Turquía: el fracaso del golpe de Estado no significa el triunfo de la democracia

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Foto: Getty Images

En términos de golpes de Estado, lo que ocurrió en Turquía fue una muestra de ineptitud: no hubo ningún intento serio de capturar o amordazar a un líder político, no había nadie preparado para tomar el poder, no hubo una estrategia de comunicación (ni siquiera un conocimiento de los medios de comunicación) y ninguna capacidad de movilizar una masa crítica dentro de las fuerzas armadas o de la sociedad.

Solo un pelotón de soldados desafortunados en un puente de Estambul y el ataque, al parecer nada coordinado, de unos cuantos edificios de gobierno en Ankara. Bastó que el presidente Recep Tayyip Erdogan convocara a sus seguidores a salir a las calles a través del FaceTime de su teléfono para que la insurrección fracasara.

Erdogan será el más beneficiado por la conmoción pues la aprovechará para afianzar el autoritarismo islámico en Turquía, pero esto no significa que haya orquestado el golpe. El ejército turco sigue aislado de la sociedad. Es muy probable que un grupo de oficiales creyera que una sociedad polarizada y descontenta se levantaría a la primera señal. Estaban equivocados y ese error ha costado más de 260 vidas.

Pero en la Turquía de Erdogan, el misterio y la inestabilidad se han convertido en moneda oficial. No sorprende que existan miles de teorías sobre conspiraciones. Desde un revés electoral en 2015, el presidente ha liderado una Turquía cada vez más violenta.

Esta peligrosa sacudida le ha permitido recuperarse para su segunda elección en noviembre y presentarse como el ungido que detuvo la violencia. El intento de Erdogan de adjudicarle el golpe fallido, sin ninguna prueba, a Fethullah Gulen (un clérigo musulmán y antiguo aliado que vive en Pensilvania, Estados Unidos) forma parte de un patrón de intrigas y ocultamientos.

A través de la neblina que rodea a Erdogan puede vislumbrarse lo siguiente: más de 35 años después del último golpe y casi 20 años después de la intervención militar de 1997, los turcos no quieren volver a la alternación entre gobiernos militares y civiles que marcó al país entre 1960 y 1980. Por el contrario, aprecian sus instituciones democráticas y el orden constitucional.

El ejército, pilar del régimen secular de Kemal Atatürk, es más débil. Todos los partidos políticos importantes condenaron el intento de golpe de Estado. Por más que aumente el descontento contra el presidente, los turcos no tienen la intención de retroceder.

El éxito del golpe hubiera tenido consecuencias desastrosas. Erdogan cuenta con un apoyo masivo en la zona central de Anatolia, en particular entre los conservadores religiosos. En todo el país, las mezquitas mantuvieron sus luces encendidas durante la noche mientras los imanes hacían eco a la convocatoria del presidente para que las personas salieran a las calles.

No cabe duda de que cualquier administración con control militar habría enfrentado a los insurgentes islamistas con otros, al estilo de Siria. El efecto en las instituciones democráticas que quedan en el Medio Oriente y en el Estado de derecho habría sido devastador.

Es natural que el presidente Obama y el secretario de Estado John Kerry hayan declarado que “todos los partidos de Turquía deben apoyar al gobierno democrático electo, actuar con moderación y evitar cualquier expresión de violencia y derramamiento de sangre”.

Sin embargo, la palabra “moderación” no está incluida en el vocabulario de Erdogan. Como me dijo Philip Gordon, quien trabajó como asistente especial de Obama para asuntos de Medio Oriente: “Más que aprovechar esta situación para sanar las divisiones, es posible que Erdogan haga lo contrario: atacar a sus adversarios, restringir aún más la libertad de prensa y de otro tipo y acumular más poder”. En cuestión de horas había detenido a más de 2800 militares y retirado del cargo a 2745 jueces.

Es posible que por un tiempo largo se impongan medidas enérgicas sobre los llamados gulenistas, y los kemalistas(quienes apoyan el antiguo orden secular). La sociedad, ya fragmentada, sufrirá más fisuras. La Turquía secular no olvidará el clamor de Allahu akbarcoreado desde algunas mezquitas y entre las multitudes en las calles.

Puede ser que Erdogan tome medidas para impulsar una reforma a la constitución por referendo e intente crear una presidencia con mayores facultades. Ahora cuenta con fundamentos para argumentar que ese tipo de medidas son necesarias para mantener a raya a sus enemigos.

“Es posible que en Turquía la democracia haya triunfado solo para ser estrangulada a un ritmo más lento”, comentó Jonathan Eyal, director internacional del Britain’s Royal United Services Institute. No hay duda de que las capitales occidentales expresaron su apoyo a Erdogan a regañadientes.

Para el gobierno de Estados Unidos esta es una situación que ilustra muy bien los dilemas de Medio Oriente. Cuando el general egipcio Abdel Fattah el Sisi encabezó un golpe hace tres años contra el presidente electo democráticamente, Mohamed Morsi, Obama no apoyó al gobierno democrático como lo ha hecho ahora con Turquía, e incluso evitó emplear la palabra “golpe” en Egipto. En realidad, Obama apoyó a los generales en nombre del orden.

Es cierto que Morsi era muy impopular y el golpe contó con un apoyo impresionante. Para cuando Obama intervino, el golpe ya era un hecho. En Medio Oriente los principios valen poco. Muchas veces la política consiste en elegir la opción menos mala.

En esta ocasión también ganó el mal menor: la permanencia de Erdogan en el poder. Pero esto no significa que no pasará algo mucho peor en el futuro. Que el golpe haya fracasado no significa que ganó la democracia.

Es posible que ahora este irritable autócrata implemente sus peores acciones en contra de Turquía, y Estados Unidos y sus aliados no podrán hacer mucho para impedirlo.