Glenn Greenwald. Abogado, periodista (fundador de The Intercept Brasil) & escritor

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Foto: Revista dat0s 229

Rua Marrecas 48. Allí en pleno centro de Rio de Janeiro funciona -en apariencia- la redacción de The Intercept Brasil, agencia de noticias digital fundada por el periodista estadounidense Glenn Greenwald, premio Pulitzer en 2014. Se supone que también en esa dirección funciona un equipo especializado en periodismo de investigación digital que pide contribuciones a sus lectores para evitar cerrar sus actividades que no aparecen en la agenda vehiculada por la media tradicional. Estuvimos en Marrecas 48, al lado en el número alfabético 48A funciona una agencia de las oficinas de Correios Brasileiros decorados con letras verdes y fondo amarillo o viceversa.

Una recepcionista nos atiende algo confundida y asustada en un predio desdibujado por la pintura gastada y desprolija de sus paredes. No parece que sea aquí donde funcione una de las agencias de noticias digitales más bien robustas en el orden financiero. El fundador de la agencia recibió el financiamiento millonario de uno de los excéntricos de Silicom Valley comprometidos con la libertad de expresión. La idea original era atender Brasil y ganar corresponsales en otros países de Latinoamérica. Con la libertad de expresión echada a menos la idea facilitaba esa tarea, o sea robustecerla; como los peces que mueren en el Océano por la contaminación ambiental, la libertad de expresión ha sufrido embates que están tratando de disminuir su círculo de influencia. Glenn Greenwald estaba buscando sumar fuerzas para evitar su extinción.

Sospecho que Glenn tiene los mismos temores de siempre. A partir de 2013 comenzó a filtrar datos confidenciales de la Agencia de Seguridad de los Estados Unidos (NSA por sus siglas en inglés), la más poderosa oficina de inteligencia incluso por encima de la CIA y de la propia FBI en varios diarios de Europa y EEUU. Amigo de Edward Snowden, informático norteamericano que en 2013 decidió revelar las confidencialidades de los poderosos ordenadores ubicados en los pisos de una oficina que funciona como Dell que en realidad es un complejo de la NSA. Allí, según Snowden, se almacenan y registran los datos de todos los habitantes del planeta que por uno u otro motivo están conectados en la red digital, es decir internet, o sea la mayoría de los ciudadanos del planeta tierra.

Las oficinas donde aparentemente funciona la agencia de noticias de Greenwald en el centro de Rio de Janeiro, como muchos de sus alrededores, no parece haber sido sujeto a mantenimientos regulares. Subiendo las gradas de acceso, la mulata de bajo porte que nos recibe no quiere mucha charla con nosotros. Desconfiada ejerce celosamente su puesto. Cuando preguntamos en qué piso funciona The Intercept Brasil, se niega rotundamente a proporcionar información sobre sus copropietarios. Esa actitud, claro, no tiene precio. Quizá en dat0s nos podíamos haber ahorrado algunos malos momentos en nuestro historial periodístico si el portero de nuestras oficinas no se hubiera dejado convencer tan fácilmente de revelar el secreto, a por nosotros. Pero esa es otra historia de la persecución que ejerce el poder cuando se investiga. Estoy molesto con la portera del edificio Marrecas 48, pero en el fondo doy gracias a Dios por ella.

Con Glenn Greenwald quería hablar de varios temas del periodismo de investigación digital que lo ha sumido en una corta lista de indeseados por el Gobierno de Jair Bolsonaro. Él vive con su cónyuge el brasileño David Miranda, que a la vez es diputado federal por el PSOL, rodeado de guardaespaldas y conviviendo con una persecución declarada por el Gobierno brasileño. A fines del año pasado The Intercept Brasil provocó una fuerte polémica y desprestigio de la imagen del intocable exjuez federal Sergio Moro que llevó adelante el caso Lava Jato y que hoy ocupa lugar en el gabinete de Bolsonaro, en el Ministerio de Justicia, tras publicar una serie de reportajes basados en diálogos filtrados a los periodistas por hackers. El material analizado que fue publicado por varios medios brasileños, demostró que Moro ejercía presión a los operadores en la justicia desequilibrando decisiones de acuerdo a sus propios intereses.

Hasta que el pasado 21 de enero el Ministerio Público denunció al periodista por la filtración en el caso Lava Jato. Con base en una interpretación forzada de las conversaciones entre Greenwald y los hackers, uno de los jueces del STF intentó sustentar que el periodista fue cómplice acusándolo del delito por la conformación de pandillas (hackers). Pero la denuncia cobró un alto grado de indignación por el hecho de que ni siquiera se investigaron esas conversaciones. En la consulta sobre los hackers la Policía Federal concluyó que el norteamericano no cometió ningún crimen. La verdad, de acuerdo a la versión de la revista Veja, es que Greenwald cumplió su trabajo periodístico, es decir recibió el material y lo publicó después de chequear su veracidad en varias fuentes.

Se trata de un nuevo caso en el que el Gobierno de Bolsonaro sobrepasa los límites buscando acallar a la prensa en la idea que refuerza el temor a investigaciones que apunten al poder político. Pasa en Brasil y en muchos países de la región; una afrenta a toda la sociedad que depende de un periodismo libre para tener acceso a verdades que incomodan a los poderosos.

 

 

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