Los Estados Unidos festejó este 4 de julio el Día de la Independencia, otro día teñido de sangre.
Quien cree realmente que el expresidente Donald Trump quería adjudicarse un autogolpe de Estado, está loco. Las secuencias de la toma al Capitolio por parte de sus simpatizantes armados y en disfraz ridículo de Búfalo Bill no deja de ser un golpe de efecto contra el exmandatario. Que hayan estado todos armados no prueba nada en un país en el que las matanzas son parte del diario vivir; a los que pretenden acusar a Trump por eso, están jueces y fiscales, todos locos. Testigos y más testigos han desfilado y declarado durante el año y poco del Gobierno de Joe Biden contra Trump para sepultar definitivamente sus aspiraciones a una reelección.
La democracia norteamericana se lo quiere sacar de encima. Los demócratas que apenas llegar al poder enraizaron la viscosidad de una guerra en Ucrania. Son malas noticias para el mundo democrático. “Si yo hubiera sido presidente no hubiera habido guerra”, pontificó el republicano desde alguna de sus cadenas inmobiliarias. Y no lo hizo sin razón. Había estado más cerca de lograr acuerdos con Rusia y China, ejerciendo presión, y mantenía sintonía con quienes son el prototipo antisistémico del planeta.
El asalto al Capitolio era el susto que había que provocar a la consentida élite demócrata enquistada en sus devaneos autoritarios. Ayer, los EEUU cumplieron 246 años desde su separación del dominio británico y había que festejarlos a lo grande denunciando las macabras intensiones de Trump. Su conducta golpista, sus coqueteos con la Rusia de Putin.
Trump, el del jopo volador, resulta un idiota para cualquier demócrata por la insana actitud de haber minimizado la pandemia y calado la maledicencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) al recortarle fondos para evitar seguir subvencionando al mundo de las enfermedades. En otro extremo, que Trump haya exigido a la multimillonaria industria tecnológica, que comience de una vez por todas a pagar sus alocadas ganancias; convertirlas en tributos y regular sus contenidos, no podía ser más democrático que cualquiera. Así como el haber llevado a los Estados Unidos a tiempos de inusual bonanza, una idea de locos.
Las alegorías que sobrevolaron su gentil enfrentamiento con el mass media norteamericano, dominado por el “imperialismo cultural” como en la Guerra Fría, no parece tampoco una mala idea del loco Trump. El expresidente se acicalo con advertencias a todos ellos. En eso no tuvo límites.
EEUU celebró su independencia con la pieza de una coreografía prestada. Con un Joe Biden tocando el abismo de la inflación y con una creciente impopularidad. No solo la crisis económica, también la deconstrucción de una narración demócrata compuesta de males mayúsculos como las irreproducibles matanzas que se registran en el país.
Nada atenuado, una celebración teñida de sangre por la desequilibrada composición de factores que vulneran el paraíso de una democracia única y espectacular que se construye detrás de la brecha de contrastes hedonistas. A los pies de un expresidente a quien se lo ha puesto en la mira del espectáculo sangriento que culminó con al menos seis muertos y 24 heridos por un tiroteo en el día de su independencia.