Mientras los brasileños electrizan los estadios, las agrupaciones oficializan candidaturas y negocian listas
El pasado 27 de mayo, cuando Enrique Peña Nieto despidió al equipo mexicano que partía hacia Río de Janeiro, hizo que los jugadores juraran la bandera en un ritual de Estado. La anécdota confirma que el fútbol es uno de los factores más eficaces para condensar identidades colectivas. Por eso los seleccionados metaforizan la nacionalidad. Los políticos buscan servirse de esa empatía para seducir a sus votantes. Pero, como está demostrando el Mundial de Brasil, no siempre el método funciona.
Cuando conquistó para su país la sede de la Copa y de los Juegos Olímpicos de 2016, Luiz Inácio Lula da Silva pensó en agregar una dimensión deportiva a un protagonismo universal. Era 2007. La bonanza brasileña fascinaba a los inversores. Y la cancillería ensayaba una mediación con Irán con la fantasía de conseguir un sitio permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La historia tuvo otras ideas. Para Dilma Rousseff el Mundial se convirtió en el juego de las lágrimas. El ruido de las obras se mezcló con el de las protestas. En el partido inaugural la presidenta, que compite por la reelección, fue sometida al insulto ensordecedor de las tribunas. “Fue un ataque de las élites blancas”, se indignó Lula. Pero no fue convincente. Según la consultora Ibope, la confianza en Rousseff cayó 5 puntos después del episodio. El gobierno temió encontrar en la fiesta deportiva el sepelio de su programa electoral. Los candidatos de la oposición, Aécio Neves (PSDB) y Eduardo Campos (PSB), cautelosos, escondieron la navaja por miedo a que el malhumor los salpicara. Solo una gloria deportiva como Romario, diputado por el PSB, se atrevió a decir que “esta copa es una vergüenza para la nación”.
La política se replegó bajo su caparazón. Mientras los brasileños electrizan los estadios, las agrupaciones oficializan candidaturas y negocian listas. Neves fue proclamado el 14 de este mes; Rousseff se lanzó el 21; y Campos, el pasado sábado.
Cuando era presidente, Lula pasaba los fines de semana absorbido por el fútbol. Solo podían distraerlo por cuestiones muy urgentes. A pesar de esa pasión, Diego Maradona aún no ha conseguido entrevistarlo para su programa de TV. Sin embargo, Lula está asomando, de a poco, la cabeza. Hace 10 días bromeó con que Inglaterra había sido eliminada “porque no sabe jugar en estadios de tanta calidad”. El miércoles pasado dijo que la organización del campeonato tuvo defectos porque “Brasil es un país en construcción”. Y culpó a la prensa por el malestar social. Relampagueó de nuevo la posibilidad de una ley para regular al periodismo en caso de que Rousseff sea reelegida. Lula quiere concluir la polémica sobre el Mundial, aprovechando que no aparecen sobresaltos.
La campaña brasileña no pudo asociarse a la algarabía deportiva. Pero el vínculo entre fútbol y poder sigue activado. A pesar de que Rousseff no disfruta de esa fascinación global para la que Lula había pensado este torneo, en la trastienda de la Copa la diplomacia juega su partido.
Con el pretexto de alentar a la selección de Estados Unidos, Joe Biden se entrevistó a solas con la presidenta y terminó de disolver el conflicto con Barack Obama. Rousseff había exigido a Obama una disculpa pública por el espionaje al Gobierno brasileño. Como no la consiguió, canceló una visita a Washington. La exaltación de la dignidad nacional produjo una encerrona diplomática. Biden la despejó. Si retiene el poder, Rousseff no tardará en visitar la Casa Blanca.
La presidenta brasileña y Biden celebraron la reelección de Juan Manuel Santos porque garantiza la distensión entre Colombia y Venezuela, asegurando las negociaciones de paz con la guerrilla. El mantra regional de Brasil es siempre el mismo: la estabilidad es todo.
Santos visitó a Rousseff y le ofreció que Brasil oficie como mediador con el Ejército de Liberación Nacional. Washington aplaude la propuesta. Varios dirigentes del PT, como el asesor internacional de Rousseff, Marco Aurelio García, tienen una relación histórica con la guerrilla colombiana. Durante el Gobierno de Uribe, Brasil prestó servicios discretos en la liberación de secuestrados.
No siempre la política exterior va de la mano del deporte. El presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, faltó a la conferencia sobre migración infantil celebrada en Guatemala para acompañar a su seleccionado.
La cumbre futbolística modificó también la agenda de los BRICs. La asamblea que todos los años se celebra en marzo se realizará esta vez el 15 de julio, en Fortaleza. Fue para que Xi Jinping y Vladímir Putin asistieran a la final del campeonato. Jinping, a pesar de ser un hincha empedernido, está revisando ese programa. En cambio, Putin quiere estar en la tribuna. Rousseff tendrá que acompañarlo. ¿Habrá de nuevo insultos? Sería raro lo contrario. Ya lo dijo el gran Nelson Rodrigues: “En el Maracaná se abuchea hasta el minuto de silencio”.