Dreamers o cómo perder el miedo
La Corte Suprema de Estados Unidos detuvo el plan de Donald Trump de terminar con DACA, el programa que protege de la deportación a cientos de miles jóvenes inmigrantes. La perseverancia de sus beneficiarios pasa por una lección entrañable: alzar la voz.
La historia parece increíble: un grupo de jóvenes indocumentados le ha ganado al hombre más poderoso del mundo, Donald Trump, en la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. Fue una batalla larga y que, al final, se decidió por un solo voto: el tribunal decidió que el plan del presidente estadounidense de ponerle fin al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por su sigla en inglés) no tenía sustento.
Lo he dicho varias veces, los dreamers son mis héroes. Como periodista he seguido muy de cerca su lucha de más de una década en Estados Unidos y no deja de sorprenderme todos los retos que han superado. En el fondo de su estrategia hay una idea central: perder el miedo. Como indocumentados en este país siempre han estado en peligro de deportación. Pero eso no ha evitado que hagan denuncias, participen en protestas y se enfrenten valientemente a los políticos más poderosos de la nación. Y nada como lo que acaban de lograr.
El fallo de la Corte Suprema es una enorme victoria para los dreamers y un revés para Trump, quien en su campaña presidencial en 2016 prometió terminar con el programa. Esta es la manera en que lo lograron.
Sus padres los trajeron desde niños a Estados Unidos y, en algún momento de su adolescencia, se enteraron de que eran indocumentados. Lejos de quedarse callados, abrazaron su identidad y salieron a luchar. Querían que los reconocieron como lo que son: estadounidenses. El problema es que necesitaban un papel para probarlo.
Llegaron, en su mayoría, de países pobres y violentos. Aprendieron inglés y corrían el riesgo de ser regresados a naciones que desconocen por completo. Pero también aprendieron ese mantra de la cultura estadounidense: si te esfuerzas mucho, puedes lograr cualquier cosa.
Estaban, como sus padres, ante un constante peligro de deportación. Desde los ataques terroristas de 2001, Estados Unidos se ha convertido en un país cada vez más hostil para los extranjeros. Los mayores habían aprendido a quedarse en silencio, a ser casi invisibles, para sobrevivir. Pero los dreamers rápidamente rechazaron esa cultura del silencio y la reemplazaron por una de activismo, vocal y rebelde (lo que en inglés llaman in your face). La mexicana Erika Andiola, por ejemplo, una vez enfrentó al entonces líder de la Cámara de Representantes, John Boehner, mientras desayunaba en una cafetería de Washington. “El primer paso siempre es perder el miedo”, reflexionaría Erika tiempo después.
Un grupo de cuatro estudiantes salió caminando desde Miami hasta Washington el primero de enero de 2010 para denunciar la situación en que vivían. El riesgo era enorme. “Era la primera vez que hacíamos algo así”, me dijo años después Gaby Pacheco, nacida en Ecuador. “Pero ya no íbamos a tener más miedo”.
Ese mismo 2010, ante el fracaso en el Senado del llamado Dream Act, que no consiguió lo votos necesarios, la única alternativa era convencer al presidente Barack Obama de darles algún tipo de protección migratoria. En ese esfuerzo participó Lorella Praeli, quien nació en Perú y perdió una pierna en un accidente. “Cuando yo me caía”, me contó para un libro, “mi papá no me levantaba ni dejaba que nadie me levantara”. Esa perseverancia, y el esfuerzo de muchos más, ayudó a que Obama autorizara DACA en 2012. La idea era que esa orden ejecutiva beneficiaría potencialmente a más de un millón de dreamers.
“Cuando yo empecé éramos un grupo de cinco, nunca pensé que fuéramos miles”, me dijo en una vieja entrevista Cristina Jimenez, cofundadora de United We Dream, la organización de dreamers más grande de Estados Unidos. Cristina, nacida en Ecuador, formó parte del primer grupo de estudiantes indocumentados que entró en la Casa Blanca y que le pidió al presidente Obama que detuviera las deportaciones.
Sí, estaban agradecidos con Obama por DACA, pero sus padres y hermanos corrían el riesgo de ser deportados. Ese espíritu de solidaridad -de que estamos en esto juntos- es el que ha caracterizado a los dreamers desde antes de esa primera caminata de Miami a Washington.
Es injusto solo mencionar en esta columna a Erika, Gaby, Lorella y Cristina porque han sido literalmente miles de dreamers los que lograron la histórica decisión de la Corte Suprema de Justicia que les permite, por ahora, quedarse en Estados Unidos protegidos por DACA. Pero la lucha no ha terminado.
El presidente Trump, en un tuit lleno de rencor, dijo: “Estas horribles decisiones, políticamente cargadas, de la Corte Suprema son como un tiro de escopeta a la cara de la gente que orgullosamente se llama republicano o conservador”. Si Trump hubiera ganado, hoy habría unas 700.000 personas más en peligro de deportación. En cambio, Joe Biden, el candidato de facto del Partido Demócrata a la presidencia, ha dicho que enviaría una propuesta al Congreso su primer día en la Casa Blanca para legalizar permanentemente a los dreamers. La elección es el 3 de noviembre.
Mientras tanto, la mayor lección de esta decisión histórica en la Corte Suprema es que el primer paso siempre es reconocer el miedo para luego vencerlo. Cuando el silencio no es una opción, pueden pasar cosas maravillosas.
Jorge Ramos (@jorgeramosnews) es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump.