La diplomacia de subordinación de AMLO en la Casa Blanca

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Foto: Pool/Getty Images/AFP

Este miércoles, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, visitó al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, como parte de su primer viaje oficial internacional. Sin embargo, la agenda del día en Washington no ofreció ninguna pista sobre por qué era necesaria esta visita, sobre todo en medio de una pandemia.

En la mañana, en vez de solicitar reunirse con legisladores demócratas o grupos inmigrantes, López Obrador colocó una corona de flores en el monumento a Abraham Lincoln y en una estatua del líder mexicano Benito Juárez. Su reunión con Trump en la Casa Blanca fue coreografiada meticulosamente, diseñada para crear la oportunidad de una sesión de fotos para celebrar el inicio del T-MEC, el nuevo tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, que ha reemplazado al TLCAN.

En su intervención, López Obrador agradeció a Trump por su amabilidad hacia México, una afirmación realmente insólita dirigida a uno de los presidentes más xenófobos de nuestros tiempos. Lo que ganó el líder mexicano con esta visita podría seguir siendo un misterio, pero Trump con seguridad utilizará la ceremonia de firma de este miércoles como parte de su campaña electoral.

El momento y la preparación de la visita fue desconcertante desde el comienzo. En principio concebida como una reunión trilateral, terminó degenerando en un viaje de un día, luego de que el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, decidiera sabiamente cancelar. En vez de posponer su viaje a Washington, López Obrador siguió adelante. Fue una rara decisión para un presidente que ha alejado a México del escenario mundial. Antes del miércoles, el presidente mexicano no había viajado al exterior. Había delegado cada aspecto fundamental de la relación bilateral incluso en los tiempos más difíciles y urgentes, cuando su presencia como jefe de Estado podría haber estado más que justificada. Por ejemplo, nunca visitó Washington para formar parte en las tensas negociaciones comerciales. No solicitó un encuentro personal con Trump cuando el gobierno estadounidense amenazó con imponer aranceles si México no aceptaba la implementación de las brutales políticas migratorias de Trump. No fue a la reunión del G-20 en 2019.

El hecho de que haya decidido visitar a Trump para alabarlo personalmente y regocijarse por un tratado comercial que ya está en vigor -en medio de una crisis sanitaria y una campaña presidencial, además- no es tanto una señal de heroísmo, como algunos aduladores de López Obrador repiten, sino de capitulación.

Para López Obrador también fue una oportunidad desperdiciada para confrontar a un hombre al que ha criticado, desde lejos, por años. Siendo candidato, López Obrador le dirigió fuertes palabras a Trump por sus políticas antiinmigrantes. En 2017, recorrió Estados Unidos y se dirigió elocuentemente a las comunidades de inmigrantes a las que prometió defender una vez estuviera en la presidencia. Recopiló esos discursos en un libro apasionado llamado Oye, Trump. En él, López Obrador calificó al muro fronterizo de Trump como “un monumento a la crueldad y la hipocresía” y comparó la retórica antimexicana del gobierno con la Alemania nazi. “No podemos consentir una política de Estado que menoscabe la dignidad de los intereses legítimos de los mexicanos y la nación”, escribió López Obrador.

No mostró nada de esa bravuconería en la Casa Blanca. Ante una oportunidad para denunciar personalmente las políticas de Trump, prefirió dar elogios. “En vez de agravios hacia mi persona y (…) hacia mi país, hemos recibido de usted comprensión y respeto”, afirmó López Obrador. En un sorprendente giro en los acontecimientos, procedió a darle las gracias a Trump por “ser cada vez más respetuoso” con los mexicanos en Estados Unidos. Trump, dijo López Obrador durante la declaración conjunta del miércoles en el Rose Garden, ha sido “amable y respetuoso” con México.

Esto, por supuesto, es falso y vergonzoso. El gobierno de Trump ha impuesto una lista de terribles políticas al gobierno mexicano, ha perseguido sin piedad a millones de inmigrantes mexicanos indocumentados, ha amenazado el sustento de cientos de miles de beneficiarios de DACA y ha abusado de un número similar de potenciales refugiados centroamericanos, con la colaboración activa de López Obrador.

Los simpatizantes de López Obrador probablemente alegarán que este cinismo es, de hecho, una inteligente estrategia de apaciguamiento. No lo es. La sumisión nunca es buena diplomacia. Por ejemplo, el sometimiento pleno de México a las demandas de Trump sobre inmigración ha creado una catástrofe humanitaria por toda la frontera del norte del país y ha socavado la tradición compasiva de México hacia los inmigrantes, sin mencionar siquiera los propios compromisos de campaña asumidos por López Obrador de ayudar a los inmigrantes y refugiados.

A pesar de múltiples promesas, el gobierno de Trump no ha invertido de forma significativa en el desarrollo del sur de México o de Centroamérica. Ha hecho muy poco para tomar medidas drásticas contra el tráfico de armas y mucho menos para cerrar los vacíos legales que permiten que armamentos de guerra sean adquiridos de forma legal en Estados Unidos y luego contrabandeados a México. Mientras tanto, Trump continúa alardeando del muro fronterizo mientras las draconianas políticas migratorias de su gobierno siguen haciendo de las suyas, incluyendo una agresión constante a los beneficiarios de DACA, de los cuales más de medio millón son mexicanos.

Como candidato, López Obrador prometió un lazo bilateral con Estados Unidos basado en el respeto mutuo. A poco tiempo del final del primer periodo de Trump, el presidente de México ha cosechado lo opuesto: una relación desequilibrada basada en demandas y caprichos de Estados Unidos, y acatamientos y gratitud denigrante por parte de México. López Obrador se va de Washington con las manos vacías, tras alabar al presidente estadounidense más activamente antimexicano de los últimos tiempos. Ninguna sesión de fotos podrá ocultar eso.