Como hace cuatro años a la misma hora –el 1ro de enero de 2018- Jair Bolsonaro subía a la rampa del Palacio do Planalto –la casa de Gobierno en Brasil- impulsado por 57 millones de votos, tras sufrir un atentado que casi le quita la vida durante la campaña. Lula, al mismo tiempo, estaba preso en una celda de la Superintendencia de la Policía Federal de Paraná, condenado por corrupción y lavado de dinero, comenzando a cumplir una condena de doce años en régimen cerrado.
Ahora es Lula quien se prepara para subir a la rampa del Planalto, catapultado por 60 millones de votos, mientras que Jair Bolsonaro, derrotado, iniciará un camino aún incierto como principal líder de la oposición.
El pasado lunes 19 quedó en libertad el exgobernador de Rio de Janeiro por el PMDB Sergio Cabral (2007-2014) corrupto confeso condenado a 425 años de prisión acusado de recibir millonarios sobornos para la organización de la Copa del Mundo (2014) y los Juegos Olímpicos (2016), mientras que el juez que lo condenó está siendo investigado.
En año electoral, el mismo Supremo Tribunal Federal que anuló la sentencia de Lula y liberó a Cabral jugó un papel decisivo para garantizar el buen funcionamiento de la democracia.
Héroes y villanos, clasificación que varía según el punto de vista —y las convicciones éticas— del observador, dio origen a la perniciosa polarización que se apoderó de Brasil hace unos años.
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