Visión 20 años de Historia

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Foto: Revista dat0s 230

 

En febrero de 2003 apenas cumplidos 9 meses de la última gestión del expresidente Sánchez de Lozada el país enfrentó una sublevación aparentemente dispersa de estudiantes de secundaria del colegio Ayacucho, que en horas de la mañana aprovechando el descontento de los policías que marcharon temprano ese día en señal de protesta contra el Gobierno por negarse a atender sus demandas salariales (el incremento de un bono), iniciaron una refriega contra el Palacio Quemado. O los estudiantes de secundaria del popular Ayacucho eran hijos de los uniformados o el descontento de la tropa amotinada a una cuadra del palacio en instalaciones del GES una mera coincidencia se convirtió horas más tarde en una matanza sangrienta que arrojó un saldo trágico de muertos y heridos. En horas posteriores la revuelta culminó con la quema de varios ministerios e instituciones públicas hasta que finalmente se conjuró la crisis como siempre ocurre, cediendo el Ejecutivo a las demandas de la población, en el caso particular las de la Policía Nacional.

Quien diría que estos hechos de protesta calificados por el Gobierno de entonces de “vandálicos”, arreciarían siete meses después con la popularidad de un Gobierno de coalición (MNR, MIR, NFR, UCS) hecho añicos, que derivó en octubre de ese mismo año en una revuelta popular que depuso al Gobierno y provocó la huida de Sánchez de Lozada y sus colaboradores. Era el fin de un modelo económico que se había instaurado en Bolivia desde 1985 con el 21060 y que esta vez tocaba su fin de ciclo.

Los incidentes de febrero de 2003 como lo recogería la historia no eran hechos aislados, sino las consecuencias de un modelo herido de muerte. En esa ocasión el Gobierno se vio forzado a tocar las puertas de los cuarteles pidiendo atención y demandando protección para preservar la democracia. Entonces, con heridos y muertos las FFAA actuaron en defensa sin romper el orden constitucional, pero como también recoge la historia, consume su popularidad porque actúa con violencia para frenar la crisis.

LOS MILITARES Y EL PRESIDENTE (FEBRERO NEGRO)

Fue el 12 de febrero el presidente Sánchez de Lozada visitó el Gran Cuartel de Miraflores. Allí, los generales juraron defender la democracia. Luego el jefe de Estado convocó a sus aliados del MIR para sellar la unidad.

El 17 de julio de 1980, el coronel Luis Arce Gómez comandó en persona las operaciones del golpe militar que depuso a Lidia Gueiler.  Las malolientes caballerizas del Gran Cuartel de Miraflores sirvieron para depositar a los detenidos y amenazarlos de muerte.  Mientras eso, en Palacio Quemado el dictador Luis García Meza con los pies extendidos sobre su escritorio, recibía los partes de aquella sangrienta jornada sentado en la silla aún caliente de la ex presidenta.  Fue el último golpe militar en Bolivia y el principio de una democracia decidida a tomar vuelo y a cobrarse su revancha con la historia. Y quién diría que esa página pendiente la escribirían los propios militares.

Durante los días 12 y 13 de febrero, cuando el país parecía consumirse en un caos ingobernable, el presidente Sánchez de Lozada, en su condición de capitán general de las FF.AA., se reunió con el alto mando militar en el Gran Cuartel de Miraflores.  Allí, el jefe de Estado, recibió el mando y asumió junto a los jefes castrenses, acciones en defensa de la democracia.

Hay una vieja e histórica frase que dice que para ser presidente es suficiente ingresar al palacio de Gobierno y sentarse en la silla que ocupa el presidente de la República.  Durante los largos periodos golpistas que se han vivido en Bolivia, muchos jefes militares tomaron al pie de la letra esa definición.  A algunos les fue bien  a otros ni tanto.  Transcurrido el tiempo, esa frase fue trocada por otra.  Durante el golpe que llevó al poder al general J.J. Torres se dijo que para ser presidente bastaba tomar el Grupo Aéreo Militar.  Y, el Regimiento Tarapacá, durante el asedio de 16 días en palacio del coronel Alberto Natush.  Para bien o para mal, lo cierto es que el último golpe militar que nos recuerde la historia contemporánea se produjo en una situación verdaderamente dramática.  El ex general Luis García Meza utilizó toda su fuerza para aniquilar a sus enemigos demócratas. Fiel a la tradición golpista, tomó la casa de Gobierno, no sin antes asesinar a importantes líderes políticos y sindicales.  Ese dramático periodo cerró una página negra de la historia y con ella el de los militares en el poder.  Le sucedieron a García Meza, por muy cortos periodos los generales  Padilla y Vildoso que impulsaron el proceso democrático convocando a elecciones y entregaron el Gobierno a un presidente elegido en las urnas.  Desde entonces, los mandos castrenses se han replegado a los cuarteles para cumplir su función estrictamente institucional.  Poco más de 20 años les ha costado a los militares lavar una tradición de violencia y sangre y, finalmente, apuntarse a la democracia.

Al promediar las 17:30 del 12 de febrero, el presidente Sánchez de Lozada acabó de grabar un segundo mensaje en menos de dos horas.  Lo acompañaban el comandante de las Fuerzas Armadas y el de la Policía Nacional.  Poco después, las movilidades del presidente ingresaron velozmente al Gran Cuartel de Miraflores.  Los tiempos habían cambiado.  Allí, Sánchez de Lozada tomó el mando férreo en defensa de la democracia.  “El papel de las Fuerzas Armadas, fue vital para preservar el orden constitucional”, comentaría más tarde una alta fuente política.  En otras condiciones, los militares pudieron tranquilamente, definir en cuestión minutos sobre la situación dramática que se vivía en el país, sentando en palacio a un jefe rebelde.

Después de más de un mes de esos sucesos, hoy se sabe con claridad que el presidente Sánchez de Lozada, estuvo en compañía de algunos de sus ministros, en la Sala de Operaciones del Gran Cuartel de Miraflores.  Allí, el presidente de la Republica recibió el mando en su condición de capitán general e impartió  instrucciones para preservar la democracia.  Luego de reunirse con los militares, Sánchez de Lozada convocó a ese mismo lugar a la dirigencia mirista para comunicarle que se había definido defender la democracia a cualquier precio.  Acudieron a esa cita, el inefable Oscar Eid Franco y los dirigentes Hugo Carvajal y Guido Añez.  Esta ha sido la primera vez, desde el golpe militar del 17 de julio, que un presidente elegido en las urnas recibe el mando militar de manos de los jefes castrenses para sofocar una revuelta popular provocada a consecuencia de las medidas económicas aplicadas por el Gobierno.

El presidente Sánchez de Lozada, ingresó al Gran Cuartel de Miraflores al promediar las 18:00 horas del martes 12 de febrero. Una hora y media más tarde, abandonó ese lugar cuando se consumían en llamas algunas reparticiones públicas y el clima era propicio para deponer al primer mandatario.  Lo evidente, es que Sánchez de Lozada salió de allí fortalecido por el apoyo militar a su Gobierno.

“Fieles a la disciplina militar y sus estructuras de mando, los jefes castrenses impusieron una táctica, y no solo de lealtad con el presidente, sino un papel de defensa intransigente del estado de derecho”, comentaron fuentes militares que prefirieron mantenerse en reserva.  Y así lo hicieron, aunque para ello hubiera tenido que correr demasiada sangre inocente.

Sánchez de Lozada salió convencido del Gran Cuartel de Miraflores, que aquella noche podría dormir tranquilo; aunque informes de los estamentos de la seguridad del Estado, habían manifestado sus temores por la seguridad que corría la integridad del primer mandatario.  Pero ese, acabo siendo un tema secundario.  Lo vital a todo esto, era que Sánchez de Lozada seguía ejerciendo la presidencia desde su residencia en el barrio de Obrajes.  En otros tiempos, la primera autoridad política  del país debía permanecer cuidando su silla presidencial en el mismo palacio.  El objetivo de los militares hubiera sido generar simpatías en medio del descontento  y tomar el Gobierno con proclamas salvadoras. Lo que pasó, sin embargo, fue exactamente lo contario.  A los militares, no se les pasó en ningún momento por la cabeza tomar la casa de Gobierno.

Resulta incongruente, por lo tanto, en estas circunstancias, suponer que tras los acontecimientos del mes de febrero pasado se respira en las Fuerzas Armadas un clima de marcado malestar y descontento, como lo quieren hacer ver ciertas esperas políticas interesadas.

Un matutino de circulación nacional ha publicado recientemente, una serie de proclamas atribuidas a fuentes anónimas de la institución. En las que algunos militares entre ellos “un general de Ejército” hubieran planteado, como en las décadas de los años 60 y 70, oportunidades políticas para ser escuchados.  Señalan por ejemplo, su oposición a que el gas deba salir por territorio chileno.  También expresan su oposición a que las Fuerzas Armadas continúen inmersos en las labores de erradicación de las plantaciones de coca en el Chapare cochabambino.

Pero así  como  los mandos castrenses tuvieron una posición absolutamente leal hacia la figura del presidente, también han mirado no con muy buenos ojos la ratificación de Freddy Teodovic en el  Ministerio de Defensa.  Dentro de las Fuerzas Armadas se entiende que la ratificación de esta autoridad de Gobierno, no refleja el grado de lealtades que se jugaron durante la andanada del mes de febrero pasado.  Fuentes militares han manifestado que Teodovic tuvo un papel ciertamente negativo en su intervención del Congreso, cuando al explicar los acontecimientos pasados, reveló lo que según ellos debía mantenerse en secreto.  “No nos pareció  leal de su parte el haber revelado los nombres de algunos oficiales que participaron esos días en la refriega”, insistió una fuente castrense.

Las revelaciones del ministro de Defensa ante los diputados, han sido entendidas, sobre todo entre la oficialidad más joven de las Fuerzas Armadas como injustas e innecesarias.  Uno de los argumentos que se han manejado para la ratificación del  ministro de Defensa es una supuesta “identificación” con los requerimientos de la institución versión que también ha sido desmentida por las mismas fuentes.

Según pudo conocer dat0s, un 70% de la institución apoyó a la cúpula castrense durante los días del conflicto.  El surgimiento de un movimiento cívico – militar y la conformación de un Centro Cívico Bolivia (CCB) que se pronunció recientemente desde la ciudad de Santa Cruz, en contra de una posible decisión del presidente Sánchez de Lozada, de que el gasoducto para la venta de gas  natural pase por territorio chileno no  reflejaría el pensamiento mayoritario dentro de las Fuerzas Armadas.

“Se trata de un documento que no representa el pensamientos de la mayoría en la institución”, dicen fuentes militares y agregan: “quienes hacen conocer esa posición a nombre de la institución, ya se habían pronunciado en enero del año pasado con similar documento, cuando el país ingresaba de lleno al proceso electoral.  Lo que parece evidente es que detrás de estos pronunciamientos se esconden políticos interesados en dividir a la FF.AA. y de enfrentarla con el Gobierno”, señalaron.

Una de las posibilidades ciertas, es la que sustenta de un tiempo a esta parte el partido Nueva Fuerza Republicana (NFR).  Su jefe, el ex capitán Manfred Reyes Villa, ha pedido públicamente y en reiteradas oportunidades la renuncia del primer mandatario; y es uno de los más interesados en desestabilizar al Gobierno de Sánchez de Lozada.  De acuerdo a versiones políticas recogidas por dat0s, se sabe que el jefe de esa organización está tratando, sin ningún éxito hasta el momento, de generar simpatías dentro de la institución armada.  Comentarios, que también han  sido desmentidos, aluden a que logias militares que supuestamente se habían alineado a esa organización política en las pasadas elecciones respaldarían esas proclamas.

Sea como fuere, lo cierto es que la tradición golpista en las Fuerzas Armadas ha cambiado por la democracia.  Y a pesar de que hace un par de años una comisión especial conformada para investigar los asesinatos en la época de la dictadura, ingresó al Gran Cuartel de Miraflores buscando los restos de Marcelo Quiroga Santa Cruz; hoy el presidente Sánchez de Lozada es un convencido que las fuerzas Armadas son fundamentales para sustentar la democracia.