Un superministro a tiempo completo en una Argentina que al parecer no leyó a tiempo el resultado de las experiencias superministeriales bolivianas. Si fracasa, fracasará el Gobierno.
Los superministros de Gonzalo Sánchez de Lozada no son recordados en Bolivia con cariño. Naufragaron, dejando naufragar las empresas públicas son otra oportunidad de salvataje, fueron vendidas a grupos en otros países. Ahora que saltan las negociaciones por la Capitalización de las empresas del Estado, el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) entre ellas, el común boliviano frunce el entrecejo. Bufetes de abogados y técnicos especializados acabaron ganando millonarias sumas en esas operaciones.
Los superministros tenían superpoderes especiales para nombrar y seleccionar a la gente que manejó ese proceso. En general, los superministros generan sospechas en el equipo de colaboradores del presidente, porque parecería que son quienes manejan por encima de ciertos interés cuestiones secretas. Se convierten a la vista del resto en un clan privilegiado.
Esa experiencia que ocurre cuando el país está en crisis, acaba de ser puesta en agenda por la administración del Gobierno argentino.
El presidente Alberto Fernández, acorralado por la crisis que ha puesto al país al borde de la quiebra ha nombrado a Sergio Massa ministro de Economía que absorbe Producción y Agricultura. Ocurre en el frente caótico cuando la exministra de Economía Silvina Batakis, se encontraba de retorno luego de una fugaz visita a Washington, Estados Unidos, donde se reunió el lunes con Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, en búsqueda de margen en cuestiones clave como la disparada del dólar, la caída de reservas, la emisión monetaria y el desequilibrio fiscal. La meta más ambiciosa de Batakis era lograr señales de respaldo del Fondo Monetario y del Tesoro de Estados Unidos.
Es decir, la misión argentina ante el FMI parece nuevamente caer en saco roto, pero esta vez articulada con una maniobra que nadie sabe a ciencia cierta si causará efecto contrario. Hasta ayer Massa era presidente de la Cámara de Diputados de una de las fracciones que sustentan la coalición peronista oficialista. Un superministro por lo general exige y debe ser un nombre de mucha confianza del presidente; en el caso de Fernández abrumado por una vicepresidenta impositiva y delirante.
Massa planteó –para aceptar el cargo- una nueva estructura con el control total de la economía, arriesgada maniobra sustentada en los pergaminos del superministro. Massa de 50 años asume con excelentes credenciales en gestión pública y buenos vínculos en Wall Street, lo que en la Argentina no dice mucho o al menos aparentemente por sus fidelidades ideológicas.
Massa es un político con claras aspiraciones presidenciales, lo que lo diferencia de los superministros de Sánchez de Lozada que no tenían carisma para volar más alto. Por eso, quienes siguen la realidad argentina opinan que este se jugará la vida. Si sobrevive tendrá una oportunidad de oro como candidato en 2023. El superministro tendrá que desdoblarse porque incluso para los más optimistas, el cargo no le dará respiro ni a volcar la cabeza.
Un superministro a tiempo completo en una Argentina que al parecer no leyó a tiempo el resultado de las experiencias superministeriales bolivianas. Si fracasa, fracasará el Gobierno y fracasarán sus aspiraciones presidenciales.