Hay quienes aseguran que las elecciones no se realizarán como están previstas el 6 de septiembre. El cuadro político tenso no es el mejor en medio de un ambiente de malestar y denuncias que podrían convertirse en una escalada a la guerra sucia.
Hoy cuando uno ve en las calles a la gente con máscaras y alcoholes de desinfección, se pregunta si esto que se ve es la “nueva normalidad” y, en qué medida, podría afectar la realización de las elecciones generales programadas para el próximo 6 de septiembre. Cuando se revisan las estadísticas sobre el incremento de contagios y el número de muertos por la pandemia del nuevo coronavirus, la incertidumbre cala en lo más hondo. Bolivia ha pasado momentos dramáticos en su historia política, pero quizá ninguno como este, aleatoriamente de lo que representa la emergencia sanitaria cualquier resultado pende de una crisis económica que hace del panorama aún más incierto.
Infectólogos y salubristas creen que la exposición al virus permite el contagio, por lo tanto, acudir masivamente a los recintos de elección sería una locura ante el anuncio de las autoridades de que los casos podrían llegar a fines de agosto por encima de los 100.000 contagios. Brasil ha postergado sus elecciones para escoger a sus autoridades estaduales que estaban programadas para agosto. Estados Unidos que debe realizar un proceso para elegir a un nuevo presidente, no ha declarado nada que por el momento haga pensar en la interrupción del proceso. Corea de Sur realizó unas exitosas elecciones en plena evolución de la pandemia. El resultado electoral ha sido excepcional en Corea del Sur. Quizá más vigoroso que excepcional, porque se vivió una fiesta. Aquí en Bolivia los hechos no parecen indicar ni de lejos que seamos Corea del Sur, disciplinada, confiada, moderna; Bolivia, al contrario, se autodestruye con una facilidad que eriza la piel. Las redes sociales, el medio por el que más se informan los bolivianos, abundan con mensajes discriminatorios: “lleno de gente ignorante e incapaz”. Sin embargo, un estudio de monitoreo de la maquineista Google dice que los bolivianos se encuentran entre las naciones más obedientes para quedarse en casa. Cierto o no, el pronóstico de la tecnológica es comprensible dadas las herramientas de control que posee. Saber dónde estás y medir tus salidas y entradas no es algo imposible para esa compañía.
Quiere decir que las elecciones en duda, podrían celebrarse con medidas extremas de protección que corresponden dictar al Tribunal Supremo Electoral. El órgano ya ha solicitado un presupuesto adicional de 250 millones de bolivianos para reforzar las medidas de seguridad. Su presidente Salvador Romero ha declarado que “ir a votar va a ser igual que ir al banco”. Los electores se han burlado de esa declaración. Lo común es la crítica enconada que le ha puesto un añadido de extrema polarización a este escenario confrontacional en el que vivimos hace exactamente ocho largos meses.
Pero la discusión no se acaba aquí. Bolivia atraviesa una emergencia sanitaria que se sumó a la crisis política que arrastra desde octubre pasado cuando miles de jóvenes salieron a reclamar un presunto fraude del oficialismo. Esa arremetida debilitó el proceso, hasta que después de 21 días de movilización y parálisis del aparato productivo, al fin el ex presidente Evo Morales abandonó el país en un hecho que ha sido considerado como una traición a las organizaciones que lo respaldaron. Sea como fuere, también hay importantes sectores que aseguran que no hubo fraude y sí un golpe de Estado. Mientras el secretario general de la ONU Luis Almagro defiende que hubo fraude, teoría a la que se suman importantes sectores de la población, hay países europeos que se resisten hasta ahora a reconocer al Gobierno de Añez admitiendo indirectamente esa hipótesis a la que se suman algunos influyentes medios de comunicación. El prestigioso The New York Times sustenta con análisis de expertos que no hubo fraude por lo tanto sí hubo golpe. Dos curiosas formas de enfrentar el país entre adeptos y adversarios de teorías conspirativas a las que se ha sumado la pandemia de la Covid-19 que ha polarizado al país, en este caso, entre quienes opinan que el manejo para combatir la emergencia desatada por el nuevo coronavirus ha sido deficiente, en tanto que los otros aseguran que el culpable es el Gobierno del MAS que no encaró los principales desafíos en salud y despilfarró los recursos en la compra superflua de aviones, helicópteros, en la construcción de museos para endiosar al caudillo o en su defecto, critican la enorme capacidad de construir estadios inútiles. Esa es la Bolivia que concurrirá a las urnas. Polarizada casi irreconciliablemente, lo que hace temer enfrentamientos aún peores.
Incluso con el país paralizado por la cuarentena decretada por el Gobierno el pasado 21 de marzo, los enconos han tomado forma de sublevación en algunos lugares del país, a los que se identifica de masistas, en su afán, dicen, de desestabilizar la gestión de la presidenta Jeanine Añez, que está pasando días lúgubres, arrinconada desde que decidió dar un salto mortal pasando de presidenta transitoria -con el único objetivo de convocar elecciones- a candidata prestada; lugar que la hace blanco de duras críticas. Una amplia mayoría de los bolivianos, según estudios de opinión confiables, afirman que la presidenta debía renunciar a sus afanes políticos y conducir al país a un puerto seguro ocupándose exclusivamente de atender la emergencia sanitaria y no así una campaña que se ha teñido de sombras. El índice de popularidad de Añez ha decrecido considerablemente.
Una escalada a la guerra sucia
En las últimas semanas también incrementó la guerra sucia, de la oposición contra el Gobierno y del Gobierno contra la oposición. No solo el MAS hace esfuerzos por desmontar los argumentos del oficialismo sobre su eficiencia para manejar la situación política y la crisis económica, sino que el resto de candidatos con chances de obtener un buen resultado en las elecciones, han decidido apuntar al Gobierno por su ineptitud e ingenuidad para encarar cuestiones de Estado, además de su falta de transparencia. Provocando temores en lugar de tranquilidad a la población. Este panorama es ideal para iniciar la guerra sucia todos contra todos con sinnúmero de estrategias y vastos canales de difusión. Por ejemplo, se dice que el escándalo por la compra de respiradores fue montado por el MAS. El comandante de un grupo de investigadores de la Policía Nacional armó una conferencia de prensa precisando detalles de llamadas y conversaciones entre los denunciados de montar el sobreprecio de los respiradores con dirigentes del MAS que residen en Argentina. Pero, a la par se ha sabido que el comandante de esa unidad de investigaciones de la policía no tiene la cara intachable. Es acusado ante la justicia por enriquecimiento ilícito y corrupción. O sea, un cuadro que pone en riesgo la honorabilidad de todos los actores políticos involucrados en pugnas que están llegando al hastío de la población, en medio de una cuarentena insostenible. El 80 por ciento de los bolivianos, no tiene empleo fijo, es decir subsiste a diario con los ingresos del comercio informal del que vive, que lo obliga a mantener un contacto permanente con las calles.
Los sectores acomodados entretanto, difaman a los informales tachándolos de “ignorantes” por romper la cuarentena y se victimizan de vivir en un país de “salvajes”. El Chapare, por ejemplo, donde radica la principal fuerza electoral del MAS es apuntada como el lugar donde se conformaron carteles de la droga que sustentaron al Gobierno del presidente Morales. Y donde están afincados los grupos más radicales que han roto la cuarentena haciendo caso omiso de las determinaciones del Gobierno. Ya se han registrado amagos de enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los cocaleros ¿Qué pasará si esa región ubicada a la vera del camino de la principal carretera del país llegara a desbordarse para evitar que otro Gobierno que no sea el del MAS, asuma el mando del país? Son preguntas que no tienen respuesta.
Hay otro frente de guerra incrustado en los poderes del Estado, se dice que el Poder Judicial sigue controlado por gente del anterior esquema y que desde allí se ejerce protección a los sindicados por corrupción. Por ejemplo, han salido de la cárcel a detención de régimen domiciliario los ex ministros Carlos Romero y Nemesia Achacollo que no deberían gozar de este beneficio. Lo propio sucede con la Asamblea Legislativa controlada por el MAS. La presidenta de la Asamblea Legislativa Eva Copa, a pesar de su inexperiencia maneja un poder paralelo que varias veces ha puesto en jaque al Ejecutivo. Estos enfrentamientos por el control del poder absoluto han subido los enconos en medio de disputas de que por qué el Gobierno de Añez no se ocupó desde el primer día de su mandato transitorio de barrer los residuos del masismo en la administración estatal. Las redes sociales están plagadas de comentarios que le han valido una indisimulada pérdida de credibilidad ¿Por qué Añez no se anima a cerrar la Asamblea Legislativa? Hay más de una respuesta para descifrar ese misterio. Y es que con Asamblea clausurada Añez sellaría el motivo por el que se dice asumió por un golpe de Estado.
“La polarización beneficia al actual Gobierno porque se podría quedar sentado en la silla presidencial hasta cuando haya concluido la pandemia del nuevo coronavirus y eso es tan incierto como decir que hay un acuerdo político entre el oficialismo y el MAS”, dicen los expertos políticos. Por el momento la fragilidad es la “nueva normalidad” que ha crispado los ánimos entre los defensores y los enemigos del MAS.