Nunca en la historia de una nación poderosa como son los Estados Unidos se han visto signos de descomposición tan evidentes entre sus elites gobernantes. Mientras el presidente Biden hace discretamente el símbolo de la paz y felicita a la flamante presidenta de México, al mismo tiempo hace un juego de arenga anunciando que prepara una orden ejecutiva que le permita cerrar la frontera con México. Tales síntomas de descomposición han deteriorado la imagen del mandatario en las encuestas para las elecciones norteamericanas que se celebrarán en noviembre; el candidato demócrata a la reelección se pone al borde de una arritmia acumulativa de errores que le pueden costar caro.
Mientras eso pasa en plena Casa Blanca, el Partido Demócrata que hasta el pasado viernes se componía de entusiasmo por la condena contra el expresidente Donald Trump sentenciado por 34 cargos penales–por cada delito a cinco años de cárcel, saqué usted mismo las cuentas de cuantos años tendría que pasar en la cárcel el del jopo amarillo- ha quedado nuevamente a la vera de un camino cimentado de adversidad ya que a poco de conocerse el veredicto un ola de donaciones a la campaña republicana parece descomponer la fiesta de los demócratas estadounidenses.
Los astros desbordantes se han alineado abiertamente a favor de Trump, no como la víctima de una campaña efusivamente política, con un jurado que ha tirado sus cartas descaradamente sobre la mesa, el mazazo oficialista, sino retrotrayendo anteriores hechos tan bochornosos como el sobreseimiento al entonces Bill Clinton por un affair con una pasante en el Salón Oval, son en suma hechos que pesarán en el electorado a la hora de definir quién es peor para ejercer la presidencia de la nación más poderosa y la democracia número uno, si aún mantiene el lugar.