La imagen del Che
Utilizada aun hasta hoy como figura central en cuanto movimiento o concentración toma las calles para protestar ya sea por el orden establecido, o en reclamo a la adopción de formas de gobernar contrarias a una determina manera de ver las cosas. El Che, probablemente ha sido una de las figuras más emblemáticas para quienes creían que la lucha contra lo que denominaban el imperio de EEUU era la llave para la liberación de los pueblos. Se le atribuye, al respecto, la siguiente afirmación: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
El paso de los años, si miramos más allá, ha demostrado que esa visión y el método utilizado para plantear ideas o defender ideales, constituyó un yerro. Cobra por tanto, para nosotros, mayor relevancia su figura y lo que representó para una generación — de la cual no forme parte no solo por razones de edad, sino por la forma que tengo de ver la realidad — que comulgó con sus ideales, con sus métodos de lucha y con los objetivos que perseguía. Está por demás decir que el paso de los años y cómo murió, contribuyó a acrecentar su imagen y figura.
Probablemente si en este momento estuviera con vida, no tendría el magnetismo que hoy tiene. En todo caso, luego del fracaso en el Congo, el Che encontró en Bolivia el escenario perfecto por donde irradiar su revolución, habida cuenta que en términos geográficos el país limita con otros tantos, y porque el nivel de educación de ese entonces (1966-1967) era perfecto para su planes. El desenlace final de la aventura guerrillera que encabezó la conocemos todos, así como los hechos que precedieron a su captura y a la de otros tantos guerrilleros que ingresaron en territorio de un país soberano para alzarse en armas. Queda claro, además, que esa suerte de obsesión que hasta ahora agobia a muchos políticos y que tiene que ver con el rol de EEUU en el contexto internacional, se convirtió en el pretexto para encarar actos de salvajismo en lo que se conoció como La Guerrilla de Ñancahuazú.
Y es que más allá de cualquier motivación ideológica o de la existencia de ideales que propendan una mayor justicia social, el camino nunca puede tener como objetivo el asesinato y la pérdida de vidas humanas. Las revoluciones no se las hacen con armas y sangre, como gusta a muchos, sino con iniciativa, entereza y determinación para cambiar lo que está mal y mejorar lo que está bien. La guerrilla ingresó a suelo boliviano y en marzo de 1967 asesinó a soldados bolivianos en un primer acto de declaratoria de guerra interna que fue la que, obvio es, alertó de la presencia del Che en Bolivia. Evidentemente, la lógica reacción del Gobierno de entonces fue la de reprimir la asonada guerrillera. Lo hubiera hecho cualquier Gobierno que se precie de tal. No es posible en términos de gobernabilidad, adoptar una conducta pasiva ante situaciones extremas que ponen en riesgo la seguridad nacional.
No olvidemos que bajo similares argumentos, el actual Gobierno justificó la acción que llevó a cabo en el Hotel Las Américas, al abatir al amparo de la oscuridad, a súbditos extranjeros. Siendo así, las acciones llevadas a cabo en octubre de 1967 respondieron al deber de las FFAA de proteger la integridad de la Patria y quienes estuvieron presentes, cumplieron la sagrada misión que honra la trayectoria de un militar, así el damnificado haya sido el Che y sus acompañantes.