Muchos agricultores dicen que las críticas por la deforestación no están justificadas y respaldan las políticas agresivas de explotación de la selva del presidente brasileño.
Al ver cómo se desataba el pánico global por los miles de incendios forestales sucedidos en la Amazonía durante la semana pasada, y luego de escuchar los llamados a boicotear los productos brasileños, Agamenon da Silva Menezes se preguntó si el mundo se había vuelto loco.
Da Silva es un líder sindical de agricultores en Novo Progresso, una comunidad ubicada en una región fuertemente deforestada al norte de Brasil, y considera que los incendios de la región son parte de la vida cotidiana. Así es como algunos agricultores limpian la tierra para ganarse la vida, y son un resultado natural de la estación seca.
“Vamos a seguir produciendo aquí en la Amazonía y vamos a seguir alimentando al mundo”, dijo Da Silva en una entrevista. “No hay necesidad de toda esta indignación”.
En Novo Progresso, como en muchas partes de Brasil, existe un fuerte apoyo a la política del presidente Jair Bolsonaro en la Amazonía, que prioriza el desarrollo económico sobre las protecciones ambientales. Estos brasileños argumentan que el fuego y la deforestación son esenciales para mantener a los pequeños agricultores y grandes ranchos que exportan carne de res y soja al mundo, y que el daño que causan a la selva tropical más grande del mundo es moderado.
Además, están indignados por lo que consideran como una actitud colonialista por parte de extraños que intentan decidir cómo es que los brasileños deben manejar su propia tierra.
El mismo Bolsonaro dijo el lunes que Brasil no aceptaría demandas para “salvar la Amazonía, como si fuéramos una colonia o tierra de nadie”. A principios de este mes, un grupo de agricultores, madereros y dueños de negocios en Novo Progresso y en otros lugares anunciaron que provocarían incendios coordinados como muestra de fuerza por parte de las industrias que rechazan la aplicación de las leyes ambientales.
Los más de 26.000 incendios forestales registrados en la Amazonía en lo que va del mes, el número más alto en una década, han desencadenado una oleada de indignación en todo el mundo. Y las críticas se han concentrado en el polémico mandatario de Brasil, Bolsonaro, quien ha prometido facilitar a las industrias el acceso a tierras protegidas.
Los incendios de la Amazonía fueron una de las principales preocupaciones de los líderes del G7 que se reunieron en Biarritz, Francia, el pasado fin de semana. Impulsados por el presidente francés, Emmanuel Macron, quien la semana pasada advirtió que “nuestra casa se está quemando”, los países del G7 se comprometieron a destinar 20 millones de dólares para ayudar a Brasil a contener los incendios. El actor Leonardo DiCaprio también anunció que Earth Alliance, una organización ambiental que él ayuda a liderar, había prometido 5 millones de dólares en fondos para proteger la Amazonía.
La agricultura ha sido durante mucho tiempo un pilar de la economía brasileña, pero las actividades agropecuarias y los incendios a menudo van de la mano. La mayoría son incendios controlados destinados a limpiar la tierra para la siembra de cultivos y el pastoreo de ganado.
Pero la deforestación ha aumentado en Brasil a medida que Bolsonaro ha disminuido la aplicación de las leyes ambientales, lo que provoca un incremento en el acaparamiento de tierras. Los expertos dicen que los incendios que este año arrasaron vastas extensiones de la región amazónica son el resultado de esas políticas.
Al ser la selva tropical más grande del mundo, la Amazonía alberga una quinta parte del suministro de agua dulce del planeta. Y sirve como un importante “sumidero de carbono”, que absorbe dióxido de carbono y ayuda a evitar que aumenten las temperaturas globales.
Eso ha ocasionado que muchos líderes mundiales y ambientalistas vean a la Amazonía como una pieza invaluable del patrimonio mundial que debe conservarse celosamente.
Pero esa afirmación molesta a muchos residentes de la Amazonía y enfurece a los políticos nacionalistas como Bolsonaro, un capitán retirado del ejército y líder de extrema derecha, quien no comparte la idea de que proteger la selva tropical sea un imperativo global.
Andre Pagliarini, un historiador brasileño, dijo que la presión internacional para conservar la selva puede ser contraproducente si aviva los temores de que las naciones más ricas quieren preservar la Amazonía con el fin de obstaculizar el crecimiento de Brasil, o para apropiarse de su riqueza. Esa opinión prevaleció cuando los gobernantes militares del país pusieron en marcha un ambicioso plan de desarrollo para la selva tropical durante los años sesenta y setenta.
“Toda esta colaboración extranjera para preservar la Amazonía puede ser bienintencionada y genuina, pero toca un tema delicado: la noción de que los extranjeros más ricos quieren reducir la autoridad de Brasil sobre la Amazonía”, dijo Pagliarini, quien dará una conferencia en el Dartmouth College el próximo otoño.
Gelson Dill, viceprefecto de Novo Progresso, tiene raíces en la zona desde la década de 1970, cuando sus familiares se encontraban entre los miles de personas que atendieron el llamado de los líderes militares para establecerse en la selva y desarrollar la tierra talando bosques.
“Tenemos que recordar que las personas que vinieron desde el sur, el noreste y el sureste, fueron traídas por el gobierno federal que les pidió que vinieran a ocupar esta región”, dijo Dill. “Luego las abandonaron y ahora quieren decir que son criminales”.
Durante las décadas de 1980 y 1990, la Amazonía comenzó a reducirse gradualmente a medida que los agricultores, mineros y madereros limpiaban franjas de tierra para cultivar, criar ganado o vender propiedades. Era una forma de ganar dinero en una región con altas tasas de desempleo, mucha pobreza y poca presencia del Estado.
“¿Cuál es el esquema? Usted se apropia de la tierra y la vende “, dijo Maurício Torres, profesor de la Universidad Federal de Pará, un estado del norte que incluye Novo Progresso. “La tierra se hace 50, 100, 200 veces más valiosa una vez que ha sido deforestada. Es un excelente negocio. Estás vendiendo terrenos públicos, cierto, así que todo es ganancia”.
Pero a medida que Brasil creó un vasto mosaico de reservas nacionales y territorios indígenas a partir de los años ochenta, se hizo más difícil apropiarse de la tierra.
Durante la década de 2000, a medida que aumentaba la deforestación, el gobierno brasileño implementó un ambicioso plan para reducir la destrucción de la selva tropical. Pero ese esfuerzo, que se basó en gran medida en agresivas operaciones policiales, ha perdido impulso en los últimos años.
Una economía frágil empujó a miles de desempleados a las profundidades selváticas. Mientras el país se sumía en una profunda recesión creció la dependencia del poderoso sector agrícola, al igual que el músculo político de ese sector en el congreso. Poco a poco, el gobierno disminuyó la presión sobre los infractores de la ley.
Muchos residentes de la Amazonía, y sus representantes en Brasilia, creen que las estrictas reglas para proteger la selva están frenando al país y a la economía local. Con sus promesas de frenar la protección del medioambiente, Bolsonaro ganó el 52 por ciento de los votos en los estados del norte que abarcan la Amazonía.
“El abandono de las personas de estas regiones los empujó a una relación de dependencia con los acaparadores de tierras y los madereros ilegales”, dijo Torres. “Terminan sirviendo como un escudo social para las organizaciones criminales locales”.
Hélio Dias, jefe de la Federación de Agricultura en Rondônia, uno de los estados más afectados por los incendios, dijo que Brasil ha designado demasiado territorio como tierras protegidas.
“Si tuviéramos que designar el 40 por ciento de la tierra para la producción y conservar el 60 por ciento, eso sería ideal para los productores”, dijo. “Eso representaría un equilibrio entre el hombre y el bosque”.
Dias dijo que este año los incendios se extendieron de manera inusual, lo que ha causado daños a las propiedades y otros problemas para los productores. Pero atribuye los incendios principalmente a la sequía, y se burló de la idea de impulsar un boicot contra los productos brasileños.
“Es completamente equivocado”, dijo y agregó que vivir en la selva es difícil. La movilidad es complicada y costosa, hay poco acceso a la atención médica y existen pocas opciones de entretenimiento. “Solo tratamos de producir para que nuestras familias puedan sobrevivir”, comentó.
Algunos residentes de las áreas afectadas por los incendios expresaron alarma. José Macedo de Silva, un ganadero cerca de Porto Velho, la capital de Rondônia, dijo que la mayoría de los incendios en su zona fueron provocados por personas involucradas en disputas de tierras.
“Estoy en contra de la deforestación ilegal, en contra de invadir las áreas de protección ambiental”, dijo, mientras se paraba junto a una parcela de su propia tierra que había sido arrasada. “Las personas que hacen eso deben ser castigadas. Brasil va a pagar el precio por nuestra incompetencia al tratar con estas personas”.
Grupos ambientalistas y activistas indígenas dicen que, desde que Bolsonaro asumió el cargo, el acaparamiento de tierras y la deforestación se han vuelto cada vez más evidentes.
Cuando un fiscal advirtió a la principal agencia ambiental federal a principios de este mes que un grupo de hombres planeaba provocar una serie de incendios a lo largo de una carretera de la Amazonía para intimidar al personal responsable del cumplimiento ambiental, los funcionarios respondieron que carecían de los recursos para detenerlo.
Da Silva, el líder agricultor en Novo Progresso, cree que Bolsonaro debería mantener el rumbo y no ceder ante la presión de los líderes europeos o las amenazas de boicotear los productos brasileños.
“No vamos a ceder el control de la Amazonía y eso es un hecho”, dijo. “Tenemos productos baratos y de buena calidad para vender. Si no quieren comprarlos se los venderemos a China y otros países”.