Los efectos del narcotráfico

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El cuadro reservado otrora a países de la periferia, se ha convertido en una seria amenaza para la seguridad en Bolivia. Aunque el Gobierno lo niegue una y otra vez, informes extraoficiales y los propios acontecimientos que ganan las portadas de los principales diarios apuntan a que la actividad del narcotráfico ha crecido sin precedentes en la historia del país. Se trata de una de una guerra al margen de la ley la que se está librando en nuestro territorio por el control de actividades ilícitas.

Al encargado de la seguridad no le parece llamativo que algo más de 200 fábricas manuales de procesamiento de cocaína se encuentren formando fila india a escasos minutos de la principal vía troncal que une las principales capitales del país. Tampoco parece llamarle la atención, que abogados y jueces que atienden casos vinculados con la actividad delictiva sean blancos de ataques en circunstancias poco claras, o que se encuentre a gente ligada a comandos criminales asentados en Bolivia, provenientes de otros países, donde el crimen se ha convertido hace mucho tiempo en moneda corriente. Restos humanos son hallados con demasiada frecuencia junto a kilos de cocaína en fábricas de procesamiento de la droga.

La autoridad asegura que en el país no hay presencia de carteles de la droga, ya que según su versión “estos actúan como grupos armados”. Las palabras del ministro son una buena noticia, pero es posible que en su afán de tranquilizar a la ciudadanía este mintiendo. La realidad parece ser distinta. Como nunca había ocurrido en Bolivia, gente humilde y común sale a las calles para reclamar mayor seguridad en poblaciones de menos de 2.000 habitantes. Ellos tratan de llamar la atención a las autoridades nacionales porque temen que  sus hijos acaben tentados por incorporarse a un número cada vez mayor de muchachos de corta edad que comercializan droga y se dedican al consumo de sustancias controladas. Es lo que ha pasado en la población de Yapacani en el trópico. En muchas poblaciones del oriente se puede ver a jóvenes conduciendo movilidades de lujo que se han ganado de la noche a la mañana dinero participando de alguna actividad ilegal. Cuando Monseñor Tito Solari denunció el pasado año que menores de edad se dedicaban al negocio de la droga, el Gobierno quizo enjuiciarlo y tuvo que mediar el primer mandatario para que el sacerdote no acabara preso.

El propio presidente ha pedido a los sindicatos del Chapare que controlen la producción de hoja de coca, pero hay quienes aseguran que la advertencia es demasiado tarde. La aproximación con la ilegalidad no parece tener límites. Lo que podría haber sido una posibilidad para obtener mayores ingresos, se ha convertido poco a poco en un peligroso cerco tendido por redes mafiosas que aprovechándose de  la fatiga y la pobreza ha encontrado un territorio fértil para sembrar desesperación en la familia boliviana. La tentación del dinero fácil es grande y muchas veces inevitable. Gente joven que no ha visto B$ 1.000 juntos acaban metidos en el espesor de la selva moliendo coca y recibiendo esa cantidad de dinero por el trabajo que les demanda menos de 12 horas en la oscuridad de la noche.

El peligro ha llegado a las ciudades. La droga procesada se vende sin reservas entre gente joven. Especialistas advierten que el costo social que tendrá que pagar el país es proporcionalmente más alto que el consumo. Los planes de prevención y las políticas de salubridad pública prácticamente no existen. DATOS trató de establecer contacto con consumidores pero estos se niegan sistemáticamente a decir que consumen algún tipo de droga. No reconocen que están atrapados en la cadena que los está llevando a la destrucción. De acuerdo al Centro Latinoamericano de Investigación Científica CELIN, el consumo de psicotrópicos se ha elevado en los últimos anos de manera alarmante entre la población. Los grupos de riesgo se sitúan en la franja desde los 12 a los 20 años.

El psiquiatra JulioRetamoso acude a una larga lista de su experiencia profesional que sella el tenebroso mundo del que nadie está libre de caer cuando se convive de cerca con la droga. En Bolivia las drogas más comunes son el alcohol, la cocaína, marihuana, crack  (pasta base de cocaína), los inhalantes y las anfetaminas en menor proporción. Pero un problema que hasta hace poco era netamente urbano se ha trasladado a las zonas rurales del país. Uno de los casos que siguen preocupando a las autoridades policiales es el sucedido hace más de un año Uncía, donde fueron enterrados vivos 4 policías en un caso que sigue en investigación porque por todas las características se trataría de un ajuste de cuentas por grupos que se dedican al contrabando en la zona fronteriza con Chile. O las recientes denuncias de que en la población de Achacachi existen peligrosos grupos de jóvenes en edad escolar que consumen alcohol para cometer una serie de actos delincuenciales.

La revolución cultural que se nos anunciaba como parte del proceso de cambio ha transfigurado el comportamiento de poblaciones enteras en el área rural. La justicia comunitaria no es una prenda de garantía de que se busca prevenir acciones delictivas como podría parecer a primera vista. A nombre de este nuevo componente social se ajusticia a ciudadanos y se encumbren actividades criminales. De acuerdo a fuentes policiales existen lugares tanto en el Oriente como en el Altiplano que se pueden considerar como pequeñas republiquetas dentro del mismo territorio donde las fuerzas del orden no tienen acceso.

Una ex autoridad antinarcóticos que pidió mantener su nombre en reserva asegura que ya en la década de los 90´ cuando le tocó ejercer uno de los cargos altos de la lucha antinarcóticos, reveló que ya entonces existía información de inteligencia que había detectado presencia de narcotraficantes colombianos en Bolivia. “Lo evidente es que nunca dejaron de ver a nuestro país muy atractivo para encubrir sus actividades. En todos esos años Bolivia era el paradigma de la seguridad en la región y hasta se la conocía como el ´santuario de la paz´. Esa paz que no era permisiva pretendió quebrantarse con incursiones esporádicas que felizmente eran controladas. No se puede pasar de alto el hecho de que la Escuela Garras del Valor donde se instruyen a los efectivos antidroga era reconocida como una de las más serias y efectivas de la región”. La ex autoridad reconoce que era una época donde la presencia de la DEA no era disimulada y operaba abiertamente.

 

 

 

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