La llamada de una amiga desde los Estados Unidos donde trabaja me inquieta. Ella era una prospera trabajadora de una agencia de publicidad que recibía en promedio una carga de contratos de alrededor 18 compañías al año. Cuando decidió salir de Bolivia la agencia de publicidad apenas recibía al año el contrato de una.
Hoy, ella se puede pasar el tiempo haciendo llamadas en sus momentos libres (no es robot), mientras gestiona citas desde un consultorio médico; tratando de no perder el aliento en su otrora productiva actividad de gestionar contactos de publicidad, se declara tristemente aburrida.
Me dice que logró activar una cuenta desde enero de 2025 así que me envía el eslabón de la cadena de apoyo para irradiar el impacto que necesita. Su especialidad son las especialidades a la carta, no de las agencias que se encargan de distribuir comunicados de prensa como solución para romper el desfase.
Sin métricas de resultados se puede ser tan bueno como haciendo sumas de dos dígitos, o sea, algo poco menos inservible e inútil que contar regresivamente para evitar despidos. O algo parecido que no se parece a nada serio.
La amiga ha vuelto, aunque no con todo como quisiera. Me pide entrevistar a un robot porque sabe que lo haré mejor que las empresas que distribuyen por interfaz sus cabos sueltos (eso echa miedo ¿cómo la logran?) pero decido aceptar. Si ella pasa sus ratos libres gestionando entrevistas decidido solidarizarme con ella. (Esa palabra mágica en desuso. Nadie me ofrece salir a protestar contra los bloqueadores o hacerme el desentendido para hacerme arrastrar por el lodo o pasar el tiempo esquivando tiros de escopetas imaginarias).
Acepto la entrevista y lo cuento como el fin que toca una pausa mientras el resto informa cosas que han dejado de ser noticia hace rato y se resisten. Bien por ellos. Ella (mi amiga) sabe que este encargo no será absorbido por el ChatGPT
Saludos.
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