Trump y Kim Jong-un se juegan la paz nuclear a cara o cruz

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Foto: Getty Images

A la historia le gusta sentarse a un lado del tablero. Mirar a los contendientes y ver cómo fracasan o vencen. Donald Trump y Kim Jong-un han decidido aceptar el reto y, rompiendo las reglas, entablar un cara a cara que les sitúa en el filo de la navaja. Ambos tienen tanto que perder como ganar. No es solo que el Líder Supremo se juegue su supervivencia y el presidente de EE UU un ridículo cósmico, sino que un fracaso reabriría la espita de un conflicto nuclear, pero esta vez sin red diplomática.

El juego es a cara o cruz. De la cumbre nuclear saldrá el pacto o la derrota. Pocos expertos creen que quepan otros caminos. “El fracaso no es opción. Trump no puede legitimar el régimen sin obtener la desnuclearización. Si falla, sería una pésima señal, y no olvidemos que Irán está mirando de cerca lo que pasa”, afirma Jonathan Schanzer, vicepresidente del think tank Fundación para la Defensa de las Democracias.

Para asegurar que nada se tuerza, la Casa Blanca ha marcado un camino unívoco. No bajará la guardia y mantendrá “la máxima presión”. Las sanciones, las maniobras militares y el cerco internacional seguirán apretando el cuello de la paupérrima Corea del Norte hasta lograr un acuerdo. “No vamos a cometer los errores del pasado. Hemos revisado lo que se hizo en anteriores negociaciones y todas condujeron a una distensión; se hacían concesiones a cambio de mantener el diálogo. Pero esta vez el presidente tiene claro que no dará ninguna recompensa a Kim Jong-un”, señala un portavoz de la Casa Blanca.

Este cerco, al que ha ayudado China, es posiblemente el causante del viraje del Líder Supremo, pero también le ha abierto margen para legitimar su régimen. Kim es un apestado de la escena internacional que, después de tensar el arco nuclear, ha conseguido que una delirante tiranía comunista hereditaria, acusada de atroces crímenes y embarcada en una vertiginosa carrera armamentística, se siente en condiciones de igualdad con la democracia más poderosa del mundo. Para lograrlo, ha ofrecido la desnuclearización. Algo que sabe que va a ser bien acogido. EE UU, bajo la égida de Trump, no pide avances democráticos y se da por satisfecho con la retirada del armamento nuclear. Y a China le basta con asegurar la continuidad de una dictadura que actúa de glacis de seguridad frente a Corea del Sur y las tropas americanas.

Ese es el cuadrante ideal de esta negociación. Pero la realidad no suele hallarse a gusto con la geometría. “Si Trump no siente que tiene lo que quiere, se corre el riesgo de que dé marcha atrás, considere muerta la vía diplomática y se lance a la acción”, afirma Jenny Town, del Instituto EE UU-Corea en la Universidad Johns Hopkins. “Este acto de diplomacia tan desconcertante puede acercarnos también a la guerra. Si las negociaciones fallan en la cumbre, las partes se quedarán sin el recurso de la diplomacia”, ha escrito en The New York Times el experto Victor Cha.

Esta sombra de fracaso, con su amenaza de choque nuclear, se acrecienta por la propia personalidad de los líderes. Kim es letal y no se le conoce capacidad de diálogo. Hijo y nieto de tiranos, mantiene a su país en una cueva oscura, mientras él se deja adorar bajo una escenografía kitsch. Trump, aparte de su experiencia empresarial, nunca ha llevado antes una negociación de este tipo. Impredecible e instintivo, sus reacciones pueden tanto ayudar como hundir cualquier esfuerzo.

“Yo creo que el acuerdo es posible. Corea del Norte nunca ha vivido una presión como la de ahora ni ha negociado con alguien tan impredecible como Trump. Eso hasta puede ser una ventaja. Pero hay que ser conscientes de lo que ocurrió otras veces: los norcoreanos decían una cosa y luego hacían otra”, señala el experto Schanzer.

La desconfianza hacia Pyongyang no ha dejado de aumentar desde que la noche del jueves se anunció la reunión. Sin fecha ni lugar concretados para la cita, los expertos alertan de que Trump ha ocupado el espacio de sus diplomáticos y ha tomado el liderazgo de una negociación insólita, mientras que su rival norcoreano no ha hablado en público. Todo lo que se sabe procede del relato de emisarios surcoreanos que cenaron con el tirano. Y ni siquiera hay acuerdo sobre qué entiende Pyongyang al referirse a desnuclearización.

Las diferencias son muchas y la velocidad alta. La reunión puede acabar con un choque de trenes o un nuevo orden coreano. Pero difícilmente habrá salidas intermedias. Solo cabe ganar o perder.

Apoyo de la ONU y Europa

La ONU, la UE y las principales capitales europeas saludaron la futura reunión entre el presidente de EEUU, Donald Trump, y el tirano norcoreano, Kim Jong-un. El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, celebró a través de su portavoz “el liderazgo y visión de todas las partes”. La UE consideró el paso “positivo” y la canciller alemana, Angela Merkel, habló de un “destello de luz”.

Más prosaico, en Estados Unidos, el vicepresidente Mike Pence recordó que la Casa Blanca no había hecho ninguna concesión para lograr este cara a cara y atribuyó todo el mérito al presidente, Donald Trump, y su estrategia de cerco. “Hemos aumentado constantemente la presión al régimen de Kim. Nuestra política es firme: todas las sanciones siguen estando en pie y mantendremos la presión hasta que Corea del Norte dé pasos concretos, permanentes y verificables”, señaló Pence en un comunicado.