Escuelas y patrimonio beniano en peligro por inundaciones
Mientras en Trinidad terminan de desalojar a los albergados de los colegios para reiniciar las clases, en Guayaramerín los refugiados ingresan a los colegios tras el inicio de una nueva subida del Mamoré que ya golpea a la periferia de la ciudad.
El alcalde de Guayaramerín, Alexander Guzmán, confirmó que las clases se suspenden para todos los colegios, públicos y privados, luego de que hubo incidentes porque los colegios particulares no querían aceptar a las familias que llegaban. En la actualidad hay más de 100 familias refugiadas en más de 15 centros educativos en toda la ciudad, según el informe de relevamiento de la Alcaldía.
En San Joaquín tampoco hay clases y dos colegios -de los cinco que tiene la comunidad- están “en grave peligro de caer”, informó el secretario general de la Gobernación, Raúl Roca. “Existe otro colegio bajo el agua y los dos que están secos están como albergues. Además de los dos colegios, se registran 80 casas caídas o en inminente peligro”, agregó Roca.
En San Ramón, la alcaldesa María Eugenia Leigue contabilizó en 50 las casas caídas o en grave peligro y las familias albergadas ascienden a 220 en el área urbana. “Sobre las comunidades no se sabe porque ya quedaron aisladas”, informó. Por San Ramón hay seis mil cabezas de ganado que llegaron desde Santa Ana y “se las mantiene pastando en los lugares secos que se encuentra”, agregó Leigue. Esto sin contar las tres mil que se encuentran encerradas en el Estadio Evo Morales Ayma, de dicha ciudad.
La joya quebrada
A principios del siglo XX, Cachuela Esperanza tenía uno de los mejores hospitales de Sudamérica, un teatro con fama y presentaciones de elencos europeos, un casino, un lujoso hotel y más de siete mil trabajadores administrados por profesionales suizos, alemanes y japoneses. Hoy, las aguas la parten en dos e inundan varias de las casas de su casco histórico, el teatro se derrumbó hace una semana, su hospital es una ruina rodeada de agua y sus pobladores apenas tienen comunicación con las ciudades aledañas haciendo trasbordo entre movilidades y pontones.
Nicolás Suarez, “el emperador del caucho”, cuyo monumento en el medio del pueblo está con su base bajo el agua, eligió a fines de 1880 este paradisíaco lugar en la ribera del río Mamoré (que lo limita con Pando), a 44 kilómetros de Guayaramerín, para crear uno de los imperios más grandes en Bolivia después de los barones del estaño del siglo XIX.
El domingo 2, a las 7:00, cuando casi 10 familias estaban albergadas en el Teatro General Pando (de fina estructura y acabados de madera) la pared lateral y una porción del techo se derrumbaron. Las familias habían salido pocos minutos antes porque “se empezaron a doblar las paredes”, cuenta María Teresa, una cruceña que vive en Cachuela desde 1974. “Esto es una lástima, nunca una autoridad tuvo la visión de aprovechar esta riqueza histórica y este hermoso paisaje para que podamos vivir de ello”, agrega un visitante.
Ahora el teatro, declarado patrimonio nacional, está en ruinas sobre apenas unos puntales que le pusieron los vecinos. También se derrumbó el Banco Minero y están camino al mismo destino las casas de madera del centro histórico de la ciudad, y también aquellas del barrio La Loma, casas que, en su mayoría, datan de hace más de 100 años. Este patrimonio histórico y arquitectónico, hitos de un importante periodo de la historia, se cae sin que ninguna autoridad haga nada al respecto. Gobernación, Defensa Civil y el municipio llegaron a la zona, pero a repartir arroz, aceite y azúcar.
Los hermanos Ricardo y Francisco Vargas tienen 77 y 72 años, nacieron en Cachuela al igual que su padre, quien llegó a trabajar con Nicolás. “Acá pasaron personas de todo el mundo que venían a trabajar o a asombrarse con el boom del caucho. Esta era una ciudad de lujo y prosperidad, pero también de mucho trabajo sacrificado en el medio del monte”, explica Francisco, quien junto a su hermano agrega que ahora medio pueblo está sin trabajar porque el acceso a la castañera -fábrica donde se procesa la castaña- está también inundado.
Pero el agua trajo una buena noticia entre tanta tragedia: reapareció la yatuarana. Éste, el pescado más típico de la zona, base de su cultura pesquera, venía en disminución por la contaminación del río que provocaron las dragadoras brasileñas que buscaban oro y porque las represas del mismo país cortan su paso a la zona de desove. Sin embargo, ahora los pescadores se anotan para pescar por turnos ya que están saliendo en cantidad.
“Este año subió tanto que desbordó todas las lagunas y arroyos de los alrededores, donde se estaba refugiando este pescado”, comenta Guillermo Méndez, vecino.
Lugar de llegada de la aristocracia europea de 1900 y de los brasileños perseguidores de oro de 2000, este pueblo ahora es un patrimonio convaleciente que solo mantiene su brillo por la calidez de su gente.