Anthony Burgess (1917-1993), autor del libro 1985, que uso márgenes para contrarrestar 1984 de Orwell y de otros tipos La Naranja Mecánica, dijo en una de sus últimas entrevistas antes de morir que se arrepentía de haberla escrito. El argumento usado en autocondenación era que, hasta su muerte, después de escribir la novela hace más de 60 años (1962), había gente que lo apuntaba como culpable de la violencia pandillera en Inglaterra. No es poco, pero tampoco mucho si añadimos la metáfora sobre la conveniencia de escribir para provocar impacto. No es que el autor de La Naranja Mecánica (A Clockword Orange, adaptada al cine por Stanley Kubrick en 1971) tenía que defenderse; reaccionó a las dudas del imposible de una sociedad moral, un modelo que no se aplica en La Naranja Mecánica (“mejor ser bueno por voluntad que malo por obligación”). Burgess, predijo, como todo buen escritor, los síntomas posteriores a una sociedad avanzada y decadente. El personaje central de la obra (Alex) acaba recibiendo electroshock para debilitar el instinto animal, una salvedad inhóspita de flagelamiento poco ortodoxo en tiempos “civilizatorios”.
Burgess fue reflexivo en la entrevista, claro. Ayer el inefable Elon Musk, ha delineado el futuro de la mente, en una de sus compañías (Neuralink), que acaba de implementar un chip cerebral a un humano con gastos pagados, después de haber matado a una decena de monos en los laboratorios de experimentación. Finalmente, un mono logró controlar con su pensamiento la consola de un juego electrónico.
Lo que viene es una larga fila de jóvenes dispuestos a someterse voluntariamente a la implementación de ese electrodo para controlar sus movimientos sin manejar influencia al límite de factores externos. Musk ha bautizado el nuevo producto ´Telepatía´ que permitirá controlar un móvil u ordenador con el pensamiento. “Los primeros usuarios serán aquellos que han perdido el uso de sus extremidades” dice Musk, escribiendo el tono curativo de esta realidad virtual. “Imaginen si Stephen Hawking se hubiera comunicado más rápido que un estenógrafo o un subastador. Esa es la meta”, afirma el hombre más rico del mundo.
Burgess ha debido saltar de su tumba al oír esas declaraciones. No faltará quienes lo hagan responsable de este otro experimento por los avances de la neurotecnología, para la que él dispensó elocuencia ficticia en su obra; una realidad.