Bolivia y el coronavirus: la tasa de mortalidad al alza durante la crisis política

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Foto: REUTERS/David Mercado

El país estaba sumido en la agitación política cuando llegó la pandemia. La respuesta fue caótica. Y el aumento de muertes que siguió fue uno de los peores del mundo, según un análisis de The New York Times.

 

Moría tanta gente que las cifras del gobierno no podían ser correctas.

Las llamadas para recoger los cuerpos inundaban la oficina forense de Bolivia. En julio, los agentes recogían hasta 150 cuerpos por día, quince veces más de lo normal, dijo Andrés Flores, jefe forense del país.

La demanda en su oficina sugería que el recuento oficial de las muertes de la COVID-19 -ahora poco más de 4300- era muy bajo, dijo Flores. Pero con las pruebas limitadas, y una crisis política que desgarra al país, las vidas adicionales que se han perdido en su gran mayoría no se reconocen.

Las nuevas cifras de mortalidad revisadas por el Times sugieren que el número real de muertes durante el brote es casi cinco veces mayor que la cifra oficial, lo que indica que Bolivia ha sufrido una de las peores epidemias del mundo. El extraordinario aumento de la mortalidad, ajustado en función de su población, es más del doble que el de Estados Unidos, y muy superior a los niveles de Italia, España y el Reino Unido.

Desde junio han muerto unas 20.000 personas más que en años anteriores, según un análisis del Times de los datos del Registro Civil de Bolivia, una cifra enorme en un país de solo unos 11 millones de habitantes.

El seguimiento de las muertes (por todas las causas) da una imagen más exacta del verdadero número de víctimas de la pandemia, según los demógrafos, porque no depende de la realización de pruebas, que ha sido muy limitada en Bolivia. Las cifras de mortalidad incluyen a las personas que pueden haber muerto por la COVID-19 y por otras causas porque no pudieron recibir atención médica.

“Es una situación muy cruel la que nos toca vivir”, dijo Flores, quien dirige el Instituto de Investigaciones Forenses. “Nos hemos quedado desnudos frente a esto”.

Con un sistema de salud precario, un gobierno descentralizado y una infraestructura deficiente, Bolivia tuvo problemas para contener enfermedades infecciosas como el dengue incluso antes de que llegara el coronavirus, dijo Virgilio Prieto, jefe de epidemiología del Ministerio de Salud de Bolivia.

Pero su capacidad de respuesta fue socavada por unas elecciones impugnadas que llevaron a la destitución en noviembre del socialista Evo Morales, el entonces presidente. Una presidenta interina, la conservadora Jeanine Añez, asumió el cargo con la promesa de gobernar hasta que se celebraran elecciones.

Desde entonces, Añez anunció su candidatura al cargo, y pidió a la junta electoral que posponga la nueva votación, diciendo que la pandemia hacía que fuera inseguro para la población ir a las urnas. La reprogramación de la votación de mayo a octubre ha enfurecido a los grupos de oposición, que lo ven como un intento de la presidenta provisional de aferrarse al poder.

“No se le reconoce como una líder legítima, lo que hace extremadamente difícil coordinar la respuesta compleja que la pandemia requiere”, dijo Santiago Anria, experto en Bolivia del Dickinson College en Pennsylvania.

La decisión de Añez de presentarse a la presidencia contrarió a los legisladores de oposición y a los funcionarios regionales de los que dependía para movilizar los recursos de atención a la salud, dijo Anria, lo que dio lugar a un esfuerzo desorganizado e ineficaz.

Su respuesta también se vio empantanada por escándalos de corrupción, entre ellos la detención de su ministro de Salud en mayo, después de que los investigadores lo acusaran de utilizar el dinero de donantes internacionales para comprar ventiladores para hospitales al doble del costo real.

Añez defendió su manejo del brote al decir que la decisión de llevar rápidamente a cabo un aislamiento había prevenido la pérdida de incluso más vidas. También culpó al partido de Morales por su mal manejo del sistema de salud en sus 14 años en el poder y por bloquear sus planes de aumentar el gasto público durante la pandemia.

“Hemos hecho en tres meses, más de lo que se ha hecho en la historia de la salud de nuestro país”, escribió en Twitter este mes.

Más de cien bloqueos organizados por sindicatos y por los seguidores de Morales han paralizado a una economía de por sí debilitada, lo que deja al gobierno con menos recursos para importar los suministros médicos que se requieren con urgencia. La escasez de oxígeno y de otro equipo causado por los bloqueos ha resultado en la muerte de al menos 30 pacientes, dijo en un informe la Organización de Estados Americanos.

Mientras los hospitales se quedaban sin medicamentos y pruebas de coronavirus, los aliados de Morales en el congreso aprobaron una ley que permitía el uso médico de un agente blanqueador muy popular entre los bolivianos, el dióxido de cloro, un tratamiento para el coronavirus no comprobado y potencialmente peligroso.

“La pandemia nos encontró en una situación muy precaria, con un gobierno sin experiencia y tensiones políticas elevadas”, dijo Franklin Pareja, un politólogo en la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz. “El enfrentamiento político tiene un costo en vidas”.

En el centro político de Bolivia, la región de La Paz, el quíntuple de personas murieron en julio en comparación con años anteriores, una tasa comparable a la de Madrid durante su peor mes. En los llanos tropicales de la región del Beni murieron más de siete veces las muertes habituales, una cifra que supera la de Bérgamo, Italia, durante su pico.

Aunque las estadísticas oficiales de Bolivia muestran un aumento severo en la mortalidad a partir de julio, el cierre de las oficinas de gobierno durante el aislamiento de abril significa que casi no se registraron decesos ese mes. Funcionarios del Registro Civil de Bolivia, que emite los certificados de defunción, advirtieron que al menos algunas de las muertes ocurridas en abril podrían haber sido registradas en meses posteriores, lo que sesgaría la tasa de mortalidad.

La escala del aumento en mortalidad, sin embargo, puede confirmarse con el desborde de los crematorios, cementerios y agencias de recolección de cadáveres de Bolivia.

El aumento en muertes había colapsado los hospitales de Bolivia y obligado a las autoridades locales a ampliar sus crematorios y a abrir nuevos cementerios. En el cementerio municipal de La Paz, los vecinos y carrozas hacían fila afuera de la entrada hasta durante una semana para tener la oportunidad de sepultar a sus seres queridos.

En Sucre, la capital de Bolivia, las autoridades de salud locales dijeron que habían tenido que apilar decenas de cuerpos en las morgues, los hospitales e incluso en la universidad local, mientras lograban instalar un nuevo horno crematorio para satisfacer la demanda. Y en la ciudad de Cochabamba, las familias tuvieron que permanecer con los cuerpos de sus seres queridos en casa durante días porque las funerarias y los crematorios eran incapaces de manejar el aumento.

“El sistema de salud siempre ha estado saturado”, dijo Prieto, el jefe de epidemiología del Ministerio de Salud. “No tenemos los espacios suficientes, el equipamiento ni las unidades de terapia intensiva necesarias”.

A pesar de la crisis, algunos gobiernos regionales, bajo la presión de reabrir la economía antes de las elecciones, han empezado a permitir que gimnasios y restaurantes se reactiven, lo que hace crecer el temor de que las tasas de mortalidad vuelvan a aumentar. El Ministerio de Salud estima que el país no llegará al pico de la pandemia sino hasta septiembre.

Mientras tanto, la población seguirá cargando con la respuesta ineficaz de Bolivia.

Cuando Josué Jallaza, un taxista de 24 años de Cochabamba, cayó enfermo con síntomas de coronavirus, su familia llamó tres veces para pedir un médico, pero nadie llegó. Después se desmayó y la familia lo llevó a un hospital “pero no nos querían atender”, dijo su hermano, Marcelo Jallaza.

“Nos han botado como un perro”, dijo Jallaza.

Luego lo llevaron a una clínica privada donde “salió un doctor y nos hicieron entrar a emergencias, pero le vieron sus ojos y dijeron: ‘Ya está muerto, no podemos hacer nada'”, dijo Jallaza.

La familia se llevó el cuerpo a casa y pasó cuatro días intentando sepultarlo. Después de rogar entre lágrimas con los empleados del cementerio al final les concedieron una tumba.