Aborto, basura, los Peralta, Vega y Yawar Mallku

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Todos los días en el centro de La Paz se juntan grupos para protestar por algo. Choferes, gremiales, rentistas, trabajadores del servicio municipal de limpieza, los de salud y educación a los que ahora se han sumado activistas de derechos humanos, género, homofóbicos y los antiaborto. La gente no entiende muy bien a estos últimos. Con el resto todos creen haberse acostumbrado. Desde que se recuperó la democracia en Bolivia se ha perfeccionado el método de la protesta; se organizan marchas que llegan de otros puntos cardinales para confluir en La Paz. Han logrado lo que los bloqueos en la calle no consiguieron: apoyo y solidaridad.

Alguien sugirió que La Paz debía tener un marchodromo, como Santa Cruz tiene su cambodromo, moción rechazada con más demostraciones de fuerza en las calles. Los asalariados se parecen entre sí porque exigen el incremento a sus diezmadas rentas.  En cambio, las manifestaciones de las corrientes de género o de los grupos antiaborto tratan de llamar la atención a otro nivel. Promueven espacios de protesta visual: pintan las paredes, construyen murales y agotan su tiempo mostrando pancartas coloridas en las plazas.

Ahora que se discute en la Asamblea Legislativa modificaciones al Código Penal para legalizar el aborto, los antiaborto han salido a las calles. “Por amor o por violencia déjame nacer”, dicen tratando de ocupar un espacio invisible. Habla un épsilon como en un Mundo Feliz de Andrex Huxley. Los manifestantes ahogan su voz para mover la conciencia de la gente. “El aborto no es legal es mortal”, remachan. Los que están a favor del aborto los llaman “patéticos”. Dicen que “la mujer vivirá un calvario mirando al hijo que nació víctima de una violación”.

La discusión ha ocupado la plaza mientras los legisladores que promueven la ley están impacientes por aprobarla. Hay quienes creen que se trata de una falsa discusión para tapar otros temas. Sea cual fuera el motivo de alguna manera los manifestantes están todos metidos en el mismo saco.

Hace algunos meses leí un reportaje en la Rolling Stone, versión argentina, sobre el drama que viven clanes integrados por varios miembros de la misma familia que se juntan para recolectar basura como medio de subsistencia.  Abuelos, padres, hijos, hermanos se organizan para poner a andar el motor de la economía familiar en base a la miseria. La historia contaba la tragedia de los Peralta que en el afán diario de recolectar basura pierden a dos de sus hijos menores de edad triturados en medio de los escombros. La búsqueda de chicos Peralta resulta por horas infructuosa hasta el doloroso hallazgo.

Recordando la imagen de los Peralta, se me viene a la cabeza una pregunta sobre el aborto. ¿Era mejor que los hijos menores de la familia no hubieran  venido al mundo con tales condiciones de pobreza?; otro caso me refresca la memoria: la película de Jorge Sanjinez,  Yawar Mallku. Estrenada en 1969 narra el drama de una familia de campesinos bolivianos y de las mujeres de la comunidad que son sometidas a un cruel castigo de sometimiento al imponerles la esterilización con autorización oficial.

Quien podría olvidarse de esa película que en la época movió la conciencia de los bolivianos. El guión cuenta la historia de una comunidad indígena que recibe atención médica de la agencia estadounidense Cuerpo del Progreso. Los campesinos, empero, no sospechan que secreta y clandestinamente la agencia está esterilizando a las mujeres de la comunidad con el fin de que los indígenas no se reproduzcan.

Cuando la verdad se revela, los bolivianos atacan a los extranjeros, pero los atacantes son capturados y fusilados por las autoridades. Sixto Mallku, el hermano del protagonista Ignacio Mallku es herido. Ignacio busca desesperadamente atención médica para su hermano, pero debido a la falta de dinero para el cuidado apropiado, muere. Se trata de otro drama sobre el contenido encubierto del control de la natalidad que ya entonces se practicaba en Los Andes bolivianos con autorización de los grupos que entonces administraban el Estado.

En la comunidad de los Mallku tampoco hay atención hospitalaria a un paciente herido. Esto no ha cambiado mucho desde entonces. La gente se sigue muriendo en precarios hospitales de las ciudades y peor en el área rural.

Los indígenas bolivianos en la película de Sanjinez son en paralelo a la historia de la basura de la Rolling Stone. Ambos sin condiciones de acceder a un trabajo estable y a un salario digno para llevar una vida decente. Los Peralta y los Mallku son devorados poco a poco por la injusticia social.

También se me viene a la mente Adriana, una danesa alta y apuesta que abusando de su capacidad de leer estadísticas dice riendo que su país está en el rango de los que proporcionan felicidad eterna a sus ciudadanos. “Tenemos un sistema de distribución de la riqueza equitativo. Nadie tiene mucho más que el otro”, dice. “La mujer tiene libertad de decidir si aborta o no. Ayuda que tenemos seguridad, sistemas de salud y educación garantizados”. Entonces suelta una frase que nos podría parecer idiota: “en mi país el aborto es legal”, afirma.

Dicen las modificaciones del Código Penal para legalizar el aborto que “no se aplicará sanción cuando sea por delito de violencia” o “cuando sea un peligro para la salud de la mujer”. El proyecto además imagina que “en ambos casos el aborto debe ser practicado por un médico con el consentimiento de la mujer y con autorización judicial”. Siempre en retrospectiva ahora se me vienen a la cabeza los Vega. La familia que fue encontrada casualmente en estado de severa desnutrición hacinada en una pequeña habitación en El Alto y a Eva, la hija, muerta.

El drama de los Vega, el de los Peralta y el de los hermanos Mallku es la constante que las estadísticas ya no pueden voltear. Es la respuesta “patética” que una mujer muy moderna pelea para que se legalice el aborto.

En Bolivia, según datos oficiales se estima que se practican 80.000 abortos al año, 215 al día. Las estadísticas también estiman que el aborto es causante del 9,1% de las muertes maternas. Los promotores de la ley creen que bajarán estas cifras. Estiman que al ser legal el aborto curará en sano la violencia contra la mujer, el abuso al alcohol será erradicado; que los Peralta se cuidarán de traer más hijos mal nacidos al mundo, los Mallku de la comunidad distribuirán condones y los Vega resolverán su condición de desnutrición crónica pensado que sus nietos estarán mejor alimentados porque pueden practicar un aborto.