Por qué nos fascinan los villanos
Llevamos días siguiendo la historia de El Chapo, el narcotraficante fugado de una prisión mexicana de alta seguridad. A pesar de los memes, que también los ha habido, nos repugna y al mismo tiempo nos atrae la historia de este delincuente. De hecho, si le atraparon fue porque contactó a actores y productores para venderles la idea de rodar una película sobre su vida. Picaron todos: tanto los cineastas como el traficante.
Su caso no es único: se ha escrito más sobre Al Capone que sobre Eliot Ness. El protagonista de Narcos es Pablo Escobar y no Steve Murphy. Pasa también con la ficción: Los Soprano, Breaking Bad, Dexter… Son muchas las series, películas y novelas protagonizadas por personajes de moralidad más bien cuestionable.
El misterio
Uno de los motivos por los que seguimos las historias de estos tipos desagradables es porque nos atraen las incógnitas, como apunta Guillermo Fouce, doctor en Psicología y autor de Psicología del miedo. “Un cierto grado de misterio siempre llama, y mucho, la atención”. Nos intentamos poner en su lugar y comprenderles porque “hay cosas que se nos escapan”.
En un estudio de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), el profesor de comunicación y estética Jens Kjeldgaard-Christiansen recuerda que no sabemos mucho de la historia de algunos de los mejores villanos. Desconocemos de dónde viene Anton Chigurh, de No es país para viejos, y no tenemos muy claro por qué Pennywise, de It, quiere matar a todos esos niños.
Como explica Fouce, a menudo rellenamos estos huecos con lo que nos imaginamos y con rumores (para los casos reales), y acabamos creando una mitología alrededor de este villano.
Estos personajes también suelen presentar una mayor complejidad psicológica. Por lo general, los héroes son buenos por naturaleza o por sentido del deber, mientras que el villano a menudo tiene una visión del mundo opuesta a la nuestra y ha llegado hasta esa posición tras un camino de decepciones y traiciones.
Por eso y como explica el escritor Chuck Klosterman en I Wear The Black Hat,de niños nos identificamos con el héroe (Luke Skywalker), de adolescentes pasamos al caradura con buen corazón (Han Solo), pero el que nos atrae de adultos es Darth Vader. ¿Cómo ha llegado ahí? ¿Por qué lleva ese casco? ¿De joven era de los buenos?
Además, el héroe es una figura a la que aspiramos, pero suele ser tan perfecto que nos resulta más fácil identificarnos con las dudas y con los errores del villano, que a fin de cuentas no está a la altura de lo que se esperaba de él.
Lo que no nos atrevemos a hacer
Como recordaba el crítico de cine Ty Burr en The Boston Globe, los villanos hacen lo que nosotros podríamos hacer si tuviéramos valor para hacerlo.
Por un lado, de estos personajes nos seduce su independencia, su oposición al poder y su éxito al margen de las convenciones sociales. Sobre todo cuando nos damos cuenta de que nosotros cada día hacemos cosas simplemente porque toca y para ahorrarnos una discusión o una reprimenda.
Pero Fouce va más allá. No estamos hablando solo de rebeldes e inconformistas: “Algunas de las series y películas que más funcionan son las de psicópatas y asesinos”. Y cuando las vemos, añade, nos preguntamos: “¿Y si pudiésemos hacer eso?”. Dejarse seducir por el lado oscuro es así una forma de reflexionar acerca de qué puede llevar a alguien a tales extremos y también de “canalizar un sentimiento negativo”.
¿Y yo?
Nosotros no seríamos capaces de tales cosas, ¿no? El mero hecho de que podamos empatizar con estos criminales y ponernos en su lugar demuestra que no somos psicópatas, ¿verdad? “La empatía está sobredimensionada -apunta Fouce, que sugiere que si bien no somos villanos, el papel de héroe también nos queda grande-. Los psicópatas solo son el 1% de la población y la mayoría de crímenes no los cometen psicópatas”. En “circunstancias adecuadas, mucha gente sería capaz de hacer este tipo de cosas” y por eso hay “controles sociales y canalizaciones”.
Fouce cita el experimento de Stanley Milgram: los participantes tenían que apretar un botón que provocaba una descarga eléctrica (inexistente, pero ellos no lo sabían) cada vez que otro participante (compinchado) fallaba una pregunta. A pesar de que quien recibía las descargas gritaba cada vez más, el 65% de los participantes llegaba a infligir el dolor máximo y sólo el 35% paró antes de llegar a este nivel.
El documental El juego de la muerte puso de nuevo a prueba este experimento en 2009, esta vez en forma de concurso televisivo. El 81% de los concursantes llegó al final, más que en la prueba de Milgram. Aunque hay que señalar que en este concurso había público aplaudiendo (también sin saber que era todo un montaje).
Fouce nos recuerda que “la mayoría de situaciones son de obediencia”, de un modo u otro, y que en estos experimentos “no hay coacción”. No se está amenazando a nadie para que aplique esas descargas eléctricas.
Repulsión
Así pues, los villanos nos ayudan a enfrentarnos a nuestro lado más siniestro de forma segura y controlada, ya sea leyendo las noticias sobre El Chapo o documentales como The Jinx. Y por eso Sherlock Holmes necesita a James Moriarty, a Batman le hace falta un buen Joker y el Doctor Who se crece con Missy. Son sus antítesis, lo que podrían haber sido en otras circunstancias.
Pero como recuerda Kjeldgaard-Christiansen, también sentimos repulsión hacia estas personas. Hacen lo que no nos atrevemos a hacer, de acuerdo, pero también lo que no queremos hacer, lo que nos resulta desagradable y, por supuesto, odioso. En la ficción, esta repulsión moral se corresponde a menudo con un aspecto físico repugnante, como en el ejemplo de Leatherface, de La matanza de Texas.
Eso sí, muy a menudo los villanos se humanizan y se acercan al espectador, como apunta Fouce: “Si se hace eso, no hay repulsión, sino llamada”. En la ficción, a menudo “se nos presenta al malo al menos tan atractivo como el bueno”. Y eso cuando el protagonista no es directamente un delincuente, como en Los Soprano.
Realidad y ficción
En todo el texto estamos mezclando ejemplos de realidad y de ficción. Y es que al final no hay tanta diferencia, según Fouce: “Las noticias son inmediatas y en seguida nos llega mucha información”, que a menudo se construye con elementos propios de la ficción. Al final, lo que se cuentan son historias.
Las diferencias en las formas de presentar estas narraciones son más graduales de lo que nos puede parecer. Podemos leer un reportaje sobre Whitey Bulger, líder de la mafia irlandesa de Boston. O ver Black Mass, una película basada en el personaje. O The Departed, una ficción en la que el mafioso interpretado por Jack Nicholson estaba inspirado en Bulger.
De hecho, un estudio de la doctora en psicología Maja Krakowiak para la Universidad de Colorado explica que juzgamos a los personajes ficticios por sus hechos e intenciones del mismo modo que lo haríamos en la vida real.
Pero, por supuesto, conocemos la diferencia: según este mismo estudio, somos más comprensivos con los villanos de ficción que con los reales. El Chapo nos parece un tipo repugnante, pero somos bastante más permisivos con Walter White, a pesar de que, en el fondo, los dos se dedican al mismo negocio. Los participantes del estudio tenían claro que lo que hacía el protagonista deBreaking Bad no estaba bien, pero usaban justificaciones (lo hace por su familia, por ejemplo) que no nos parecerían suficientes en casos reales. Nos damos permiso para disfrutar con los crímenes si son ficticios.
Mitificación
De todas formas, esta fascinación puede acabar propiciando que los delincuentes reales cobren una imagen positiva (o casi). El Telegraph citabarecientemente a un jefe de policía británico, que recordaba cómo el cine y la televisión presentan a menudo el crimen organizado “como algo divertido, que llevan a cabo personajes carismáticos y tipos descarados”. Por no hablar de la polémica suscitada por la entrevista de Sean Penn a El Chapo, que el periodista Raymundo Riva Palacio considera “apología del narcotráfico y en particular de Joaquín Guzmán”.
Y eso a pesar de que, como apunta Fouce, los villanos suelen acabar mal. El Chapo ya está en la cárcel de nuevo, por ejemplo. Esto queda aún más claro en la ficción, en una estrategia que no solo es reconfortante a nivel individual, sino que también es una forma “de reforzar la imagen social que se pretende ofrecer”. Esta bien que nos asomemos de vez en cuando a la mente de estos tipos tenebrosos, pero también ha de quedar claro que el crimen no compensa. Hay que respetar las normas y, sobre todo, a los demás.
Pero esto no siempre ocurre. Algunos villanos reales disfrutan de retiros dorados y unos cuantos malos ficticios acaban más o menos bien. Lo vemos, por ejemplo, con los narcocorridos, como recuerda también Fouce. En sus letras se ensalza al narcotraficante y se elogia su modo de vida. Incluso cuando acaba muerto, se trata de un final, en cierto modo, feliz, ya que ha alcanzado la gloria. Casi como un héroe clásico.