solía vender sombreros de paja; él se dedicó a la joyería de oro y la bisutería barata. La de Pineda ya cargaba con un historial de delincuencia: sus tres hermanos -Alberto, Mario y Salomón- trabajaron para el cártel de los Beltrán Leyva. Alberto y Mario murieron asesinados en 2009, el mismo año en que la Policía Federal detuvo -y después soltó sin cargos- a sus propios padres, Salomón y María Leonor, por estar relacionados con ese grupo criminal. El tercer hermano, Salomón, uno de los detenidos el 10 de octubre a raíz de los sucesos de Iguala, había cumplido condena en una cárcel de Tamaulipas.
No se explica que con semejantes antecedentes, el PRD apoyara su candidatura a alcalde en 2011, que el Estado no tomara medidas en 2013 ante las sospechas del homicidio de Hernández Cardona, que Abarca pudiera bailar tranquilo en el evento que lanzaba la campaña a alcaldesa de Pineda, tan cerca de donde asesinaban horas después a seis personas y secuestraban a 43.