Sam Bankman-Fried, un estudiante brillante

Por El País
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Sam Bankman

Nació en 1992 en el campus de la Universidad de Stanford, donde ejercían sus padres. Hábil para las matemáticas desde adolescente. La pasó mal en el instituto y luego ingresó en el MIT, donde encajó en el grupo donde había más partidas de videojuegos que borracheras. Conoció a Wang, experto en criptomonedas. Hizo prácticas en la firma de inversión Jane Street Capital y se incorporó a ella tras licenciarse. Allí conoció a Caroline Ellison.

Sam comenzó a mostrar interés en el altruismo y sostenía que en lugar de trabajar para un centro de ayuda a los demás era más efectivo hacerse rico y donar su fortuna. Al cabo de tres años, dejó Jane Capital y montó con Wang, experto en tecnología que por entonces había empezado a trabajar en Google, su propia firma de inversión especializada en criptomonedas, Alameda Research, domiciliada en Delaware, pero con sede en Berkeley (California).

La idea era sencilla y salió bien: se trataba de hacer arbitraje, aprovechar las diferencias de precios entre mercados. El bitcoin cotizaba mucho más alto en Corea del Sur y en Japón que en Estados Unidos. Si era capaz de vencer las trabas regulatorias y los problemas de liquidez de un mercado poco desarrollado como el de los criptoactivos, podía comprar criptodivisas en Estados Unidos y venderlas en Asia hasta un 30% más caras. Dinero fácil.

Alameda tuvo éxito. El siguiente paso parecía natural: ser él mismo el que crease una plataforma de negociación de criptodivisas para facilitar un mercado líquido y relativamente organizado que facilitase a grandes y pequeños inversores el acceso a las criptomonedas. Dio el paso en 2019. Fundó el mercado en Hong Kong, que tenía una regulación más favorable. Era en realidad una buena idea, el mercado funcionaba razonablemente bien, estaba bien diseñado y fue un éxito comercial, aunque ya presentaba deficiencias en sus sistemas de control de riesgos y en la operativa interna (se autorizaban los deembolsos con emoticonos en chats internos).

Sin embargo, desde el principio era un fraude, porque las garantías y condiciones que se imponían a todos los demás clientes, no se le exigían a Alameda, la firma del propio Bankman-Fried, algo que ocultó a inversores y depositantes. Además, los fondos de los clientes de FTX se desviaban a Alameda, que los tomaba con un préstamo, pero sin verdaderas garantías. Los fondos de FTX, dirigido por Bankman-Fried, y de Alameda, con Ellison al frente, se mezclaron.

Mientras el mercado fue viento en popa y Alameda seguía ganando con sus inversiones, Bankman-Fried pudo engañar a todo el mundo. Con la crisis de las criptomonedas emprendió una huida hacia delante hasta que se descubrió el pastel: había desviado 8.000 millones de los clientes a su propio fondo. El héroe de las criptomonedas era un villano, según los cargos presentados contra él. Si resulta condenado, le espera una larga temporada entre rejas.