Escribo este artículo minutos después de que la COP28 haya finalmente concluido con un acuerdo que muchos países consideran histórico. Y es que, ciertamente por primera vez, un acuerdo de una Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático incluye una referencia a la necesidad de abandonar los combustibles fósiles, o más bien “transitar hacia su abandono eventual”.
Sin embargo, una parte también muy significativa de los países (y así mismo gran parte de la sociedad civil) consideran el acuerdo excesivamente tibio por la falta de compromiso firme en la reducción de emisiones, la ausencia de financiación, la referencia a los “combustibles de transición” (el gas principalmente) y especialmente, la falta de una llamada más firme a abandonar los combustibles fósiles. Esta falta de concreción y firmeza es algo esperable dada la necesidad de aprobar el texto por consenso y de satisfacer, por tanto, las demandas de todos los países.
Pero quizá esta tibieza es más llamativa en esta ocasión por la presión de la presidencia emiratí de la COP, que incluso ha llegado a afirmar que no hay evidencia científica que indique que haya que abandonar los fósiles para alcanzar el objetivo de no seperar los 1.5 ºC de calentamiento o incluso que su abandono nos llevaría de vuelta a las cavernas. Aunque esto es evidentemente falso, y de hecho Al Jaber ha afirmado posteriormente que se le había malinterpretado, el caso es que la necesidad de abandonar los fósiles tiene sus matices: no en cuanto al abandono en sí mismo, que es incuestionable, sino en cuanto al cómo y al cuándo.
El consumo de combustibles fósiles sigue aumentando
Para comprender la magnitud del cambio necesario, primero entendamos cuál es la situación actual.
En la gráfica que sigue a estos párrafos puede observarse cuánto depende el suministro energético actual de los fósiles: más de un 80 % de nuestra energía primaria viene del gas, del carbón y del petróleo.
Aunque con una tendencia decreciente en términos relativos (sobre todo para el petróleo, que se convierte cada vez más en un combustible exclusivo para el transporte y un input para la industria petroquímica), el consumo de fósiles sigue aumentando. Incluso a pesar del crecimiento de las energías renovables, más competitivas ya para la producción eléctrica.
Por tanto, el abandono de fósiles no supone sólo “acompañar” la tendencia actual, sino romperla drásticamente. Esto evidentemente requiere mucho más que palabras escritas en un “acuerdo histórico”.
También interesa, y mucho, entender que esta gran cuota de los fósiles depende mucho del contexto geográfico: mientras que Oriente Medio (donde se ha celebrado la COP) depende en un 99 % de los fósiles (para su consumo, y también en gran medida para sus ingresos), en América Latina sólo suponen un 60 % y en Europa se sitúan sobre el 70 %.
En las regiones cuyo consumo energético está creciendo más (léase Asia-Pacífico), los fósiles aportan más del 85 % de su consumo. Abandonar el carbón es más sencillo en América o Europa, pero no tanto en Asia o África.
El incremento de las renovables no basta
Aunque España casi ha abandonado el carbón (que sigue aportando un 2.6 % de la demanda), el gas aporta un 25 % y el petróleo un 42 % del consumo de energía primaria. Desde 1990, a pesar del gran aumento en la penetración de renovables, ha pasado de un 77 % fósil a un 67 %.
En este sentido, es importante recordar que el aumento de las renovables no basta para sustituir los fósiles.
Las renovables se están desplegando fundamentalmente en el sector eléctrico, pero la electricidad supone una parte relativamente pequeña (un 25 %) de nuestro consumo final. Para que las renovables realmente puedan sustituir a los combustibles fósiles es imprescindible electrificar la demanda final, y también encontrar vectores (como el hidrógeno) que permitan convertir la electricidad renovable en formas utilizables por la industria o el transporte pesado.
¿Es posible un gran cambio en poco tiempo?
Primera conclusión: el cambio que tenemos que operar en nuestros sistemas energéticos para abandonar los fósiles es enorme, y debe completarse en un período de tiempo mucho más corto que en el que hemos hecho otras transiciones energéticas. ¿Es factible este cambio (y no volver a las cavernas)? Técnicamente sí.
Como nos muestran múltiples escenarios (abajo los de la Agencia Internacional de la Energía) es posible sustituir los fósiles por alternativas como la electricidad renovable o nuclear, la biomasa y los combustibles basados en hidrógeno renovable. Todas ellas técnicamente probadas y muchas de ellas ya competitivas.
Ahora bien, esto requiere unas cuantas acciones más allá del simple deseo:
- En primer lugar, debemos recordar que no toda la reducción de emisiones va a venir de la sustitución tecnológica: una gran parte debe venir del ahorro energético, del cambio de comportamientos (incluido, por supuesto, el modelo consumista), de la circularidad, etc. Sin llevarnos a las cavernas, harán falta algunos sacrificios; beneficiosos, pero a la vez costosos.
- Para lograr estos cambios, además de la sustitución tecnológica, hacen falta políticas que los incentiven. Puede verse en la figura anterior que, si nos quedamos con las políticas actuales (el escenario STEPS), la cuota de fósiles seguirá siendo muy significativa en 2050: el petróleo y el gas seguirán consumiéndose a niveles actuales y el carbón sólo se reducirá hasta la mitad. Así, evidentemente, no llegamos a 1,5 ºC.
- En tercer lugar, necesitamos investigación para que las alternativas no resulten demasiado costosas. Actualmente el hidrógeno cuesta mucho más que el gas o el carbón al que sustituiría (en la industria, fundamentalmente). Los vehículos eléctricos todavía no son asequibles para todos, y en particular para el transporte pesado.
- Y, por último, tenemos que ser conscientes de que las necesidades de los consumidores son muy distintas. No es lo mismo abandonar los fósiles en una ciudad con transporte público electrificado y buen clima que haga competitivas a las bombas de calor que en una zona rural fría, desconectada o con baja renta.
Por tanto, la conclusión final: sí, es posible abandonar los fósiles sin perder bienestar, pero para eso hace falta mucho más que una declaración como la de Dubái.
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Hace falta mucho realismo, innovación, entender la diversidad de situaciones a las que se enfrentan los consumidores, una apuesta clara por el ahorro energético y políticas que incentiven estas actuaciones. Y esto supone tiempo y dinero. Dinero que por supuesto compensa gastar para evitar los daños que causará el cambio climático. Y un tiempo que cada vez es más escaso, pero con el que tenemos que saber jugar lo más inteligentemente posible para poder llegar con éxito a nuestro destino.
Ahora bien, esto requiere unas cuantas acciones más allá del simple deseo:
- En primer lugar, debemos recordar que no toda la reducción de emisiones va a venir de la sustitución tecnológica: una gran parte debe venir del ahorro energético, del cambio de comportamientos (incluido, por supuesto, el modelo consumista), de la circularidad, etc. Sin llevarnos a las cavernas, harán falta algunos sacrificios; beneficiosos, pero a la vez costosos.
- Para lograr estos cambios, además de la sustitución tecnológica, hacen falta políticas que los incentiven. Puede verse en la figura anterior que, si nos quedamos con las políticas actuales (el escenario STEPS), la cuota de fósiles seguirá siendo muy significativa en 2050: el petróleo y el gas seguirán consumiéndose a niveles actuales y el carbón sólo se reducirá hasta la mitad. Así, evidentemente, no llegamos a 1,5 ºC.
- En tercer lugar, necesitamos investigación para que las alternativas no resulten demasiado costosas. Actualmente el hidrógeno cuesta mucho más que el gas o el carbón al que sustituiría (en la industria, fundamentalmente). Los vehículos eléctricos todavía no son asequibles para todos, y en particular para el transporte pesado.
- Y, por último, tenemos que ser conscientes de que las necesidades de los consumidores son muy distintas. No es lo mismo abandonar los fósiles en una ciudad con transporte público electrificado y buen clima que haga competitivas a las bombas de calor que en una zona rural fría, desconectada o con baja renta.
Por tanto, la conclusión final: sí, es posible abandonar los fósiles sin perder bienestar, pero para eso hace falta mucho más que una declaración como la de Dubái.
Hace falta mucho realismo, innovación, entender la diversidad de situaciones a las que se enfrentan los consumidores, una apuesta clara por el ahorro energético y políticas que incentiven estas actuaciones. Y esto supone tiempo y dinero. Dinero que por supuesto compensa gastar para evitar los daños que causará el cambio climático. Y un tiempo que cada vez es más escaso, pero con el que tenemos que saber jugar lo más inteligentemente posible para poder llegar con éxito a nuestro destino.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation