Las reaperturas marcan una nueva fase: el ensayo y error global

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A medida que los países relajan las reglas del confinamiento, sociedades enteras se están convirtiendo en conejillos de indias de lo que funciona y de aquello a lo que están dispuestas a renunciar.

 

El mundo está entrando en un periodo de experimentación de alto riesgo, en el cual ciudades y países sirven como laboratorios al aire libre para saber cómo poner fin a la cuarentena con mayor seguridad y eficacia en medio del coronavirus.

Los gobiernos, incapaces de esperar indefinidamente a que la ciencia responda a cada enigma sobre qué hace que las infecciones se disparen en algunas circunstancias y no en otras, están impulsando políticas basadas en una comprensión creciente pero imperfecta del virus.

Y con poco consenso sobre la mejor manera de equilibrar la salud pública y las necesidades sociales y económicas, las sociedades se abren camino con ayuda de soluciones intermedias, que serían desgarradoras incluso con mejor información sobre los posibles costos de cualquier política en las vidas y el modus vivendi.

“Estamos en medio de un periodo de ensayo y error a nivel mundial para tratar de encontrar la mejor solución en una situación muy difícil”, explicó Tom Inglesby, director del Centro de Seguridad Sanitaria de la Universidad Johns Hopkins.

La primera ola de reaperturas, principalmente en Asia y Europa, nos da atisbos de lo que podría convertirse en un proceso continuo de experimentación y recalibración.

Cada política, como el distanciamiento de los estudiantes en las escuelas danesas o los controles de temperatura en los restaurantes de Hong Kong, si bien se basa en el conocimiento científico y en la relación costo-beneficio calculada, también es una prueba de lo que funciona, de lo que vale la pena y de lo que la gente aceptará.

Aunque la experiencia adquirida en la vida convertirá algunas incógnitas en conocimientos, muchas preguntas pueden quedar sin respuesta durante la que se espera que sea una crisis de uno a dos años.

Eso incluye la que puede ser la pregunta más difícil, pero la más urgente de todas: ¿cuál es el valor de una vida salvada?

Los países no tienen más remedio que adivinar los cálculos éticos que les revuelven el estómago. ¿Cuántas vidas deberían arriesgarse para salvar a mil personas del desempleo? ¿Para evitar que una generación de niños se atrase en la escuela? ¿Para salvaguardar una sensación de normalidad?

Aunque Inglesby enfatizó que “hay muchos principios basados en la salud pública y el sentido común” que les sirven como guía, “no hay un plan de acción para esto”.

Muchos países han modelado sus políticas, en parte, con base en la forma en que sortean las lagunas de conocimiento sobre el virus.

Por ejemplo: ¿estar al aire libre limita drásticamente la transmisión?

Lituania, en la creencia de que así es, está cerrando las calles de la capital para permitir que los restaurantes y bares abran sus puertas para dar servicio solo al aire libre.

Otros están poniendo a prueba esta hipótesis con mayor moderación. Bangkok está reabriendo los parques, pero prohíbe la mayoría de las actividades colectivas. Sídney reabrió las playas para nadar y surfear, pero no para tomar el sol ni socializar.

Otro misterio: ¿con qué facilidad y amplitud transmiten los niños el virus?

Algunos países están reabriendo las escuelas, tomando un riesgo calculado con base en los indicios de que los niños podrían estar relativamente seguros, mientras imponen restricciones para los casos en que no lo estén.

Dinamarca abrió las escuelas a los niños más pequeños, quienes se cree que corren menos riesgo, pero con restricciones en cuanto al número de alumnos por grupo.

Alemania, mientras tanto, está invitando a volver a la escuela a los niños mayores que, según se piensa, podrían presentar un mayor riesgo de transmisión pero que cumplirán mejor con las normas sobre el uso de cubrebocas y distanciamiento.

Hay otro conjunto de incógnitas: aquellas relacionadas con el comportamiento de las personas.

El gobierno de Corea del Sur está apostando por ciudadanos que observan voluntariamente una letanía de pautas sobre interacciones cotidianas, como inclinarse en lugar de abrazarse en los funerales.

En otras áreas es menos confiado, y se aplican multas y monitoreo digital para hacer cumplir las cuarentenas obligatorias a aquellos que se cree tuvieron contacto con una persona infectada.

California permitirá que algunos negocios ofrezcan servicios en los que los clientes podrán recoger los productos en las aceras, con la esperanza de que suficientes trabajadores y consumidores lo acepten y con la suficiente seguridad como para detener la caída libre de la economía sin el resurgimiento de infecciones.

Georgia, mientras tanto, levantó las restricciones a las empresas solo para descubrir que los clientes no estaban dispuestos a regresar.

Cualquier medida de reapertura tiene como objetivo “equilibrar al menos tres cosas distintas”, dijo Ezekiel J. Emanuel, presidente del Departamento de Ética Médica y Política Sanitaria de la Universidad de Pensilvania.

Estas son: mantener bajas las infecciones para evitar la saturación de los servicios de salud; mantener bajas las muertes, lo que implica detener las infecciones de mayor riesgo, y controlar las cargas económicas y sociales.

Sin embargo, incluso si esperamos que una política determinada mejore una medida y empeore otra, las lagunas en el conocimiento sobre el coronavirus hacen que no sepamos por cuánto.

“Es evidente que encontrar el equilibrio correcto es el principal problema. Es muy difícil”, comentó Emanuel.

Por ejemplo, los funcionarios alemanes que reabrieron parcialmente las fábricas no tienen forma de prever cuántas personas se enfermarán ni cuántos empleos se salvarán como resultado.

La única manera de saber con seguridad si los beneficios de una política valen sus costos es, en muchos casos, ponerla a prueba y observar lo que sucede.

Entonces, cada paso hacia la reapertura también es un conjunto de experimentos con sociedades enteras que sirven como conejillos de indias o, si lo prefieren, como exploradores que se adentran audazmente en lo desconocido. De cualquier manera, pocos esperan que el proceso sea inocuo.

“Creo que es poco probable que consigamos el equilibrio correcto al principio, ya que es la primera vez que hacemos algo así”, explicó Inglesby.

Por supuesto, las cifras de contagios de Alemania aumentaron, aunque de manera lo suficientemente modesta para que el país continúe su lenta reapertura.

India, en cambio, experimentó un aumento más marcado después de que se levantaron algunas restricciones, lo cual aumentó la posibilidad de regresar al cierre, como ya ha sucedido en algunas ciudades chinas.

Incluso los experimentos fallidos pueden ofrecer lecciones duramente ganadas permitiendo, en teoría, que cada reapertura sea más segura que la anterior.

“¿Hay un resurgimiento de casos a partir de patrones particulares de flexibilización del distanciamiento social?”, preguntó Inglesby. “¿Descubrimos que hay casos que ocurren en el transporte público? ¿Funcionan las medidas que Hong Kong está implementando con los restaurantes?”.

Pero hay un inconveniente: las ciudades y naciones tienden a cambiar varias cosas a la vez, y eso dificulta aislar lecciones específicas. Una política puede parecer fracasar en algunas circunstancias y ser exitosa en otras, lo que hace más lenta la capacidad de los países de aprender de otros.

Incluso si el mundo pudiera cuantificar con certeza en qué medida afecta una política determinada tanto al virus como al bienestar social, no existe una fórmula para equilibrar ambos elementos.

Eso ha obligado a los líderes mundiales a enfrentar una interrogante con la que los especialistas en ética han luchado durante años: ¿cuánto debe la sociedad estar dispuesta a sacrificar para salvar una vida?

En otras palabras, ¿cuántas personas deberían quedarse sin trabajo para salvar una vida, sabiendo que el desempleo prolongado está asociado con la reducción de la esperanza de vida? ¿Cuántas muertes deberían permitirse si con ello una comunidad puede mantener la fábrica local en funcionamiento?

“Una de las cosas que es nueva aquí es el sacrificio del futuro a largo plazo de la gente”, comentó Emanuel, especialista en ética médica.

Sin fórmulas o respuestas fáciles, dijo: “Alguien tiene que hacer esos sacrificios. No sé qué más hacer”.

Para el presidente de Estados Unidos, Donald Trump -más que para cualquier otro líder hasta ahora-, las ventajas de la reapertura superan incluso el riesgo más extremo: también se encuentra entre los pocos líderes que presionan para reabrir a medida que los casos continúan al alza en muchas partes del país. Eso, advierten los expertos, podría traer más daño que alivio económico.

Otros cursos de acción exigen sopesar la vida humana contra las libertades civiles, la inequidad social e incluso el valor cultural.

Corea del Sur está tomando medidas para reiniciar su liga de béisbol, que es tanto un negocio como una fuente de diversión para millones. Hong Kong está permitiendo algún acceso a las bibliotecas.

Y los estadounidenses ya están debatiendo si hay un punto en el cual la aplicación del distanciamiento social, a través del monitoreo, multas o coerción directa, conlleva costos inaceptables a la libertad individual.

Las que en un principio son cuestiones económicas o de salud pública se convierten rápidamente en cuestiones de filosofía y valores, pues no hay otras maneras de responderlas.

¿Qué tan agresivas deben ser las escuelas en la reapertura? Los nuevos brotes podrían poner en peligro a los adultos mayores o a las personas con enfermedades preexistentes. Pero un año de escuela perdido puede rezagar a un niño de por vida.

¿El valor de reabrir parcialmente un sitio cultural como Broadway se mide solo en términos económicos, o también en términos de la felicidad que trae a los espectadores y su contribución a la cultura? ¿Es eso suficiente para poner vidas en riesgo?

Las concesiones en la libertad y la privacidad, que ya se están haciendo en la individualista Corea del Sur, quizá perduren después de que la pandemia haya terminado. Las decisiones que se tomen podrían sumarse a las sociedades reconfiguradas en torno a los valores que las informaron.

A medida que las consecuencias de esas elecciones aumenten, los costos de la lucha contra la pandemia se harán más claros cada semana.

“Va a ser un acto de equilibrio muy difícil”, afirmó Inglesby.

 

 

Max Fisher es un reportero internacional y columnista que reside en Nueva York. Ha reporteado desde cinco continentes sobre conflicto, diplomacia, cambio social y otros temas. Escribe The Interpreter, una columna que explora las ideas y el contexto detrás de los grandes sucesos mundiales. @Max_Fisher • Facebook