Pankaj Mishra: “El Reino Unido es el país de Europa que más se autoengaña ideológicamente”

El País
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Mishra
Foto: Alberto Hernández/ IBERO

El escritor indio es uno de los intelectuales más provocadores y certeros de nuestros días. Afincado en Londres, mira hacia Occidente rompiendo las narrativas del consenso liberal. Ahora vuelve a la novela con una reflexión sobre el desarraigo

Pankaj Mishra (Jhansi, India, 53 años) siempre quiso ser novelista, dedicarse a escribir obras de ficción. Sin embargo, desde su aclamada Los románticos, publicada hace 22 años, este intelectual provocador y certero, capaz de resaltar las contradicciones y miserias de su país natal, pero también del Occidente que le acoge, ha volcado su esfuerzo en la crítica y el ensayo, con una sólida visión de la realidad internacional. Con La edad de la ira. Una historia del presente (Galaxia Gutenberg), ­Mishra se esforzó en comprender y explicar la rabia generacional instalada en la sociedad contemporánea, esa ola de populismo, xenofobia y racismo que ha funcionado de perfecto trampolín para demagogos y oportunistas. El libro catapultó al autor como uno de los intelectuales más provocadores y estimulantes del siglo XXI. No rehúye polémicas, como la que mantuvo con el historiador Niall Ferguson, al que acusó de ignorar convenientemente los hechos históricos que estropeaban su visión de un pasado dominado por Occidente. El autor británico acusó a Mishra de haberle llamado racista y reclamó una disculpa pública que nunca obtuvo. Mishra también le dedicó un ensayo al psicólogo clínico canadiense Jordan B. Peterson, famoso por sus ataques a la identidad de género y su defensa del orden social tradicional, Jordan B. Peterson y la mística fascista, que sacó de sus casillas al académico: “Arrogante, racista e hijo de perra”, respondió Peterson en Twitter.

El escritor indio alquila un estudio, inundado de luz, en el barrio londinense de Islington, donde trabaja rodeado de cientos de libros. Allí recibe a EL PAÍS para hablar de su nueva novela: Corre a esconderte (Galaxia Gutenberg). Narra la vida de tres hombres capaces de abandonar la miseria e ingresar en el prestigioso Instituto Tecnológico de la India. El precio del éxito será el desarraigo.

PREGUNTA. El desarraigo, una metáfora que en India o China se ha acelerado.

RESPUESTA. Así ha sido desde comienzos del siglo XIX. Creo que el desarraigo es la experiencia humana fundamental de los últimos 200 años. En China o India, la transición del campo a la ciudad se ha hecho de un modo acelerado. En la literatura del siglo XIX, esta transición se trata mucho: cómo la gente abandona su familia y su comunidad para convertirse en individuos en la gran ciudad y pasar a estar confundidos y desorientados. Pero un proceso que se produjo entonces a lo largo de décadas, en India o China ha ocurrido en 20 o 30 años.

P. Lo realmente desolador es que no hay vuelta atrás.

R. Te alejas de tus raíces y pasas a ser un desarraigado para siempre. No quedan lugares en el mundo donde puedas echar el ancla. Eso es lo que ha ocurrido con mucha de esta gente, cientos de millones de ellos que ya no tienen un lugar al que volver aunque quieran. Los lugares donde crecieron o se criaron han sido transformados radicalmente. Se han condenado a ser eternos sinhogar, al abrazar este proyecto de individualización, modernización y prosperidad.

“Vemos cómo el contrato social de la solidaridad y la compasión se ha deslegitimado y muchos se sienten sin esperanza”

P. ¿Nostalgia de un pasado que ya no existe o crítica de una esperanza falsa?

R. Hemos creído durante mucho tiempo en esta ideología del crecimiento individual, de la expansión individual. Se abrazaron a ella personas procedentes de sociedades como la India, que siempre había puesto énfasis en algún tipo de bienestar colectivo, al que había situado por encima de cualquier otra cosa. No eran sociedades que cultivaran el individualismo. Esa visión desoladora de la vida humana que desprecia el papel de la sociedad, la acción colectiva, el papel de la solidaridad o la empatía, de la compasión. Hoy vemos cómo ese contrato social ha estallado, se ha deslegitimado. Y mucha gente se siente sin esperanza. Han aspirado a ese individualismo, han llegado a esa sociedad en la que el mérito, en teoría, tenía su recompensa para descubrir que estaba manipulada en su contra, con desequilibrios estructurales e injusticias que acaban determinando su destino.

P. Y al final se buscan soluciones extremas o populistas contra ese sistema.

R. La gente siempre va a sentirse atraída por formaciones de extrema derecha, como Vox, porque siente que los partidos tradicionales ya no le representan. Se han convertido en tecnócratas, alejados de la gente corriente. Yo soy un lector habitual de EL PAÍS, y encuentro muy interesante esta campaña a la que se ha lanzado la vicepresidenta Yolanda Díaz de salir a la calle y escuchar. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? Que una figura política relevante tenga que hacer esto nos da una idea de lo desconectada que estaba la izquierda de la gente en el proceso diario de gobernanza. Hay que cerrar ese hueco. O lo acabarán llenando respuestas como Vox o Meloni [Giorgia Meloni, presidenta de Hermanos de Italia].

P. La sucesora de Boris Johnson, ha logrado incrementar la sensación de caos en el Reino Unido. Un Partido Conservador en caída libre y un país visto como el hazmerreír de la comunidad internacional.

R. Un desastre así no debería haber ocurrido en un país con tanta riqueza y talento. Creo que el destino del Reino Unido post-Brexit, bajo los mandatos de Johnson y Truss, debería ser una señal de advertencia para todos aquellos políticos de la derecha tradicional en Europa que, o han unido sus manos a los de los demagogos de la extrema derecha, o, como Isabel Díaz Ayuso, en España, amplifican su retórica. Ha quedado claro que las guerras culturales destrozan la cohesión social, y las fantasías arrogantes sobre un poder propio de la era imperial dañan la capacidad de tomar las decisiones políticas y económicas correctas en el complejo mundo de hoy.

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P. Ha sido muy crítico con el país donde vive, el Reino Unido, y su modo de hacer frente al pasado colonialista.

R. El Reino Unido es el país de Europa que más se ha engañado a sí mismo ideológicamente. Prácticamente todos los países del continente han saldado cuentas con su pasado. El caso más extremo sería el de Alemania, con la seria lección moral aprendida: Nunca Jamás. Italia quizá no sea tan clara sobre Mussolini o lo que representó, pero sigue habiendo un estigma asociado al fascismo. También España tiene un gran número de personas que recelan del pasado franquista. En el Reino Unido, sin embargo, el imperialismo se sigue contemplando como una fuerza benigna. Y mientras, en el resto del mundo —mucho del cual vivió bajo su dominio— rechaza completamente esa percepción. Por eso los británicos siguen autoalimentándose con estas fantasías patéticas del Brexit o de la Gran Bretaña Global [el nombre que dio Boris Johnson a su nueva política internacional]. Se han dicho a sí mismos que son autosuficientes y que no necesitan a la UE. Que pueden volver a forjar alianzas con países como la India o del resto de la Commonwealth (Mancomunidad de Naciones).

P. Pero el debate sí existe, aunque sea marginal.

R. La conversación la han comenzado las minorías que viven en el Reino Unido, y se enfrenta a una dura resistencia. Aquí los medios son en su mayoría muy de derechas. No tienen tiempo para la discusión. Describen estas críticas como woke [la cultura progresista que defiende causas como el ecologismo, el feminismo, la defensa de los derechos de los trans o el antirracismo].

P. Le presentan a usted como la visión de un “sur global”, capaz de ver Occidente de otro modo. ¿Qué opina de la guerra cultural tan intensa que viven Estados Unidos o Reino Unido?

R. Muchas cuestiones sociales fueron alejadas durante largo tiempo del debate público, como la desigualdad o las injusticias históricas. Muchos, en la izquierda, se orientaron hacia asuntos del liberalismo social con los que pensaron que obtendrían victorias fáciles. Y en los últimos 20-30 años ha habido una minirrevolución que ha traído consigo enormes avances en asuntos como la igualdad de género o los derechos de los gais o de los trans. Como consecuencia, un sector de la población, y también de la izquierda, se queja del mucho tiempo dedicado a esas batallas, a costa de las desigualdades económicas, o de asuntos más urgentes relacionados con las cosas de comer. Encantados con la globalización, se centraron en las cuestiones identitarias. Y ahora que ha quedado claro que la globalización no ha funcionado para mucha gente, es la extrema derecha la que les reprocha haberse dedicado a proteger a las minorías sexuales o raciales mientras el resto de la población sufría.

P. También ha tenido objeciones a esta especie de alianza inquebrantable contra Rusia y a favor de Ucrania.

R. Siempre vamos a tener una opinión diferente en esa parte del mundo, porque venimos de una experiencia histórica diferente. Si has crecido en la India, estás expuesto a una narrativa en la que el imperialismo fue una identidad siempre presente. Durante la Guerra Fría, los países que nos ayudaron no eran los del “mundo libre”. Fue la Unión Soviética. Igual que si viviste o creciste en Sudáfrica. Claro que condenamos la agresión a Ucrania. Nos parece algo cruel y malvado. Pero no nos convence esa narrativa de la alianza de la democracia contra el autoritarismo en todo el mundo. Todo es más complejo y necesitado de matices. Todos esos países están horrorizados con lo que ha hecho Putin, pero se preguntan cuál es el sentido de las sanciones. Muchos de ellos no las van a refrendar. ¿Por qué ese castigo al pueblo ruso? ¿Por qué esa rusofobia? Si las sanciones no funcionaron con países pequeños como Cuba o Corea del Norte, ¿por qué van a funcionar con un superpoder como Rusia? Seguro que acabará vendiendo su energía a otros países y financiando su guerra. Es esa crítica moralizante la que uno se ve obligado a criticar, cuando deberían dedicarse todas las energías a poner fin a la guerra cuanto antes.

P. Entonces, ¿nos cruzamos de brazos frente a todos estos líderes autoritarios que controlan más de la mitad del mundo?

R. Claro que no, pero ¿cómo combatimos contra ellos? ¿De verdad se puede plantar cara en el campo de batalla a un poder nuclear? ¿Qué clase de riesgos estamos asumiendo? Muchos advertimos ya en su momento de un escenario de amenaza nuclear, y ahora todo el mundo habla de ello. Nadie me va a superar en mis críticas a Narendra Modi [primer ministro de la India]. Llevo enfrentándome a él 20 años. ¿Se me ocurriría sugerir la idea de combatirle en el campo de batalla? ¿Tenemos que enfrentarnos a él a través de sanciones? No, absolutamente no. En la lucha contra Modi, el protagonismo corresponde a los indios. No a los extranjeros. Por eso no entiendo toda esta retórica de guerra fría, esta retórica de la democracia frente al autoritarismo, del mundo libre contra el mundo no libre. Deberíamos abandonar estas nociones agotadas, que no ayudan en absoluto en un mundo tan complejo como este en el que vivimos.