Creemos que las RRSS son gratis, pero estamos pagando con nuestra información

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Con los nuevos avances tecnológicos, una de las características que más han calado en la sociedad es la conexión con cualquier persona gracias a internet y, sobre todo, a las redes sociales. Estas plataformas tienen sus ventajas y desventajas, y estas últimas pueden ser lesivas para adultos, pero sobre todo para los niños. Los casos de ciberbullying han proliferado por la aparición de las redes sociales, y para tratar de paliar estas situaciones, el profesor de la Universidad de Valladolid y doctor en Psicología José María Avilés ha publicado su libro «Educar en las Redes Sociales», un tomo dirigido a padres y profesores que ofrece herramientas para la construcción positiva de respuestas en la ciberconvivencia, gestionando riesgos como el bullying y ciberbullying.

¿Qué características tiene el bullying y el ciberbullying?

Son dos fenómenos distintos. Aunque son básicamente lo mismo, ya que estamos hablando de acoso entre iguales, pero se plantea en escenarios diferentes y connotaciones distintas. El fenómeno del maltrato tiene 3 características básicas. Fundamentalmente es un ejercicio de imposición, es decir, hay un desequilibrio de poder entre una parte que tiene poder y otra que se sitúan en lugar de victimización; la repetición y permanencia en el tiempo, no es como sucede en las confrontaciones o conflictos, que surgen de manera esporádica; y hay otra condición para hablar de acoso, que es la intencionalidad. No son cosas que sucedan de manera casual, sino que una de las partes, la poderosa, lo hace con la intención de hacer daño y ponerle en una posición de sufrimiento.

Esta situación, cuando está en el plano virtual, hablamos de ciberbullying, en el que se dan otras condiciones, como que la persona que ejerce el maltrato no tienen que dar la cara, puede hacerlo desde el otro lado de la pantalla. Normalmente este tipo de acoso agrava más la situación de acoso, ya que coloca a la víctima en una posición más insegura y al agresor lo sitúa justo al contrario, mucho más seguro.

Hay otro dato que radicaliza más esta situación. En el contexto virtual se multiplica la audiencia, gente incluso que no conoce ni a la víctima. Lógicamente hay más espectadores y mientras este vídeo no se quite, el daño permanece constante. Y suele ser habitual que el que esté siendo maltratado en la realidad, suele ser maltratado en internet. Un gran porcentaje de alumnos así lo viven.

¿Con su libro trata de paliar estas situaciones?

No está enfocado solo a estas situaciones. Aunque mi línea de investigación tenga que ver con el acoso, el libro abre una mirada más amplia, porque lo que pasa en la red no es todo malo, y lo que es dañino, no todo es acoso. El libro lo que plantea es que en algún momento, los agentes educativos, familias, etcétera, nos tendremos que centrar en algún momento y formular una propuesta educativa y manifestar una serie de medidas de prevención.

Para ello, el libro propone una serie de actividades en base a unos contenidos. Por ejemplo la privacidad, que sepan diferenciar entre espacios públicos o privados, el control sobre la información propia y ajena, la identidad o imagen personal que uno va creando en la red y que tiene que ver con los datos que da. Todas juntas conforman el mosaico de la propia identidad digital. Hay que ser prudente en esta construcción porque a través de la red otras personas son capaces de saber mucho sobre nosotros.

Muchas veces damos más información en las redes que cara a cara.

Efectivamente. Y a veces sin saber que la estamos dando, porque creemos que las redes sociales son gratis, pero estamos pagando con nuestra información, y eso es un gran negocio.

¿Qué edad sería la más adecuada para que los niños pudiesen usar las redes sociales?

Hay una edad legal, que son los 14 años, pero queramos o no eso no se está cumpliendo. Si lo miramos desde un punto de vista educativo, la mejor edad es desde el momento en que los propios adolescentes se inician en el manejo de los dispositivos digitales, aunque tiene que haber un acompañamiento educativo, que es donde está fallando la intervención.

A veces se tiene acceso a una ventana como es internet sin tomar antes criterios ni los sujetos que van a manejar los dispositivos tienen herramientas psicológicas suficientes como para gestionar todo lo que se van a encontrar. Aquí los adultos tienen que estar con los más pequeños para gestionar las decisiones que toman en las redes. Los niños tienen que entender qué cosas son comunicables, los contenidos sensibles y lo que digo de mí o de otros, ya que hay contenidos que te pueden lesionar si lo cuentas.

Ahora que los niños reciben tanta información, además de los vídeos que ven, que en alguna ocasión no son los más adecuados para ellos, ¿no consiguen adquirir empatía hacia los demás?

La empatía consiste en ponerse en lugar del otro, pero para eso, desde el punto de vista virtual, hay que hacer una lectura de las emociones y necesidades del otro, y cuando el vehículo de transmisión son las palabras o las imágenes, no es fácil. Es importante trabajar el tema emocional para fomentar esta empatía y además alentar las relaciones cara a cara, porque al final estamos perdiendo esa devolución que nos hace el otro cuando hablamos con él.

A veces, los padres me cuentan que sus hijos se pasan muchas horas delante del ordenador, de las redes y el móvil y hay que evitar eso y equilibrar las relaciones de grupo y no solo estar con el dispositivo digital. Pero no solo los pequeños, los adultos también nos pasamos más de lo debido con estos aparatos.

En ese sentido, ¿los padres son realmente conscientes de los posibles peligros que tienen las redes sociales?

Nosotros tenemos que ser modelo, tener conciencia como adultos y ser conscientes de lo que supone el manejo de estos dispositivos. Y no solo de manera negativa, porque tenemos que pensar en la potencialidad que tienen este tipo de aparatos: aprendizaje, conocimiento, contacto con otra gente. Pero darle una herramienta a un menor sin ciertas claves para que la sepan manejar, no se nos ocurriría con un coche o un cuchillo eléctrico, por ejemplo. Efectivamente, falta una toma de conciencia por parte de los adultos y a veces nos escudamos en el tema de la brecha digital, pero es un tema más educativo.

Da la sensación de que los casos de abuso escolar se han intensificado debido a las Redes Sociales ¿esto es cierto?

Se han hecho estudios sobre el estado del abuso, tanto en internet como de manera presencial, y es cierto que los datos son mayores en el plano digital, pero porque los mismos dispositivos ayudan a crear esa diferencia. La prevalencia es mayor en el ciberbullying. Pero si nos fijamos en otros estudios rigurosos, los datos no variaban sustancialmente.

¿Entonces es más complicado detectar un caso de ciberbullying que uno de bullying?

Sí, porque el espacio virtual, aunque es rastreable y no tiene anonimato total en sí mismo, está alejado de los ojos de los adultos y las autoridades. La accesibilidad es más difícil.

¿Entonces no sería adecuado educar sobre esta materia en los colegios?

En el libro se hace una propuesta para hacer un contenido de trabajo en los centros educativos. Pero la estructura del sistema educativo todavía no favorece suficientemente esto, es decir, estamos constreñidos por los espacios y los tiempos de matemáticas, lengua, etcétera. Y estas situaciones que tienen que ver con la ciberconvivencia tienen que tener un lugar en el espacio educativo de la escuela y de las familias. El sistema tiene que facilitarlo a través de las asignaturas de libre configuración autonómica, tutorías, asignaturas específicas…

Se han dado casos de pederastia y contactos con menores por las redes, ¿cómo se podrían evitar estas situaciones?

Fundamentalmente, creo que lo que planteo es también un mecanismo para ayudar a los menores a saber con quién contactan y tengan suficiente precaución a la hora de aceptar a «amigos», gente que no conocen, o que conocen pero les pueden engañar. En este sentido, hacer una educación sobre el tema emocional que, por un «like» o aumentar la red de amigos pueden hacer cualquier cosa, tiene que ver también con como ellos se sienten o la imagen que quieren proyectar en la red, algo propio de la adolescencia. Y los mayores tenemos que tratar de que nuestros chicos sepan regular estas emociones.