China y Bolsonaro convierten la carne en un producto casi de lujo en Brasil

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Foto: Cris Faga / Getty

La soltura con la que el brasileño Silvio de Oliveira, 48 años, habla sobre los cientos de millones de chinos que han prosperado en los últimos años y la epidemia de la peste porcina que ha obligado a sacrificar a un tercio de la cabaña en China sorprende: esto es el mercado municipal de São Paulo y él no es un analista de relaciones internacionales, sino el propietario de dos inmensos puestos -Buey feliz y Cerdo feliz- con más de 100 empleados y 30 años de experiencia en el sector. Asegura que nunca el precio de la carne había escalado tanto en tan poco tiempo (se entiende que desde la hiperinflación de la década de los ochenta). “En los últimos 40 días la carne ha subido un 30%”, desliza mientras sus empleados preparan el género. De repente, el ama de casa brasileña sufre las consecuencias de un cóctel que aúna los efectos de la globalización y la propia política interna.

Es uno de los asuntos más comentados en el último mes; ha saltado al debate político, los informativos y las sobremesas familiares. El alza ha sido especialmente notable en São Paulo, la ciudad más grande de Brasil y de América Latina, donde la carne bovina ha subido oficialmente un 11% solo en noviembre, explica André Braz, del Instituto de Economía de la Fundación Getulio Vargas, que advierte también de que “todavía existe espacio para nuevos aumentos”. Una súbita e inesperada amenaza a esa institución brasileña que es el churrasco dominical en familia. Aunque incluso aquí avanza el veganismo, Brasil es uno de los países que más carne consume (77 kilos por habitante y año) y el segundo mayor productor de carne de vacuno con más de 10 millones de toneladas en 2018, el 16% del total mundial.

El kilo de contrafilé, el corte más caro, está a 45 reales (9,6 euros), según detalla el carnicero Oliveira. El acusado incremento obedece a una conjunción de factores internos y externos que han formado una tormenta perfecta que golpea con fuerza el bolsillo del brasileño en vísperas de la Navidad, pero que tiene entusiasmados a los exportadores locales. Braz desentraña la madeja: “Tenemos, por un lado, un aumento de la demanda de carne bovina y porcina por las fiestas [de Navidad] y, por otro lado, una demanda muy grande de China por restricciones en otros mercados. Todo eso ha coincidido con que el real se ha devaluado un 16% en noviembre, haciendo las exportaciones más atractivas”. La demanda es tal que los productores cárnicos brasileños no pueden satisfacer simultáneamente el apetito carnívoro de sus compatriotas y de los chinos. Entre enero y octubre el gigante asiático importó 320.000 toneladas de carne bovina brasileña, lo que ha impulsado el aumento de las exportaciones en un 11% durante ese periodo.

Uruguay vivió una situación similar este agosto, cuando el fuerte aumento de las ventas de carne de res a China obligó a importar género de menos calidad de Brasil, Paraguay y Argentina.

Los chinos han echado mano de la chequera y han ofrecido sobreprecios a los ganadores brasileños para cubrir la mayor demanda causada por una feroz peste porcina que ha afectado a todas sus provincias y por los suministradores que han perdido por la guerra comercial emprendida por el presidente de EE UU, Donald Trump. Eso, del lado externo.

Los motivos del aumento de la demanda interna son otros. Los brasileños acaban de recibir el primer plazo de su paga de Navidad, lo que se suma a que el Gobierno de Jair Bolsonaro autorizó a los trabajadores a sacar a partir de septiembre hasta 500 reales (107 euros) del fondo de las empresas ahorran para ellos en un intento de revitalizar la economía. La medida está surtiendo el efecto esperado sobre el consumo: el PIB creció un 0,6%, lo que coloca en un 1% el crecimiento de enero a septiembre. Y, en un país eminentemente carnívoro, una parte de ese dinero va a parar a una cesta de la compra en la que la res ocupa un lugar especial.

Braz pronostica que, pasadas las fiestas, “la demanda se estabilizará”. El dueño de Buey feliz espera una evolución similar pero lo explica de otra manera: “Todavía se vende porque es final de año, aunque el consumo se ha frenado. Pero cuando lleguen enero y febrero, la situación va a ser mala”. Se entiende que para su clientela y, en consecuencia, para él.

Darinka Zepeda, de 46 años, está entre los damnificados. Cada día viene al mercado central de São Paulo a comprar 10 kilos de carne picada -los viernes son 20 kilos- para abastecer la hamburguesería que montó en 2017 con su marido. Hartos de tener jefes, querían hacer camino por su cuenta. “Compro una mezcla de angus, de muy buena calidad, que me hacen aquí. Al principio, el kilo estaba a 15,80 reales; luego subió a 17,80 y en las últimas tres semanas se ha puesto a 25,8″, explica.

La carne porcina y el pollo también son más caras ante el aumento de demanda de quienes no pueden permitirse la de bovino. Dice el carnicero Oliveira que el cerdo está un 40% más caro que el mes pasado, algo inédito. Asegura que no ha trasladado las subidas a sus clientes. “Si imputo eso a la calle, pierdo toda la clientela”, remacha el propietario de Buey feliz. Lo mismo argumenta Zepeda.

Ella es de las que confía en que el precio se reduzca. Pero, si eso no ocurre, la pareja ya tiene un plan B: “Si a principios de año no baja, vamos a comprar directamente al frigorífico, vamos a comprar una máquina y picarla nosotros mismo”, revela esta chilena a la que sus padres trajeron exiliada a Brasil tras el golpe de Augusto Pinochet. “Yo en Chile era muy pobre, no comía carne”, recuerda de su niñez.