Fidel Castro, mago del mercadeo político
Fidel Castro fue un publicista fuera de serie, un mago del marketing político. ¿Cómo es posible que, después casi seis décadas imponiendo de cualquier manera y a cualquier precio su control sobre un país, todavía a la hora de su muerte haya quien lo pondere como un líder democrático? Ahí está su mayor talento, el legado más importante que le deja a la historia: se puede ser un tirano despiadado y, sin embargo, pasar a la posteridad como un revolucionario.
Su vida es un ejemplo de cómo la mezcla adecuada de carisma y cinismo puede lograr que un feroz dictador parezca un líder polémico. El éxito más contundente de la revolución cubana es la campaña publicitaria de Fidel. Destruyó todo con tal de salvarse, de salvar su propia marca.
En su biografía del Che, Jon Lee Anderson relata una anécdota que presenta a Fidel en genio y figura. Es 1957, el desembarco del Granma resultó un fracaso y la guerrilla de la Sierra Maestra no llega a 20 combatientes. Sin embargo, Castro acepta una entrevista con un reportero de The New York Times. Herbert Matthews llega al campamento y ya Fidel ha preparado una astucia para hacerle creer que tiene varias brigadas de rebeldes en diferentes lugares de las montañas, que son un ejército grande cuyo único destino posible es la toma del poder.
El periodista, actuando de buena fe, apuntó todo y multiplicó las fuerzas de Castro en las páginas de su periódico, en la inocencia de sus lectores, en la mirada que todo el planeta tenía sobre la isla. Desde muy temprano, Fidel entendió que el engaño mediático era un arma determinante en cualquier batalla.
El contexto de la Guerra Fría le ofreció un clima perfecto para convertirse en el centro de una batalla simbólica. Fidel también supo aprovechar la tensión mundial para acrecentar su poder y distribuir su carisma como cualquier agencia de producción publicitaria. El bloqueo estadounidense fue una tragedia para Cuba y una bendición para Fidel. El mejor regalo que pudo hacerle el imperio: convertirlo en su gran enemigo. Le ofrecieron un escenario ideal para construir una épica moderna, asociada a las ideas libertarias. Así, Fidel pudo desarrollar su mito personal en todo el mundo mientras, dentro de su isla privada, consolidaba su poder autoritario, imponía la censura y la represión a cualquier disidencia, llegando incluso a perseguir y encarcelar a homosexuales y poetas.
La figura de Fidel no se puede separar del hechizo que tuvo y que todavía tiene la palabra revolución en nuestro continente. Es un hechizo que, por supuesto, también está ligado a las condiciones de la mayoría de nuestra población. Tiene que ver con la tragedia de la pobreza, de la desigualdad, de la violencia, de la impunidad… Fidel terminó convirtiendo la esperanza de los pobres en su negocio privado. Y fue un negocio muy rentable. Manejado con la eficacia de un capitalista impúdico. Después de estrujar hasta el cansancio a sus financistas -la Unión Soviética, la Venezuela de Chávez- la Revolución Cubana no tuvo ningún reparo en diluir la ideología y volver a voltearse hacia su enemigo. Después de casi 60 años, el balance de la historia no resulta muy gratificante: regresar a una dictadura pero con un país destruido, una nacionalidad muy dividida. Es un ejercicio que benefició fundamentalmente a una sola familia. Con 85 años, Raúl Castro ha decidido que lo más saludable es entregar el poder en el 2018.
Eliseo Alberto, fabuloso escritor cubano, hijo del genial poeta Eliseo Diego, escribió un libro imprescindible: “Informe contra mi mismo”. Entre las muchas crónicas que ofrece, hay una que me resulta entrañable. Un hombre ha logrado escapar de Cuba y trata de sostener su dignidad ante el asedio de la clásica prensa europea, siempre dispuesta a perdonar cualquier exceso de los gobiernos “revolucionarios”. El periodista progresista lo acosa y le reclama los supuestos éxitos de la revolución: la salud pública y la educación ¿Qué puede decir sobre eso? ¿Acaso no es cierto? El cubano duda un segundo y, luego, responde: sí. Puede ser. Pero en la vida uno no siempre está enfermo o estudiando.
Fidel Castro vivió mucho y, para hacerlo, redujo de muy distintas maneras la vida de muchos cubanos. Utilizó a su país, a su gente, para crear una marca comercial exitosa. Tanto que logró convertir a sus víctimas en aliados, en fieles devotos. Su historia debe ser estudiada así como se estudia la historia de la Coca Cola, por ejemplo. Forma parte de la enciclopedia de los signos comerciales. Esa fue su mayor eficacia. Su verdadera victoria tiene que ver únicamente con su permanencia en el poder.
Y en esa historia hay mas violencia en contra de los otros, más manipulación, que heroísmo. Su biografía podría ser un manual. El espectáculo Castro: ¿cómo ser un tirano y, aún así, lograr que los papas te visiten y los Rolling Stone canten en tu casa?
Alberto Barrera Tyszka es escritor y guionista de televisión. Es coautor de la biografía “Chávez sin uniforme”. Su más reciente novela es “Patria o muerte”, obra ganadora del premio Tusquets de Novela 2015.