Trump quiere, pero no puede, dividir a Rusia de China

Diario Red
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china y Rusia, aliados
Foto: EFE/EPA/Maxim Shipenkov

“Lo único que nunca quieres que suceda es que Rusia y China se unan. Voy a tener que desunirlos y creo que puedo hacerlo”. Así de contundente se mostró Donald Trump en una entrevista concedida a Fox News durante la campaña presidencial en octubre de 2024. Aunque pudiera parecer una más de sus grandilocuentes declaraciones, otros altos funcionarios de la administración republicana han esgrimido el mismo objetivo.

Marco Rubio, secretario de Estado, declaró en febrero de 2025 que “no es un buen resultado para Estados Unidos” que Rusia sea “permanentemente un socio menor de China” y advirtió que ambos unidos “pueden proyectar poder globalmente” ya que son “países grandes y poderosos con arsenales nucleares y grandes ejércitos”. Si bien Rubio sostiene que enemistar a Rusia y China tampoco sería beneficioso para Washington –algo que, de todos modos, es imposible actualmente–, sí dejó entrever que su estrategia pasará por debilitar una relación que se ha afianzado desde que Moscú inició la invasión a gran escala de Ucrania.

Más recientemente, Trump volvió a sacar a la palestra la relación chino-rusa. Criticó a la administración demócrata de Barack Obama por empujar a las dos potencias “a una unión que nunca iba a suceder” y mencionó que “lo primero que uno aprende” estudiando la historia es que no es recomendable “que China y Rusia se unan”. Es en este punto donde surgen varias preguntas: ¿por qué Estados Unidos quiere dividir a China y Rusia? ¿Cómo pretende hacerlo? Y, más importante aún, ¿podrá materializar este objetivo?

Para responder a la primera cuestión hay que tener en cuenta el contexto. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto todo un terremoto en la política internacional, debilitando aún más el “orden liberal basado en reglas” que ha guiado la acción exterior estadounidense en las últimas décadas y que ya mostraba claros signos de deterioro. La administración republicana percibe que este sistema ya no le es beneficioso y busca reducir la sobreextensión de su poder hegemónico para evitar una pérdida definitiva de su liderazgo en el mundo. En este sentido, además de abandonar escenarios “secundarios” –como Ucrania–, también apuesta por encontrar un equilibrio de poder en el exterior que impida que ningún actor –o conjunto de actores– sea demasiado poderoso.

Por tanto, Washington considera que, de seguir consolidándose, el entente formado entre Rusia y China, al que denomina como “bloque contrahegemónico”, tendrá una mayor capacidad para socavar la presencia global que aún mantiene. Algo similar ocurrió durante la administración Nixon (1969-1974), cuando el viaje secreto de Henry Kissinger a Pekín en 1971 permitió a Estados Unidos establecer relaciones con la República Popular de China un año después, consiguiendo así aislar y contener a la Unión Soviética.

La segunda pregunta se puede abordar centrándonos en un frente en concreto: Ucrania. La administración Trump quiere socavar la relación chino-rusa reduciendo las tensiones con Moscú –o incluso mejorando los vínculos– a través de las negociaciones de paz que se iniciaron en febrero para concluir la guerra ruso-ucraniana. Es decir, Kiev es para Washington una moneda de cambio.

Con este objetivo en mente, es previsible que el equipo designado por el presidente estadounidense conceda varias de las principales demandas que Vladimir Putin ha mantenido desde el inicio del conflicto. Si bien todavía no se han definido con exactitud, todo apunta a que Estados Unidos permitirá a Moscú mantener el control territorial de las zonas que ha conquistado en Ucrania y bloqueará la adhesión de Kiev a la OTAN.

A cambio, Estados Unidos también quiere concesiones. Principalmente que Rusia no cuestione los intereses norteamericanos en Europa y en Ucrania –con respecto al expolio de los recursos naturales ucranianos, por ejemplo–, pero también que reduzca su alineamiento con China. En este sentido, según reportes publicados por el medio The Wall Street Journal, Moscú está dispuesto a “limitar la participación [china] en proyectos de infraestructura que fortalecerían las capacidades estratégicas de China” y “poner fin a la cooperación con China en cuestiones tecnológicas y militares sensibles”.

El divorcio chino-ruso: ¿es posible?

La última incógnita probablemente sea la más difícil de analizar, ya que es difícil predecir el futuro. En la década de 1950 parecía poco probable que la Unión Soviética y China, bajo el liderazgo de Iósif Stalin y Mao Zedong respectivamente, se distanciaran, pero finalmente la relación de amistad acabó convirtiéndose en intensa enemistad. No obstante, lo que sí parece más claro es que, en el contexto actual, la división o ruptura total es inviable. Hay varios motivos que explican esta afirmación.

En primer lugar, Vladimir Putin y Xi Jinping desconfían enormemente de Estados Unidos. Tanto Rusia como China llevan sufriendo sanciones, presiones o amenazas –justificadas o no– por parte de Washington desde hace años y ambos líderes tienen presente que esta dinámica se mantendrá en el futuro. ¿Por qué dividirse y acercarse a un país que te considera como un adversario o como una amenaza “contrahegemónica”?

Esto se agudiza teniendo en cuenta que Trump solo podrá permanecer en la presidencia un mandato más debido al límite constitucional. Si bien su doctrina de política exterior –el trumpismo o América Primero– permanecerá en el ideario colectivo y político de Estados Unidos, no está claro que una futura administración –republicana o demócrata– rompa la coexistencia con Rusia –o con China, según el caso– y vuelva a aplicar una política de máxima presión.

En segundo lugar, Rusia y China comparten, en líneas generales, una visión similar sobre cómo debe ser el sistema internacional. De hecho, en febrero de 2022, poco antes del inicio de la invasión de Ucrania, los dos mandatarios firmaron un memorándum en el que afirmaban que las “relaciones interestatales ruso-chinas son superiores a las alianzas político-militares de la era de la Guerra Fría” y que apuestan por “implementar el verdadero multilateralismo […] mantener el equilibrio de poder internacional y regional y mejorar la gobernanza global”. En otras palabras: ambos líderes quieren reducir la influencia estadounidense en sus respectivas áreas de influencia.

En tercer lugar, las relaciones comerciales se han estrechado tanto en los últimos años que es muy difícil revertir esa tendencia. Rusia es el mayor suministrador de petróleo de China y su segunda mayor fuente de gas natural, mientras que Pekín es, con gran diferencia, el principal socio comercial de Moscú tanto en exportaciones como en importaciones. En 2023, los intercambios bilaterales alcanzaron los 237.000 millones de dólares, una cifra que no ha parado de crecer desde 2015, cuando se situó únicamente en los 60.000 millones de dólares.

En definitiva, la ruptura total de las relaciones entre China y Rusia es imposible en el contexto global actual. El objetivo del Kremlin en las negociaciones con Estados Unidos es adoptar una postura pragmática para obtener las máximas concesiones posibles respecto a Ucrania. Pero Vladimir Putin, que lleva en el poder muchos años, sabe que Pekín es un socio estratégico clave; lo mismo piensa Xi Jinping de Moscú.


"Es posible que las mentiras sirvan para engañar a alguien en determinado momento; pero también sirven, sobre todo, para revelar una verdad indiscutible: la debilidad de quienes ocultan la verdad"

Tom Wolfe (periodista norteamericano)
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