El 6G y el Internet de los Sentidos conviven con diseños e ideas obsoletas

Por Jorge Carrión | Infobae
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Mobile World Congress, Barcelona, internet, tecnología
Foto: REUTERS/Nacho Doce

La industria tecnológica propone avanzar a toda velocidad, aunque primero será necesario conectarla al progreso de las ideas, con el espíritu estético y filosófico de nuestro tiempo

Aceleración ha sido el concepto más repetido en los pabellones del Mobile World Congress, que ha tenido lugar esta semana en Barcelona, con la asistencia de casi 90.000 personas. Tanto las grandes compañías tecnológicas como los gobiernos o las pequeñas empresas repetían en sus eslóganes palabras del campo semántico de la velocidad. Hay consenso en que la digitalización del mundo necesita seguir apretando el acelerador.

Este mismo mes, un grupo de investigación chino ha logrado enviar un terabyte de información en un segundo, batiendo un récord que durará poco. Asia, Europa y América compiten para ser las primeras en pasar la siguiente pantalla del videojuego, es decir, al 6G, la sexta generación de conectividad móvil. Y para ello tienen que generar discursos persuasivos, buenas marcas.

Es la base de la fe colectiva que mueve al sector. La energía que impulsa el futuro. Lo que permite que el 6G sea cada vez más verosímil, aunque todavía no se haya implantado del todo el 5G y la única estructura de verdad global sea el 4G. Lo más probable es que el 6G llegue a finales de la década, pero en este MWC ya ha sido una moneda de uso corriente. Porque el lenguaje genera realidad si se acelera económica, social y tecnológicamente.

Henry Jenkins popularizó la idea de convergencia mediática a principios de este siglo. Los contenidos fluyen a través de múltiples canales, afirmó el teórico transmedia, con el objetivo de converger en la conciencia del espectador o lector o consumidor. La competencia es feroz. Lo mismo ocurre en un plano simultáneo: el de la convergencia metafórica. Hay que imponer a cualquier precio ciertas marcas, ciertos memes: las palabras clave que deciden la potencia de una tendencia. Su porcentaje de éxito como posible realidad.

En el MWC de este año circulaban algunas de las metáforas más poderosas, además de 6G. Metaverso. Nube. Industria 4.0. La más poética de todas es el Internet de los Sentidos. Después de la conexión de todas las cosas, la red de redes aspira a conectarnos sensorialmente con las máquinas, con la inteligencia artificial y con otros humanos –a través de ellas—. En muchos stands se mostraban los dispositivos que permiten no sólo ver (con gafas cada vez menos aparatosas) y escuchar (incluso voces inmersivas, como las de Nokia), sino también sentir el tacto en las manos, las muñecas o el pecho (a través de chalecos).

Como dice Óscar Peña en Metaversos. La gran revolución inmersiva: entre las nuevas interfaces hombre-máquina se incluirán “sensores de medición corporal, implantes neuronales, dispositivos hápticos, ropa producida con nuevos materiales conductores”. En el congreso se podían ver, por ejemplo, muñequeras que utilizan la electromiografía para traducir a comandos señales eléctricas generadas por el cuerpo. Los usos van desde la cirujía hasta los videojuegos. O los besos.

Si ha sido la edición más teórica del MWC, como dicen los expertos, no me extraña que en la instalación inmersiva del espectacular pabellón de Ericsson se explicara el concepto de continuum ciberfísico. Cuanta más cantidad de datos puedan circular en menos tiempo, más armónica va a ser la convivencia e interacción entre cuerpos físicos y avatares virtuales. El tránsito constante entre entornos reales y simulados. En la misma mesa de una reunión o en la misma aula de una clase se confundirán los asistentes remotos y presenciales.

Para ello está siendo necesario el despliegue domótico, cuyo centro es el móvil o celular (mando a distancia, cúmulo de sensores, nodo de comunicaciones, centro de control del yo). Sonsoles Hernández Barbosa ha estudiado en su interesantísimo ensayo Vidas excitadas. Sensorialidad y capitalismo en la cultura moderna cómo en el siglo XIX el reloj de pared, los autómatas, las pianolas, los juguetes mecánicos o las cajas de música invadieron el hogar y nació la estimulación doméstica. En su versión 4.0, las tabletas, las cámaras y los proyectores, los sistemas de realidad virtual, los televisores gigantescos, las voces sintéticas o el sonido envolvente, en el conjunto de la casa inteligente y con un alto grado de personalización, monitorean y captan la atención de los sujetos hiperestimulados. Todos nosotros.

El objetivo último es, por supuesto, convertir internet en un multiverso que ocupe todas las capas y dimensiones de lo real, también la sensorial. Tanto a flor de piel como las que ahora son exclusivas de la medicina interna. A través de ropa, accesorios o cámaras que en principio sirven para interactuar se pueden almacenar datos sobre los sujetos y compradores que se resisten al teclado o a las cookies: pulsaciones, sudoración, dilatación de las pupilas, impulsos nerviosos.

El destino de los avatares es convertirse en gemelos digitales. Y el de internet, escanear no sólo la superficie del mundo, sino también sus interiores. Aunque la crisis psiquiátrica que vivimos después de la pandemia nos recuerde que la tecnología es incapaz de llegar a nuestros abismos.

En esa actualización de las exposiciones universales y los freak shows que son las ferias tecnológicas, los robots caninos y los coches autónomos acostumbran a acaparar la atención del público y los medios. Pero las ciudades inteligentes son una pequeña parte de un negocio que pasa sobre todo por los interiores, donde transcurre el 90% de nuestro tiempo y consumimos el 80% de los datos.

En el MWC experimentas el vértigo constante entre lo micro y lo macro, entre el usuario y los sistemas, las redes. El móvil se ha convertido en el hilo conductor que vincula los distintos espacios a través de la experiencia cotidiana. Las estancias del hogar, los medios de transporte, el lugar de trabajo, los exteriores. Tiene sentido, por eso, que el encuentro internacional se siga llamando Mobile. Pero los teléfonos inalámbricos brillan allí por su ausencia. Es sobre todo una exhibición de antenas, aparatos concretos, y nubes, logísticas complejas, abstractas.

Paseando por los pasillos entiendes el conflicto entre las operadoras de telecomunicaciones y Google, Meta, Netflix, Amazon o Microsoft, que ocupan la mitad del tráfico global de datos. Porque todas esas abstracciones son visibles en forma de objetos, personas, pabellones. En el mundo digital, en el universo virtual todo es analógico. Macroservidores, supercomputadoras, miles de satélites, 1.200.000 kilómetros de cables de fibra óptica. Seres humanos de carne y huesos.

No es la única paradoja que se hace evidente en el MWC. También queda claro que la tecnología más avanzada del mundo se comunica a través de un diseño obsoleto. Las webs y las apps son magníficas y muy contemporáneas, pero su descarga en el mundo físico se quedó varada en la época de la serie Halt and Catch Fire. A excepción de algunas instalaciones inmersivas, algunos pabellones punteros y algunas arquitecturas fugaces (como las de madera de Daniel Ibáñez y Vicente Guallart), casi todo remite al siglo XX en términos estéticos y conceptuales: el diseño de la publicación oficial diaria en papel y de la mayoría de los stands, los pins que te regalan, la abrumadora presencia masculina.

Las ferias y congresos tecnológicos son escaparates globales de las tendencias que están moldeando el mundo. En ellos no sólo se dan a conocer nuevos dispositivos e innovaciones de ingeniería, también se marcan agendas políticas y sociales. Por ello es necesario un giro cultural en la industria tecnológica. Un primer paso ha sido el espacio artístico y musical Beat Barcelona, que debería crecer. Aunque el 90% de los trabajadores del sector sean hombres, el MWC puede adoptar también una filosofía que impulse la visibilidad y la relevancia de las mujeres. Sólo han dado 13 de las 34 conferencias principales.

Se trataría de contagiar a la comunicación de las estructuras que nos conectan el espíritu estético y filosófico de nuestra época. Intentar que se aceleren en paralelo. Después del Internet de las Cosas avanzamos hacia el Internet de los Sentidos. Pero ninguna nueva red tiene realmente futuro sino acoge el progreso de las ideas. Y se refuerza con ellas.