El exministro de Evo Morales, Carlos Romero debió meditar profundamente para salir a la carga en los espacios que le facilita la prensa para exponer sus teorías conspiranoicas, o pasado el susto apremiante de su detención en noviembre de 2019, ha puesto a funcionar todo un cuerpo de información dedicado a la actividad del narcotráfico y las organizaciones criminales que la promueven en Bolivia. Según recogen sus propias palabras.
El dicho popular dice que uno se cura en salud cuando espera que algo no repercuta de lleno al tratar de salir del paso de situación comprometida, algo que resulta muy delicado para una exautoridad que asegura que en su gestión se combatió al narcotráfico como nunca antes en Bolivia, a pesar de la sonada expulsión de los organismos de interdicción la NAS y la DEA que operaron hasta poco después de la llegada de Evo al poder en 2006. Que se aplicó una especie de nacionalización de la lucha contra el narcotráfico, dice que permitió en su gestión la erradicación neta de 1500 Has de plantaciones de coca, que cuando dejó el Gobierno existían 20.200 Has y que en dos años hay 31.000 Has a un ritmo de crecimiento progresivo y peligroso, siempre de acuerdo a sus propias palabras.
Para colocarle el cherry a este desagradable pastel que nos hornea Romero todos los días si por él fuera en conferencias largas de nunca acabar, dice que “el ingreso de precursores está desbordado”, “la materia prima desbordada” y las acciones de interdicción descontroladas”. Para enfatizar con dramatismo el asunto, cuenta que al país se interna coca peruana y que Bolivia se ha vuelto en cortos dos años, desde la llegada de Luis Arce al Gobierno en un narco Estado. Afirmación terrible si tomamos en cuenta las variaciones de la actividad, sus precios y el escenario oprobioso que difumina.
No contento con esos ribetes de escándalo público -que no son porque lo que dice parece no ser tomado muy en serio-, Romero añade malestar incómodo en ciertos niveles del Gobierno al apuntar protección del esquema oficial a la actividad ilegal buscando debilitar a las autoridades encargadas de combatir el narcotráfico en Bolivia.
Para referirse a la actividad usa palabras como “avance descomunal” y añade que “hemos visto coordenadas de expansión de la actividad”, como si cerca tuviera un radar de los que nunca llegaron a Bolivia a pesar de haberse adquirido equipos que no funcionaron. El exministro combina en su ataque algo de la filosofía de Zygmund Bauman con eso de que lo líquido y de que “hay el riesgo de que el narcotráfico venga a por nosotros”. No se da cuenta Romero cuando dice usando una muletilla demasiado expuesta “que vendrán por nosotros”. A quién se refiere, si está hablando de Bolivia la denuncia es gruesa y si se refiere a grupos criminales que vengan por otros grupos criminales, está concretando una guerra entre carteles como ocurre en Tijuana o Sinaloa. Dice Romero que hoy los carteles de la droga se están disputando territorios en Bolivia, así de grave.
Describe con prontitud cuando la prensa le pide que describa qué entiende por narco Estado. Dice sin remordimiento como a quien no le importa que “el narco Estado es un estado paralelo, oscuro y corrupto, un establishment criminal que regula el crimen organizado”. Así de delicada está la cosa y si lo dice Romero algo habrá de verdad en esta sarta de declaraciones ofensivas. Y aun sostiene un estribillo para mantenerlo al margen, algo así como que es mucho “para mí gusto”. Nadie se atrevió antes a sentar semejantes denuncias.
La cosa esta que arde lo digo yo y Romero añade como al alimón que “nosotros –de nuevo no se entiende con claridad a que “nosotros” se refiere, “miramos a un costado”.
Mañana continúa porque el material es extensivo a todos “nosotros”.
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