La Industria del conflicto

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El conflicto por su propia naturaleza, está presente en todos los ámbitos del quehacer diario. Ya sea en sociedad, familia, empresa, círculo social, religioso o deportivo, las facetas que se desarrollan en torno a él tienen gamas diversas que hacen que el tema adquiera niveles de complejidad. Nada nuevo anoto al señalar que un determinado estado de situación tiene variantes que se encasillan en disputas sociales, en intereses grupales o incluso en el propósito de predominio de valores -relaciones sociales de por medio- que tantas conflagraciones ha ocasionado.

En Bolivia, la situación no tendría por qué ser diferente. Los matices que nos caracterizan en términos de conflictividad nos hacen especiales en cuanto a su génesis, manejo, desarrollo y culminación. Vivimos por tanto, cotidianamente en conflicto. Ya sea porque existen razones con raíces y raigambre social poderosas que generan una permanente confrontación social y hasta cultural en una sociedad atizada por discursos belicistas, o porque el Estado en su variante municipal, departamental y central, es incapaz de lidiar con él en términos de pacificación, mediación y solución. Si la causa para que surja uno ha sido mitigada, hay que buscar otro, ya que las relaciones sociales y las de la sociedad civil con el poder del Estado, solo se entienden a través de la confrontación, la reyerta y el pugilato. Ejemplo lacerante y actual: el asesinato de varios mineros cooperativistas y del viceministro Illanes.

Queda claro que el conflicto como tal, siendo una consecuencia hasta histórica de las relaciones sociales, es base de transformaciones también sociales, lo que no quiere decir que a título de ella, las sociedades deban constantemente hallarse en contienda. La evolución también debe encontrar cobijo en circunstancias en que las relaciones humanas asumen otro carácter admitiendo patrones de conducta diversos. Todo cambia, nada es perenne ni estático. Esta una de las razones para que sobre el conflicto y sus teorías mucho se haya escrito, desde Marx que señalaba que éste seguirá siendo parte de una estructura social mientras existan clases sociales, hasta los “conflictualistas liberales” como Dahrendorf, que hablaban de grupo social para identificarlo.

Sin embargo, a la gente poco habrá de interesarle las teorías respecto al conflicto y al entendimiento del comportamiento humano. Los hechos nos enseñan que los ciudadanos están cansados de esta recurrente “hostilidad conflictiva” que nace de las relaciones de clase o de grupos sociales. Cuando en otros lados del orbe se ha logrado superar las barreras teóricas que a muchos políticos gusta y se ha trabajado pensando en cubrir las necesidades de la gente antes que la creación de laboratorios sociales, el conflicto se ha reducido al punto de limitarse la gestión colectivista de ciertos sectores acostumbrados a él.

La mala noticia es que en Bolivia seguimos anclados en esta suerte de conflictividad en la que no hay suficiente Estado porque no existe institucionalidad preventiva ni mediadora. Antes al Gobierno del MAS, el propio MAS era el responsable de la articulación del conflicto social en las calles. Ya en el Gobierno, se escucharon voces oficialistas que señalaban que con el MAS controlando los movimientos sociales, la lógica conflictivista radiografiada en las calles por movilizaciones, paros y bloqueos, iba a minimizarse. No fue así. La realidad es que en el pasado no se asesinaba viceministros, ahora sí.

En el pasado moría gente en los conflictos, ahora, pese a los augurios, también. En resumen, somos una auténtica industria del conflicto. Si no lo hay, lo inventamos. La otra mala noticia es que a falta de institucionalidad, hasta socios y cogobernantes se permiten ingresar al terreno de la escaramuza, y con luto por delante.

 

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