Marco Rubio, cubano anticastrista, ha ganado la nominación de uno de los puestos más influyentes de la política norteamericana.
Languidecer en el ocaso no es precisamente una buena comparación para la nueva administración norteamericana. Ganó con una mayoría abrumadora que se venía venir en el firmamento de un país profundamente evangélico que se dio cuenta que el fiel sentido de la democracia y sus valores conservadores de familia e igualdad estaban siendo abusivamente lacrados por otra “casta” de impúdicos y poderosos millonarios (varias estrellas de Hollywood entre ellos).
Si por estos días la atención total ha estado centrada en la victoria del republicano Donald Trump y en sus acompañantes de la línea dura, no explica del todo la ambientación de un retrato híbrido que cuelga en la Casa Blanca, el centro del poder en los Estados Unidos. La nación más poderosa desde la Segunda Guerra Mundial, la que se alzó como exponente indiscutible de la industrialización (cosa que debería imitar el boliviano Arce que habla de industrialización sin comprender ni la a ni la z de lo que se trata) ha caído casi a los pantanos y está a punto de estallar en una polarización que probablemente la detenga (en partes) quien desde enero se hará cargo de las riendas del país.
Pero para el del jopo amarillo sería imposible impedir el ascenso de las potencias con las que tendrá que hacer nuevos y buenos negocios si no se quiere hundir a EEUU en el pantano definitivo por más Rubios que se empeñen en volver a dominar el mundo.
Las teclas han saltado como en los conciertos que acaban en disputas, intentos de asesinatos, insultos y apodos para unos, chistes de mal gusto para otros y recompensas funestas para los que vayan presos.
Los simpatizantes de Trump saldrán de las cárceles para ponerle un poco de entonación al país, para tratar de reconfigurar la disputa que se vive cerca; con dos guerras que son suyas de alguna manera por las que deberán pagar el precio (Medio Oriente y Europa).
Con este panorama casi en llamas, el secretario de Estado nominado, Marco Rubio, hace anuncios irreverentes como que será duro con China. Ese por supuesto es un chiste de mal gusto, a pesar de los temas que los separan (aranceles, microprocesadores entre muchos otros), la China se ha convertido en una potencia económica de talla universal y será un poco difícil prescindir de ellos en esta nueva configuración en la que los asiáticos dominan casi todo con su Ruta de la Seda. No sentarse a dialogar con los rojos de Mao es una irreverencia de palabra.
Rubio es un halcón, aunque de verdad los verdaderos halcones norteamericanos son sus Fuerzas Armadas que desplegarán más que nunca una soldadura autógena para imponer supremacías que, incluso con Elon de jinete apocalíptico, buscarán medir el equilibrio en medio de un panorama que genuinamente está lejos de la posición dominante, los guardianes del mundo que alguna vez fueron.