Cómo dejar atrás los errores de Barack Obama y ganar el voto latino

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Me temo que la campaña presidencial de 2020 en Estados Unidos será la más brutal que nos haya tocado vivir. Al margen del peligroso conflicto con Irán y de la persona que finalmente sea el o la candidata del Partido Demócrata, Donald Trump utilizará su poder -y todos sus trucos- para tratar de quedarse cuatro años más en la presidencia.

Para vencer a Trump, los demócratas necesitan un alto porcentaje del voto latino. Pero, esta vez, se lo tienen que ganar.

Nadie puede llegar a la Casa Blanca sin el voto latino. Ni Trump, quien obtuvo el 29 por ciento del voto hispano en 2016. Pero si más latinos hubieran salido a votar en estados como Florida y Arizona, el resultado podría haber sido otro. Trump habría perdido la presidencia sin los 29 votos electorales de Florida y los 11 de Arizona.

La abstención electoral de latinos elegibles para votar en 2016 fue descorazonadoramente alta. Más de la mitad de los casi 27 millones de votantes se quedó en casa. ¿Por qué? Muchos no querían votar por Trump -quien había hecho comentarios racistas contra inmigrantes mexicanos- pero tampoco se sentían entusiasmados por la candidatura de Hillary Clinton.

En 2020, por primera vez en la historia, los votantes hispanos serán el grupo minoritario más grande de Estados Unidos. Habrá 32 millones de latinos elegibles para votar, según el Pew Research Center, más que los 30 millones de electores afroamericanos. Y si los hispanos dejan a un lado la apatía y salen a votar en grandes números en estados clave, los demócratas podrían vencer a Trump. Pero antes tienen que ganarse, a pulso, el voto latino.

El gran reto del Partido Demócrata en 2020 es que no se repita esa alta abstención y falta de energía entre los latinos en las elecciones presidenciales de 2016. Para eso tienen que ser muy honestos con la comunidad latinx y comprometerse a no cometer errores del pasado.

La salida de Julián Castro de la contienda presidencial -el único latino en lanzarse- no es una excusa para olvidarse de los temas que más preocupan a los hispanos: educación, buenos empleos y seguro médico. Es una cuestión de oportunidades, de no ser discriminados y de ser tratados como estadounidenses.

Pero hay algo más, algo que sigue causando mucho dolor.

Los latinos le reprochan a los demócratas -y a Obama en particular- dos cosas: haber deportado a más de tres millones de personas indocumentadas y no haber cumplido su promesa de presentar en el congreso una reforma migratoria para legalizar a millones de indocumentados.

“Puedo garantizar que el primer año tendremos una propuesta de ley migratoria que yo promueva y que se pueda aprobar rápidamente”, me dijo durante una entrevista en mayo de 2008. “¿En el primer año?”, insistí. “En el primer año”, contestó.

Obama no cumplió su palabra a pesar de que los demócratas controlaron ambas cámaras del congreso durante buena parte de 2009.

Fue Janet Murguía, la presidenta de UnidosUS (antes llamado Consejo Nacional de La Raza) quien llamó a Obama “deportador en jefe”, un calificativo que siempre molestó al exmandatario. Esas deportaciones separaron a muchas familias hispanas.

A pesar de estas dos claras fallas del gobierno de Obama hacia los hispanos, al Partido Demócrata y a algunos candidatos presidenciales les sigue costando mucho trabajo criticar y distanciarse de Obama en ciertos temas.

Durante el debate presidencial del 12 de septiembre en Houston, le pregunté al exvicepresidente Joe Biden si él y Obama se habían equivocado al deportar a tantas personas durante su gestión. “El presidente hizo lo mejor que se podía hacer”, me dijo. “¿Y usted?”, le pregunté. “Yo era el vicepresidente de Estados Unidos”, me contestó, sin aceptar ningún error.

Biden también resaltó que el expresidente Obama había creado la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) -un programa que ha beneficiado a más de 800.000 niños y jóvenes indocumentados o Dreamers– y que era “indignante” comparar a Obama con Donald Trump. Pero el asunto de las deportaciones continúa.

Durante un evento en noviembre en Greenwood, Carolina del Sur, Carlos Rojas, del Movimiento Cosecha, le pidió a Biden que se “comprometiera a detener todas las deportaciones desde su primer día con una orden ejecutiva”. Biden se negó. “No voy a detener todas las deportaciones si cometiste un crimen que sea delito grave”, le respondió.

Otros candidatos, como Bernie Sanders, han tomado una postura distinta a la de Biden. Cuando, en noviembre, le pregunté al senador Sanders en un foro en Long Beach si Obama se había equivocado al deportar a tres millones de indocumentados, su respuesta fue tajante. “Sí”, me dijo. Y luego se comprometió a presentar una reforma migratoria durante sus primeros cien días como presidente, si gana la elección. “Esta es una promesa que voy a hacer. Y yo no hago muchas promesas”.

Estas diferencias de opinión entre candidatos demócratas sobre temas centrales como las deportaciones masivas de personas indocumentadas y la separación de familias asustan a muchos votantes hispanos y los alejan del partido. Si los demócratas de verdad quieren ganar contundentemente el voto hispano en las elecciones del 3 de noviembre de 2020, tienen que reconocer, sin excusas, que no van a repetir el mismo error de Obama. Si no lo hacen, corren el riesgo de alejar a votantes hispanos y, quizás, de perder la elección.

Es el peso del pasado.

El asunto es sencillo. El voto latino va a decidir las elecciones de este año. Si los demócratas lo quieren de su lado, no bastan unas palabritas en español y comerse un par de tacos en Instagram. Tienen que explicarnos cómo integrar completamente a los hispanos en ese experimento social que en inglés llaman America. Los hispanos son más que una moda electoral. Como dijo alguna vez el icónico líder campesino hispano César Chávez: “Hemos visto el futuro y el futuro es nuestro”.

 

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Jorge Ramos es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump.