Nueva York fue escenario de una atípica reunión de la ONU. Me cuentan, no vi imágenes ni escuché los discursos, pero el mensaje parece claro. El presidente ruso ya no quiere saber más de seguir lanzando ataques sin resultados aparentes. Occidente no le hace prensa favorable y todo lo que se lee de Rusia es de derrota en derrota en el frente de Ucrania. Gran parte de los lectores de la media prooccidental se la cree al pie de la letra. En los hechos concretos no es tan así. Pero igual alarma que el oso ruso esté buscando sumar 300 000 reservistas para luchar en Ucrania. El éxodo es incontenible. Miles de rusos están atravesando las fronteras escapando de la guerra. El panorama por allí es desolador.
La admonición parece presagiar una escalada del mortal arsenal nuclear capaz de destruir territorios enteros. La última vez que una bomba nuclear provocó una catástrofe colectiva fue el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima, tres días después en Nagasaki. El escritor japonés Tamiki Hara salvó la vida de milagro, porque se encontraba en el baño y aunque ese detalle es lo de menos, el hecho es que la bomba arrojada por la aviación norteamericana mató a unas 210 000 personas y dejó una devastación descomunal por efecto de la radiación.
A fines del siglo XX, aunque no estalló precisamente una bomba nuclear, lo que voló por los aires fue la vieja estructura de la planta nuclear de Chernóbil en 1986, curiosamente ubicada en Ucrania. Entonces, cientos de trabajadores que vivían con sus familias cerca de la planta perdieron la vida a consecuencia de la explosión. El efecto contaminante de la radiación que viajó por los aires, mató a miles de personas que vivían en ciudades próximas y otro tanto en países limítrofes a Rusia.
Así es que el temor al uso de armamento nuclear es subyacente. No ha dejado de tensionar las relaciones de las potencias. Misiles de alto poder destructivo se estaban instalando en la Bahía de los Cochinos en Cuba en 1961. Las ojivas apuntaban a territorio estadounidense. Pero cuando un avezado equipo de la marina norteamericana llegó a Cuba y fue descubierto en su tarea para desactivar las cabezas nucleares se reavivaron las tensiones. El mundo se polarizó. Hoy, está dividido en muchos más campos de batalla, porque la guerra se extendió por Afganistán, Siria, Irak y por otros países del Medio Oriente. Por eso, cuando Putin se pone feo, el mundo tiembla. Kim Jong Un no asiste a las ONU porque no le interesa lo que digan de su autocracia y menos lo que el resto de autócratas digan de él.
Para terminar esta parte: Estados Unidos y Rusia (Reagan y Gorbachov) firmaron el pacto de desarme nuclear en 1986 en Reikiavik, un páramo en Finlandia. Escogieron una cabaña para tranquilidad de los entonces aliados –por primera vez y última en la historia- compartieron la “Perestroika” y tan buenos momentos. Rusos y norteamericanos pactaron aquella vez no proliferar las armas de destrucción masiva, ni instalarlas como amenaza en países fuera de las márgenes de la OTAN. Estados Unidos no solo vulneró los acuerdos, sino que creció su musculatura y peso nuclear ampliando su esfera de influencia en Europa. Incluido Kiev, claro está y los países que formaron el Pacto de Varsovia.
Más sorpresas atípicas
El presidente argentino Alberto Fernández centró su discurso en el tema menos importante del momento: el magnicidio contra Cristina Kirchner su vicepresidente. Un caso que a nadie le importa en la Argentina, a no ser a ellos mismos. Mientras la crisis económica está llevando a un atroz empobrecimiento de las clases medias, el tema más importante es Cristina, como diría Bolsonaro que se la tomen por el trasero.
El brasileño no dijo muchas cosas o prefirió cautela. Quizá sea la última vez que haga un viaja a EEUU en misión oficial. Las elecciones en el país programadas para el próximo 2 de octubre lo tienen visiblemente ocupado y preocupado también. Es poco probable que el líder de la extrema derecha brasileña gané las elecciones. Gustavo Petro, el flamante presidente colombiano, ya dijo y lo repitió; quiere un enfoque fresco en la lucha contra las drogas. Ese enfoque no es otro que la legalización de las drogas ante el estrepitoso fracaso de la estrategia de interdicción, hay presidentes y líderes que se suman a la tesis salvadora.
Y para cerrar, el presidente boliviano, Luis Arce, encontró espacio en un canal de la televisión rusa en Nueva York para pelearse con los grandes. Dijo que no habrá reconciliación con los EEUU ni reposición de embajadores. No dice, pero deja entrever, para el buen lector, que su Gobierno es atacado desde adentro por una supuesta de manos llenas con la DEA y agencias como USAID consideradas el demonio imperialista. No contento, el mandatario boliviano aprovechó para expresar su resentimiento con la Unión Europea intrincada en el derrocamiento de Evo en 2019.