Las FARC asesinan a equipo de prensa ecuatoriano

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Foto: Reuters

Cuando ya nos habíamos olvidado o estábamos por olvidar el sufrimiento provocado por el grupo terrorista colombiano las FARC, que tras un prolongado proceso de paz que duró varios años culminó con el cese de hostilidades algo ficticia en soluciones que no parecen mágicas, una de las facciones activas del grupo terrorista acaba de proferir un duro golpe a la libertad tras asesinar cobardemente a un grupo de tres periodistas ecuatorianos que habían incursionado en su territorio. Los tres fueron ejecutados en medio del dolor de sus familiares y de un país Ecuador, que siguió el sufrimiento hasta la hora final. Un sentido homenaje para los periodistas Javier Ortega quien vivía tranquilo en España, pero regresó a Ecuador a los 18 años para cumplir su sueño de ser periodista. El llamado de la vocación lo sintió tan claro que decidió prepararse en su país y convertirse en comunicador. Empezó, como la mayoría, siendo pasante en un medio, y así con esfuerzo fue ascendiendo hasta llegar a diario El Comercio, uno de los de mayor trayectoria del país. Un día salió a trabajar… y no volvió. Con él iba Paúl Rivas, el encargado de captar las imágenes. Él llevaba el oficio en la sangre, ya que su padre también había sido fotógrafo. Además de disfrutar su trabajo, buscaba transmitir sus conocimientos a su única hija, como quien intuye que su paso por este mundo podía ser fugaz y sentía el compromiso de dejar un legado. Un día salió a trabajar… y no volvió.

El mayor de los tres era Efraín Segarra, a quien de cariño llamaban “Segarrita”. Tenía 60 años y más de media vida la había pasado sobre las ruedas. Durante 16 años acompañó a periodistas en sus coberturas, en esas aventuras en las que la adrenalina invade, el temor casi paraliza, pero la responsabilidad de cumplir con la misión es la motivación para continuar. Efraín lo sabía y aunque se sentía nervioso, como le contó a su familia en su última comunicación, no desistió. Por eso, un día salió a trabajar, a trasladar a un equipo periodístico, a conocer una situación que necesitaba ser contada… y no volvió.

Los tres aparecieron encadenados, abrazados, mirando fijamente a una cámara, mientras trataban de no quebrarse, seguramente para no preocupar a sus familias, para no causar sufrimiento a sus seres queridos, para transmitir calma y aferrarse así a la esperanza de retornar a sus hogares, de abrazar nuevamente a los suyos. Pero no ocurrió. Fueron silenciados por un grupo armado al que se le permitió actuar en el país, gracias a una política de fronteras abiertas durante años, potenciada por la incapacidad para manejar la crisis. Falló el Estado. Fallaron las autoridades ecuatorianas. Y sus errores los pagan hoy tres profesionales, que expusieron sus vidas para mostrar a la ciudadanía lo que ocurría en la provincia de Esmeraldas, aquello que nadie mostraba, que nadie cubría. Una zona en la que el crimen sigue siendo una salida.