2020 ha sido un año para el olvido. “Año maldito”, título el diario español El País para su evaluación. La humanidad vivió uno de sus momentos más dramáticos con la aparición en Wuhan, China de la sepa de un virus altamente pesado y contagioso que en días se propagó por toda Europa y a las semanas había aterrizado en América Latina. Se criticó de inició que tanto el Gobierno chino como la Organización Mundial de la Salud (OMS) actuaron tardíamente en informar a la población que el virus mortal se alastraba incontrolable por el mundo. Se habló entonces de complicidades y aventuras siniestras con el fin de reducir la población.
El presidente de los Estados Unidos considerado un magnate con delirios populistas, anunció la confabulación en torno a la covid-19 y decidió recortar los fondos que su Gobierno proporciona a la OMS. Hasta ese día, pocos habitantes del planeta sabían que la entidad es financiada por los países en los cuales tiene presencia terrenal; que la mayoría de las naciones aporta fondos para la investigación y el funcionamiento que promueve investigaciones para cuidar de la salud. En ese escenario, Donald Trump fue acusado de histriónico y se desató una guerra mediática que rápidamente fue abriendo brecha por la proximidad de las elecciones norteamericanas.
Las grandes compañías de Silicon Valley comandaron la campaña contra el líder estadounidense. Los viejos aliados se unieron en la confabulación. Demócratas como los Clinton, Gore y el resto de personajes de la política norteamericana a los que se les une el color de Barack Obama y los multimillonarios de las compañías tecnológicas, los Bezos, Gates, Zuckerberg y el resto de todos ellos, se unieron en la farsa. La bolsa de valores de Wall Street y la mayoría de los mercados bursátiles del mundo sufrieron el efecto inmediato de la recesión.
Muy pocas compañías permanecieron de pie frente al cataclismo. El efecto de las restricciones en las que se sumergía la humanidad no rozó ni la frente de las compañías tecnológicas que multiplicaron sus ganancias favorecidas por el parón mundial y la nueva modalidad alentada por la campaña “quédate en casa”. El teletrabajo y las conexiones crecieron de manera exponencial, descontrolando las diferencias ya muy marcadas entre ricos y pobres. Ese fue otro los efectos de la pandemia. Millones de niños en las ciudades y en las zonas rurales en edad escolar, quedaron interrumpidos de educación. Los nuevos protocolos anunciaban una emergencia educativa que en los hechos privó a los más pobres de conexiones de Internet. Se calcula que más de 50 millones de niños en edad escolar no retomarán jamás a la escuela, privándolos de un futuro cierto.
Cientos de miles de trabajadores fueron despedidos. Se calcula que serán sustituidos por máquinas robóticas que no se contagian y reducen la carga laboral. Los puntos más afectados por los contagios masivos fueron los centros de acogida para ancianos y los albergues donde vive la población vieja y de menos recursos. En un solo día en Italia asistió la muerte de 3 000 ancianos. Fue común ver imágenes terroríficas de cuerpos inertes transportados a cámaras frigoríficas donde permanecían hasta encontrar lugar de cremación en cementerios clandestinos. Se dijo que se trató del mayor tráfico de órganos humanos que se tenga memoria; uno de los negocios más lucrativos después del tráfico de armas y el de drogas. Se acalló cualquier tipo de información tendenciosa que exigía explicaciones sobre la conexión de las grandes corporaciones mundiales con la pandemia. Simplemente, ganó voz la versión de que el nuevo coronavirus era una mutación genética por la ingesta de mamíferos en los mercados de Wuhan. La ciudad futurista favorecida con las conexiones 5G, construyó hospitales en tiempo récord levantando sospechas de que todo podría ser una confabulación.
Los aparatos represivos, léase, la fuerza militar y policial de las naciones del mundo entero fueron llamadas a articular inusuales controles para evitar que la gente salga a las calles sin máscaras de protección. En muchos lugares se generaron enfrentamientos por el recorte a las libertades esenciales. El salvajismo represor se convirtió en una especie de grito de aprobación articulado por los poderes facticos del planeta. La gente permaneció obedientemente en sus casas durante largas cuarentenas impuestas y mientras se piensa que 2021 será un año de mayor normalidad, al culminar 2020 se ha provocado una segunda ola más fuerte que la primera generando temor de que la humanidad vivirá sometida a controles desproporcionados y cubierta de cuidados para volver a la normalidad.
Ya nada será igual. Si bien los muertos por el coronavirus este caótico 2020 son 1.8 millones, nadie asegura que se dupliquen o tripliquen este 2021 que se proyecta como un año incierto, que obliga a pensar sin, que exige respuestas ante el temor del silencio y a la obediencia impuesta.
En las siguientes páginas el lector encontrará algunas entrevistas con personajes que representan varios rubros afectados y de quienes esperemos opinión; voces con la esperanza que en los hechos volvamos todos a ser lo que fuimos antes de que el ciudadano chino al que se lo acusa de ser responsable por la propagación del virus (ya muerto) se haya comido el murciélago del desastre planetario y la crisis de salubridad y de valores que por su cuenta atraviesa la humanidad.