Desde un punto de vista práctico las empresas ahora deben estar atentas al Síndrome de Burnout entre sus empleados y pueden ayudar a detener la fatiga laboral.
A principios de la década de 1970, el psicoanalista estadounidense Herbert J. Freudenberger abrió una clínica gratuita en Nueva York para tratar a pacientes pobres. Él trabajaba de 10 a 12 horas al día en su consultorio particular y luego pasaba a atender su proyecto al que no tardaron en sumarse más médicos altruistas. Freudenberger rara vez terminaba sus actividades antes de medianoche. No demoró en darse cuenta que lo lindo del proyecto se estaba convirtiendo en un problema. Todos se estaban quedando cansados, gruñones y sin remedio.
El mismo médico catalogó las complicaciones por las que estaban atravesando como Síndrome de Burnout, un estado de extrema extenuación permanente provocado por excesivo trabajo. Quienes participaban del proyecto sentían “dolores de cabeza, trastornos estomacales, dificultades para dormir y falta de aire”. Era la primera vez en la historia de la medicina que las condiciones de la rutina profesional asociadas al estrés indicaban un problema de salud real. Cinco décadas después del descubrimiento, el Síndrome de Burnout se ha convertido en un problema oficialmente diagnosticable.
Desde el 1ro de enero del 2022 la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó el Síndrome de Burnout como una enfermedad ocupacional, como un estrés crónico que no fue administrado con éxito. La enfermedad aparece en la clasificación internacional de enfermedades al lado de las peores, como el disturbio provocado por el exceso de tiempo que uno pasa en las pantallas de juegos electrónicos o la resistencia antimicrobiana relacionada al uso indiscriminado de antibióticos.
Desde el punto de vista práctico, las empresas necesitan estar atentas pues de lo contario pueden ser responsables en caso de no contar con programas que ayuden a frenar la fatiga de las exigencias profesionales, en esta época de pandemia. La gran novedad, hay que decirlo, es el malestar que se ha convertido en un punto de atención en el trabajo, con implicaciones legales y laborales.
Un cambio fundamental
El Burnout siempre fue una metáfora disfrazada de diagnóstico, “to burn” en ingles significa quemar, por eso también el síndrome es conocido como desgaste profesional o del trabajador quemado, que hace referencia al estrés laboral cronificado.
Si el burnout es universal quizá no valga la pena clasificarlo, pero si es un problema reciente, si comenzó cuando fue bautizado por Freudenberger, se impone una pregunta: ¿cuál es la mecha de la pólvora que lo enciende? Un paseo estadístico ayudará encontrar la respuesta: Antes de que la covid-19 se convirtiera en la principal preocupación sanitaria, el tema ya exigía atención especial. Datos divulgados por la OMS en 2019, mostraban que 300 millones de personas sufrían de depresión y 260 millones de ansiedad. Juntos, los dos disturbios, costaban un trillón de dólares al año en pérdidas de productividad. Medir su impacto es, sin embargo, una tarea complicada porque sus estudios son recientes.
Una encuesta realizada por el site norteamericano de empleos FlexJobs ayuda a tener una idea del tamaño del dilema: 75% de los entrevistados pasaron experiencias recientes de extenuación profesional en 2021. En ese contexto, la parte femenina de fuerza laboral es la más afectada. La pesquisa Woman in the Workplace 2021 realizada por la consultora McKinsey reveló que un 42% de las mujeres sufren síntomas del Burnout. Ya entre los hombres el promedio cae al 35%. Una muestra del Instituto Latinoamericano FSB realizado para medir el impacto en la región es semejante: 62% de las mujeres dijeron que su salud mental empeoró durante el aislamiento social. En los hombres un 43%.
Todavía existe demasiado preconcepto de hablar de salud mental sin caer en la armadilla de pensar que es mejor ocultar los síntomas y que mantenerse resiliente es una demostración de fuerza y compromiso con la compañía. La cultura organizacional de las empresas también refuerza esa postura. Es común ver funcionarios de todos los niveles jerárquicos soportando cargas horarias extremas y un conjunto de funciones para causar buena impresión.
Como cambiar ese escenario
La solución comienza con la capacitación de los liderazgos para entender el problema, identificar cuando el colaborador necesita ayuda y apuntar hacia el camino correcto. “Las empresas escapan con miedo de traer el tema a colación”, afirma Raquel Dilguerin, head de Salud Corporativa del Hospital Albert Einstein. “El asunto debe ser tratado basado en evidencias para que deje de ser un rumor de alcoba”. A partir de la experiencia del programa de salud mental implementado en la institución, el grupo de trabajo del Raquel creó un programa de trabajo aplicable en las empresas. El modelo contempla el diagnóstico de la compañía, cursos de formación, desarrollo de indicadores para entender el nivel de naturalidad de la discusión sobre el tema en el ambiente corporativo y la capacitación de profesionales de salud.
Lo fundamental, como contraparte, es crear una estrategia que instale la salud mental como pilar a largo plazo. No se trata de montar salas de descomprensión con pufes coloridos, ofrecer consolas de videogames, mesas de ping-pong o instalar máquinas especiales de comida. Ese tipo de beneficios son populares entre las empresas de Silicom Valley. No hace mal, evidentemente, y es loable que los ejecutivos piensen en el confort de sus equipos, pero está lejos de ser la solución.
Ciclos de aprendizaje
Desde la Revolución Industrial del siglo XVIII, en que se pasó a vivir más en las fábricas que en las casas, las empresas desarrollaron mecanismos para atender las necesidades de sus empleados; horarios de descanso, pasando por una mejor alimentación, hasta sesiones de gimnasia laboral, que al inició eran libertarias pero que con el tiempo se convirtieron en leyes en una buena cantidad de países. No siempre, sin embargo, las adaptaciones suceden con la velocidad necesaria. Invariablemente se necesita un empujón. La novedad presentada por la OMS a comienzos de año, al clasificar el Síndrome de Burnout como una enfermedad, tiene una enorme importancia.
Entretanto, no conviene transferir toda la culpa al ambiente corporativo. Reconocer los propios límites y saber cuándo parar, es decisivo.
El tamaño del problema
75% de los trabajadores han señalado que padecen al menos una experiencia de extenuación en el trabajo.
67% creen que la pandemia empeoró la situación, sea en el trabajo híbrido y en la relación home-office.
52% dicen sentirse exhaustos. Un crecimiento del 9% en relación a un periodo anterior a la Covid-19.
42% de las mujeres dicen convivir con el Síndrome de Burnout.
62% de mujeres en el mundo afirman aseguran que la Salud Mental empeoró en el periodo del aislamiento social, ante 43% de los varones.
40% presenta indicios de depresión combinados al exceso de actividades domésticas y profesionales.
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