La semana pasada en Kazán Rusia se reunieron los BRICS+, una corte de países ampliados que pretenden disputar hegemonía al G8.
Sin duda, Putin aprovechó la cumbre para mostrar al mundo que no está tan aislado como los gobiernos occidentales quieren que esté. Fue una ocasión ideal para que él y otros líderes que promuevan una visión de un mundo que Estados Unidos no lidera. Argentina no asistió a la cumbre y Arabia Saudita tampoco.
Se puede adivinar por qué el reino saudí se muestra reticente a sumarse a los BRICS+. Todavía valora su alianza en materia de defensa y seguridad con Estados Unidos, y esos vínculos se fortalecerán aún más si alguna vez normaliza las relaciones con Israel. Más concretamente, no está claro qué pueden ganar los saudíes.
Sin duda, hay oportunidades para sacarse fotos. Los líderes del BRICS+ pueden estar al lado de Putin y denunciar la escasa representación de sus países en muchas de las grandes organizaciones de gobernanza global. Lo hacen todos los años y parece ser uno de los únicos logros reales que surgen de cada reunión.
Mientras tanto, los BRICS no han hecho nada para lograr un cambio significativo dentro de las instituciones internacionales. De hecho, han hecho exactamente lo contrario. Debido a la evolución de la geopolítica en torno a Ucrania y al ascenso de líderes más nacionalistas en Occidente y dentro de los BRICS, las instituciones internacionales se han vuelto aún menos efectivas.
El hecho es que los desafíos verdaderamente globales no pueden abordarse mediante agrupaciones estrechas como los BRICS (o el G7, para el caso), y esto seguirá siendo así sin importar cuántos miembros se añadan.
Además, no queda claro que los BRICS+ hayan compartido alguna vez un propósito más allá del simbolismo. Hay muchas áreas en las que podrían emprender acciones colectivas para beneficiar a sus miembros y al resto del mundo. Entre ellas, se incluye la promoción de un comercio más libre entre ellos (y otros) y la asunción de compromisos más firmes para combatir el cambio climático. Es cierto que el lanzamiento del Nuevo Banco de Desarrollo –que originalmente se llamó Banco BRICS– fue un avance positivo, pero la institución nunca ha tenido un mandato claro, vinculado a objetivos compartidos.
La cumbre de 2024 seguramente incluirá muchas declaraciones elevadas sobre la creación de una alternativa para desafiar el sistema monetario global basado en el dólar estadounidense. Pero hasta que los miembros clave –en particular China– no se tomen en serio la apertura de sus propias cuentas de capital y mercados financieros, eso no va a suceder.
De la misma manera, hasta que los dos miembros más importantes, China y la India, puedan acordar cooperar en iniciativas conjuntas, los BRICS+ prácticamente no tendrán posibilidades de cumplir sus ambiciones. Tal como están las cosas, estas dos grandes potencias siguen siendo rivales históricos y llevan años enzarzadas en escaramuzas militares a lo largo de la frontera del Himalaya.
Por todas estas razones, el BRICS+ no llegó a nada. Parece que la mezcolanza de nuevos miembros no fue seleccionada por razones estratégicas de largo plazo, sino porque se los puede convencer. Egipto, Etiopía e Irán pueden estar entre las 12 mayores economías emergentes en términos de población, pero no son las más dinámicas; de igual modo, los Emiratos Árabes Unidos son mucho más ricos que los demás, pero son un país muy pequeño. ¿Dónde están México, Indonesia y las otras economías asiáticas interesantes de las 12 principales?
La respuesta poco importa. Incluso si se sumaran (junto con Bangladesh, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Turquía, Corea del Sur y Vietnam), el resultado sería poco más que cumbres más grandes. El G20 seguiría siendo el vehículo más apropiado y eficaz para el multilateralismo.