La polarización empobrece el debate político
Existe una imperceptible mirada que atrae en particular al elector decepcionado con que se le juegue el voto. En la última década la elección de autoridades se ha convertido un tormento que incorpora una palabra que corresponde más al psicoanálisis o a la psiquiatría consultiva que a la política electoral. Y esa palabra se denomina odio. La gente vota por el candidato que menos odia.
En esta última década se ha desvanecido la atracción que antes podría atraer un candidato para inclinar el apoyo del elector a una determinada persona, sea por afinidad, aptitud o cierto tipo de empatía.
De las elecciones en EEUU
En las elecciones de 2016 en EEUU el nivel de desprecio a los candidatos presidenciales incorporó este debate que en lugar de disipar dudas ha crecido por el mundo. El candidato republicano Donald Trump contaba con la desaprobación del 53% del electorado, mientras su rival, la candidata demócrata, Hillary Clinton, era reprobada por el 40%.
KKK
Esos niveles de repudio estuvieron cerca en relación al rechazo del 69% al candidato David Duke exlíder de la organización racista Ku Klux Klan (KKK) que postuló en las primarias de 1992 por el Partido Republicano. En las últimas elecciones bolivianas, aunque la tendencia antes que al apoyo era al rechazo, el ganador de ese proceso, Luis Arce no tenía la semblanza de un presidenciable y en los sondeos su rechazó escaló a más del 30%.
La campaña de ese partido se focalizó en dos aspectos que no disminuyeron el rechazo, pero crecieron el nivel de apoyo del electorado; primero por considerar que era el más aptó para manejar la economía y porque proponía una conciliación entre bolivianos.
Sus oponentes mantenían niveles aún más altos de desprecio. Subían la barrera del 45% porque el elector no los veía con capacidad de enfrentar con firmeza la crisis económica y por sus titubeos en cuanto a la necesidad de manejar el país con firmeza.
No hay por delante proceso electoral a la vista. En su primer año de gestión el presidente Arce volcó su evaluación a destacar los logros económicos de su Gobierno, atacó a la derecha, volvió a hablar del golpe y visualizó un futuro de la economía alentador. Ha trazado un horizonte para el 2022 con un crecimiento del 5.1%. Ese encantamiento parece singular en la medida que el presidente cumpla sus promesas. Ahora mismo el elector está irritado con las respuestas que la clase política ofrece a la sociedad.