La falta de rigor en Facebook y Twitter facilita la creación de cuentas falsas

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Cuando Hilary Mason, una científica de datos y empresaria, descubrió que rápidamente habían surgido decenas de cuentas automatizadas que se hacían pasar por ella en Twitter, se dispuso a detenerlas de inmediato.

Se quejó varias veces en Twitter, enviando copias de su licencia para conducir en repetidas ocasiones con el fin de demostrar su identidad. Acudió a amigos que trabajaban en la empresa. Sin embargo, días más tarde, muchas de las cuentas falsas seguían activas, a pesar de que se habían cerrado algunas que eran básicamente idénticas.

Millones de cuentas que se hacen pasar por gente real deambulan por las plataformas de redes sociales; promueven productos comerciales y celebridades, atacan a candidatos políticos y siembran discordia. Por ejemplo, divulgan imágenes falsas y desinformación sobre el tiroteo sucedido en la escuela de Parkland y, según una acusación que se presentó la semana pasada ante un gran jurado federal, fueron fundamentales para la estrategia rusa dedicada a favorecer a Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016. Además, los funcionarios de inteligencia creen que tendrán un papel importante en los planes de Rusia para manipular las próximas elecciones intermedias de Estados Unidos.

Sin embargo, una investigación que realizó The New York Times demostró que las empresas de redes sociales suelen ser incapaces de ejecutar enérgicamente sus propias políticas en contra de la suplantación, con lo cual posibilitan la divulgación de noticias falsas y de propaganda, y permiten que prospere un mercado negro de identidades sociales en sus plataformas.

Facebook y Twitter necesitan una prueba de identidad para cerrar la cuenta de un impostor, pero no piden nada para abrir una. A pesar de que las cuentas de redes sociales están evolucionando para convertirse en algo similar a pasaportes virtuales -para hacer compras, participar en actividades políticas e incluso para obtener acceso a servicios gubernamentales-, las empresas tecnológicas han ideado sus propias reglas y normas, con poca supervisión o regulación de Washington.

“De muchas maneras, estas empresas se han asignado la responsabilidad de comprobar tu identidad”, mencionó Jillian York, una directiva de Electronic Frontier Foundation, una organización que defiende la protección de la privacidad digital. “Pero la mayoría de los usuarios no tiene acceso a ninguno de estos procesos, no puede acceder a ningún tipo de servicio al cliente ni tampoco tiene los medios para apelar a esas decisiones”.

Algunas cuentas de impostores se activan para hacer parodias, pero millones de esas identidades falsas son controladas por empresas privadas que venden seguidores y otras formas de interacción en redes sociales a celebridades, atletas profesionales y escritores. Muchas otras se despliegan en campañas sistemáticas de guerra de información que manipulan los gobiernos.

La semana pasada, durante las audiencias en el congreso estadounidense, algunos legisladores cuestionaron si los emporios de las redes sociales estaban haciendo lo suficiente.

“Creo que las mismas empresas se tardaron en reconocer esta amenaza”, afirmó el senador demócrata por Virginia, Mark Warner. “Creo que todavía les falta mucho por hacer”.

Los líderes de algunas empresas de redes sociales han mencionado que están haciendo un gran esfuerzo por combatir la suplantación de identidades. En una teleconferencia con inversionistas que se celebró este mes, Jack Dorsey, el director ejecutivo de Twitter, dijo que la empresa estaba expandiendo las iniciativas de “calidad de la información”, entre las que se encuentran mecanismos para mejorar el contenido creíble y auténtico en la plataforma.

En enero, el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, escribió en una publicación de esta red social que la empresa casi había duplicado la cantidad de trabajadores dedicados a revisar el contenido en busca de noticias falsas y abusos, incluida la suplantación de identidades.

Los términos de servicio de Facebook prohíben la suplantación y requieren que los dueños de las cuentas utilicen sus nombres reales. No obstante, Twitter permite las cuentas de parodia y los seudónimos, y solo prohíbe la suplantación cuando la cuenta retrata a otro usuario “de una manera engañosa o insidiosa”. La empresa no hace una revisión preventiva de las cuentas para encontrar suplantaciones.

Esa política puede dejar perplejos o encolerizar a los usuarios verdaderos. En diciembre, Firoozeh Dumas, una escritora iraní-estadounidense que vive en Alemania, reportó en Twitter en repetidas ocasiones al menos cuatro cuentas que habían suplantado la de ella. “Tienen mis fotos, escriben tuits con fragmentos de mis libros”, comentó Dumas. “Parece que uno de los suplantadores está vendiendo cosas”.

Sin embargo, cada vez que Dumas los denunciaba -y lo demuestran los correos electrónicos-, el equipo de soporte de Twitter le respondía que las cuentas no cumplían con su definición de suplantación abusiva.

En una investigación que The New York Times publicó el mes pasado, se encontró que muchas de las cuentas verdaderas se copian y se convierten en bots automatizados que venden empresas como Devumi, una firma que ahora tiene su sede en Colorado y que es investigada por los fiscales generales de Florida y Nueva York. (Por medio de un representante, Devumi negó haber vendido cuentas falsas).

Parece que Twitter está monitoreando la red de bots de Devumi. Desde que The New York Times publicó su investigación, decenas de los clientes más prominentes de Devumi -actores, estrellas de telerrealidad, escritores, ejecutivos de empresas y otras personas que buscan comprar seguidores y retuits- han perdido más de tres millones de seguidores. Se han restringido o suspendido cerca de 55.000 cuentas falsas que vendió Devumi.

Twitter se ha rehusado a aclarar si los bots de Devumi violan su política de suplantación de identidad o cuántos de sus empleados se dedican a erradicar este problema. No obstante, las cuentas de impostores se encuentran con relativa facilidad en Twitter.

The New York Times identificó cientos más por medio de la función automatizada de Twitter “A quién seguir”: cuando un usuario ve una cuenta de impostor famosa, es habitual que la red social le recomiende a otras cuentas de impostores que la sigan.

Tanto Facebook como Twitter dependen en parte de sus usuarios para reportar impostores y abusos. Sin embargo, las decisiones de las empresas para regular podrían parecer arbitrarias. En enero, Antonia Caliboso, una trabajadora social que radica en Seattle, descubrió una cuenta impostora en Facebook que tenía su nombre, información biográfica y una foto: toda la información se obtuvo de un boletín informativo sobre una beca que había ganado.

Durante semanas, Caliboso y decenas de sus amigos reportaron la cuenta falsa a Facebook. No obstante, los representantes de Facebook le dijeron en repetidas ocasiones que la cuenta no violaba las políticas de suplantación de la empresa, mencionó Caliboso. Con el tiempo, la mujer borró su cuenta real para protegerse.

“No puedo arriesgarme a que un cliente o un empleado -pasado, presente o futuro- pueda encontrar ese perfil”, explicó.

Sin embargo, según un correo electrónico que Caliboso recibió el 10 de febrero, Facebook finalmente cerró la cuenta porque iba en contra de su “norma comunitaria sobre identidad y privacidad”.