Si una lesión cerebral te roba la conciencia, entonces estás en estado de coma: todos sabemos eso. Lo que no sabe todo el mundo es que existen estados similares al coma en los cuales las víctimas tienen los ojos abiertos, pero no muestran señal alguna de conciencia.
Ahora, una prueba con un episodio de la famosa serie televisiva del director británico Alfred Hitchcock promete proporcionar un camino para adentrarse en la tinieblas de estos estados poco comprendidos.
El estado vegetativo o “síndrome de vigilia sin respuesta”, es aquel en el cual el paciente puede parecer despierto, e incluso se duerme a veces, pero no muestra ninguna reacción hacia el mundo que le rodea.
De los pacientes que responden de forma inconsciente, por ejemplo reaccionando cuando alguien les llama por su nombre o siguiendo con la vista un objeto brillante, se dice que están en “estado mínimamente consciente”.
Ninguna de estas dos categorías de pacientes muestra signos de acciones deliberadas o reacciones hacia su entorno prolongadas en el tiempo.
Y hasta hace poco no existía la manera de que nadie pudiera distinguir su verdadero e interno nivel de conciencia.
Cómo saberlo
Lo que se teme es que, al igual que el “síndrome de enclaustramiento” que puede suceder tras un infarto, estos pacientes puedan estar conscientes pero sean incapaces de demostrarlo.
La posibilidad contraria es que estos pacientes tengan el mismo nivel de inconsciencia que una persona en estado de coma profundo, pero tengan conciencia periférica, en el que mantienen sus ojos abiertos y producen respuestas automáticas mínimas.
A lo largo de los últimos 10 años, las investigaciones del neurocientífico cognitivo Adrian Owen han transformado la forma en la que comprendemos estos misterios de la conciencia.
Hoy en día hay pruebas, obtenidas a través de escáneres cerebrales, de que algunos pacientes (alrededor de uno de cada cinco) en estos estados de “coma despierto” tienen percepción consciente.
Si se les pide que se imaginen jugando al tenis, se activan las áreas del cerebro que controlan de forma específica estos movimientos.
Por el contrario, si se les pide que visualicen el camino hacia su casa, las regiones cerebrales que gestionan la orientación se vuelven activas.
Utilizando estas señales, una pequeña minoría de pacientes han llegado incluso a comunicarse con el mundo exterior.
Gracias a los escáneres cerebrales, los expertos pudieron interpretar las respuestas a estas preguntas.
Las implicaciones éticas y prácticas de estos hallazgos son enormes, sobre todo para el tratamiento de los cientos de miles de personas en todo el mundo que se encuentran en estas condiciones hoy en día.
Pero el objeto de esta investigación es causa de acalorados debates.
Uno de los problemas es que la lectura de la mente se basa en respuestas neuronales a preguntas o comandos, y se necesitan controles cuidadosos para asegurar que los cerebros de estos pacientes no están simplemente respondiendo de forma automática, sin ningún tipo de participación consciente.
Una segunda cuestión, que no puede ser controlada, es que el método utilizado podría decirnos que estos pacientes son capaces de reaccionar, pero no nos dice mucho sobre la calidad de la experiencia consciente que están viviendo.
Es difícil diferenciar hasta qué punto están alertas, conscientes y concentrados.
El experimento con Hitchcock
En un estudio relativamente nuevo, una joven investigadora, Lorina Naci, tutelada por el neurocientífico británico Adrian Owen, utilizó el cine para mostrar qué tan compleja puede ser la percepción de un paciente “mínimamente consciente”.
La estrategia que utilizó incluía una edición de ocho minutos de “Bang! Estás Muerto”, un episodio de 1961 de la serie de televisión americana Alfred Hitchcock Presents.
En la película, un muchacho obsesionado con las pistolas de juguete iba de un lado a otro apuntando y disparando a la gente.
Sin saberlo, ni tampoco los adultos objeto de su ataque, ese día encontró una pistola real, con una bala en la recámara.
La película funciona por ese conocimiento oculto que nosotros, los espectadores, tenemos.
Conociendo la existencia de la bala, las travesuras mundanas del joven se convierten en un verdadero drama, ya que, sin saberlo, involucra a personas inocentes en una mortífera ruleta rusa.
Naci mostró la grabación a participantes sanos.
En un grupo separado, mostró una versión mezclada, que incluía algunos fragmentos de un segundo reordenados.
Esta versión “controlada” era importante porque contenía muchos elementos del original; los mismos patrones visuales, los mismos objetos, las mismas acciones.
Pero le faltaba la coherencia narrativa fundamental -la información sobre la bala- que generaba el suspenso.
Através de escáneres cerebrales y de la comparación de las dos versiones de la película, Naci y sus colegas podían demostrar que la versión de suspenso no editada activaba prácticamente cada parte de la corteza cerebral.
Todo, desde las áreas sensoriales primarias, hasta las áreas motoras y aquellas relacionadas con la memoria y la anticipación, estaban involucradas (tal y como se podría esperar de una película producida por uno de los grandes maestros del suspenso).
Los investigadores estaban particularmente interesados en una red de actividad que aumentó y disminuyó en sincronía con las áreas “administrativas” del cerebro -aquellas que se dedican a planificar, anticipar e integrar información de diferentes fuentes.
Esta red, según descubrieron, responde a los momentos de mayor suspenso en el film; los momentos en los cuales el chico está a punto de disparar, por ejemplo.
Estas eran las escenas que uno solo podría encontrar dramáticas si está siguiendo la trama.
Procesamiento complejo
Más adelante, los investigadores mostraron la película a dos pacientes en coma “despierto”.
En uno de ellos se activó la corteza auditiva, pero nada más de esta región sensorial primaria.
El cerebro estaba reaccionando a los sonidos, quizás automáticamente, pero no había evidencia de que hubiera un procesamiento más complejo.
Sin embargo, en el segundo paciente, hospitalizado en estado de coma durante 16 años, su respuesta cerebral era la misma que la de las personas sanas que habían visto la película.
Al igual que en estas personas, la actividad de su corteza cerebral se alzó y disminuyó según la acción de la película, indicando que había una conciencia interna lo suficientemente activa como para seguir la trama.
El asombroso resultado debería hacernos pensar cuidadosamente sobre cómo tratamos a este tipo de pacientes y marca un avance en el conjunto de técnicas que utilizamos para conectar con la vida interior de los pacientes inconscientes.
También muestra cómo la neurociencia cognitiva puede beneficiarse del uso de estímulos más complejos, como películas, en lugar de los clásicos y aburridos patrones visuales o las simples respuestas de pulsar botones que los científicos normalmente utilizan para explorar los misterios del cerebro.
Lo increíble de esta investigación es que, para probar la abundante conciencia de un paciente que parece no responder a los estímulos, es necesario utilizar estímulos complejos.
La película de Hitchcock es perfecta para ello por su capacidad para crear suspenso, según lo que creemos y esperamos, no solamente por lo que nos limitamos ver.