Quien perdió fue el Reino Unido
Habrá quien diga que casi un once por ciento es una victoria contundente. «Contundente»… ¿comparada con qué?
Habrá quien diga que casi un once por ciento es una victoria contundente. «Contundente»… ¿comparada con qué?
ME pasé el sábado 17 de noviembre de 2007 deambulando -desorientado- por el edificio de Holyrood que alberga el Parlamento escocés. Un edificio diseñado por un arquitecto español, Enric Miralles, en el que los pasillos daban a distribuidores llenos de puertas sin ninguna indicación de a dónde llevaba el corredor que había detrás de cada una de esas cancelas. Así que en todos esos vestíbulos había un ujier para indicarte por dónde proceder hacia tu destino deseado. Los españoles y británicos que allí nos reuníamos teníamos que recurrir a ellos una y otra vez. ¿No sería más barato sustituir el funcionario por un simple rótulo? El nuevo socialismo nacionalista en el laberinto escocés, pensé.
Escocia ha sido siempre una región fecunda para el laborismo y poco propicia para el Partido Conservador. Así que los laboristas intentaron siempre mantener esta base electoral. Con esas intenciones Tony Blair tuvo la ocurrencia de poner en marcha en 1997 el proceso de «devolución». La idea era casi ingeniosa: Un Parlamento escocés conformado por cuatro partidos, tres de ellos de ámbito nacional, sería un seguro freno al independentismo. El resultado de tan grande estrategia está a la vista: los independentistas que ayer perdían el referendo tienen mayoría absoluta en el parlamento de Holyrood. Y los laboristas han visto cómo desde sus filas han ido desertando votantes en favor de los independentistas.
Una de las tragedias que ha supuesto el Parlamento escocés para la política nacional británica es que de los cuatro partidos que había allí, tres -laboristas, liberales y conservadores- veían cómo todas sus grandes figuras aspiraban a hacer carrera en Westminster mientras que en Edimburgo se quedaban los que no valían para gran cosa. Un escocés que quisiera llegar a ministro, por ejemplo de Asuntos Exteriores, debía escoger entre aspirar a ser canciller de un país paria como Escocia o a sentarse como miembro permanente con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU en representación del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Los que valían, lo tenían claro. Y la prueba del algodón la ofreció el líder laborista Ed Milliband cuando en diciembre de 2011 se elegía a un nuevo líder del Laborismo escocés. Una reportera de televisión le preguntó los nombres de los candidatos a dirigir su partido en Escocia y Milliband ni se les conocía. En cambio, los nacionalistas de Salmond guardaban a su flor y nata en casa. Con lo que en el debate local el independentismo tenía la victoria dialéctica asegurada.
Habrá quien diga que casi un once por ciento de diferencia a favor del «no» es una victoria contundente. «Contundente»… ¿comparada con qué? Cuando el frívolo David Cameron puso en marcha este proceso hace dos años la diferencia a favor del «no» era de unos 30 puntos. Creía que podía ganar la guerra sin librar batalla. Y ha dejado a Salmond -unánimemente reconocido como el más brillante orador de la política británica- hacer una campaña a su medida. Una campaña en la que el «sí» estuvo motivado desde el primer minuto porque tenía una causa que veía al alcance de la mano. Y el «no» creía que no era necesario entrar en pelea. Solo al final, e incluso pidiendo ayuda desde las embajadas británicas a miembros de Gobiernos extranjeros para que hiciesen declaraciones ad-hoc a la BBC, ha logrado Cameron salir del embrollo en el que él solito se metió. Y estuvo a punto de enfangarnos a todos los europeos. Como dicen los analistas más castizos «…pa’ habernos matao».