Hay migrantes que llegan a su meta y otros que nunca lo consiguen. Pero algunos sufren un martirio especial, aún en estos días: son usados como “armas” en una crisis entre países.
El caso más reciente y notorio sobre esa práctica es, según algunos, lo que ocurrió en las últimas semanas en la frontera entre la Unión Europea y Bielorrusia, donde miles de migrantes quedaron varados.
Esas personas —en su mayoría procedentes de Medio Oriente, pero también de países más lejanos como Cuba— han padecido condiciones inhumanas en bosques cada vez más gélidos, y al menos 12 murieron intentando entrar a la UE.
Autoridades de Occidente creen que el gobierno bielorruso ha enviado los migrantes a la frontera en respuesta a sanciones internacionales que recibió por abusos a los derechos humanos.
“Condenamos con fuerza el uso por parte del régimen de (Alexander) Lukashenko de migrantes inocentes como arma política, como un esfuerzo de desestabilización”, dijo el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, el miércoles.
Lukashenko, quien en 2020 obtuvo una reelección denunciada como fraudulenta, rechazó esas acusaciones, pero le dijo a la BBC que es “muy posible” que los militares de su país hayan ayudado a los migrantes a cruzar la frontera con Polonia.
En todo caso, los expertos advierten que en la historia reciente hay varios antecedentes de utilización de migrantes para ejercer coerción por parte de gobiernos y otros actores, incluso en América Latina.
Desde 1951 hubo al menos 76 casos de este tipo, afirma Kelly Greenhill, una politóloga que una década atrás publicó su libro “Armas de migración masiva: Desplazamientos forzados, coerción y política exterior”.
“El fenómeno ha continuado, ciertamente”, le dice Greenhill, hoy profesora visitante de la Universidad SOAS de Londres, a BBC Mundo.
Y advierte que quienes recurren a estos métodos tan polémicos y poco convencionales parecen salirse con la suya la mayoría de las veces.
De Cuba a Bangladesh
El recuento de Greenhill se concentra en las últimas siete décadas, porque fue en 1951 cuando se codificaron reglas internacionales para proteger a quienes huyen de la violencia y la persecución.
Eso aumentó la consideración política de los migrantes y refugiados, pero también pudo volverlos un instrumento más tentador para algunos líderes.
Hay distintas formas de ver la relevancia histórica de los casos, explica la autora.
Uno puede ser el impacto geopolítico: hubo “episodios coercitivos” con migrantes o refugiados que contribuyeron al surgimiento de nuevos Estados, como Bangladesh en 1971 y Kosovo en 1999.
Pero agrega que también se puede medir la relevancia de los casos por su impacto en política doméstica, o por su vigencia político-cultural décadas después de ocurrir.
A su juicio, un ejemplo de esto es el éxodo del Mariel desde Cuba a EE.UU. en 1980.
Después de que más de 10.000 personas irrumpieran en la embajada de Perú en La Habana pidiendo asilo, el entonces presidente cubano, Fidel Castro, abrió repentinamente el puerto Mariel para que se fuera de la isla quien quisiera hacerlo.
El resultado fue un masivo éxodo a EE.UU. de 125.000 cubanos, entre ellos muchos presos por delitos comunes enviados deliberadamente en plena Guerra Fría.
La ola migratoria duró siete meses, tomó por sorpresa a Washington y dejó una huella indeleble, sobre todo en Miami.
Además tuvo un costo político para el entonces presidente de EE.UU., Jimmy Carter, quien ese año perdió la reelección, y para el entonces gobernador de Arkansas, Bill Clinton, quien también fue derrotado en las urnas tras albergar en su estado a muchos cubanos recién llegados.
Greenhill señala que en esos años otros países de la región, como Honduras y Haití, obtuvieron concesiones de EE.UU. a cambio de permitir refugiados en sus territorios o controlar su emigración respectivamente.
“Este tipo de coerción se ha utilizado en las Américas, y en todo el mundo, durante mucho, mucho tiempo”, explica la experta que también es profesora asociada en la Universidad de Tufts y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Y sostiene que, en los casos que ha podido constatar globalmente, quienes desafían a otros poniendo migrantes o refugiados de por medio parecen tener más éxitos que fracasos en reclamos que van desde ayuda financiera hasta acciones militares.
“Todavía parece ser que los demandantes tienden a obtener al menos algo de lo que buscaron en cerca del 75% de los casos y más o menos todo lo que buscaron en cerca del 57% de los casos identificados”, apunta.
“Abierta a los sobornos”
Otros expertos indican que este tipo de prácticas se remonta hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo con el uso que Hitler hizo de refugiados judíos.
En 1938, el régimen nazi acorraló a los judíos polacos en Alemania e intentó deportarlos a Polonia, cuyo gobierno se negó a aceptarlos, recuerda Tara Zahra, una profesora de historia en la Universidad de Chicago.
“Los refugiados, al igual que los que se encuentran hoy en Bielorrusia, quedaron atrapados en una ‘tierra de nadie’ entre los dos Estados”, le dice Zahra a BBC Mundo.
Y observa que “el uso de los inmigrantes como armas no es, por desgracia, algo nuevo”.
Pero sí ha variado mucho en los últimos tiempos la cantidad de migrantes internacionales: se triplicó en 50 años, hasta llegar a 281 millones en 2020 según cifras de las Naciones Unidas.
Esto hizo a algunos más sensibles al movimiento de migrantes, y a otros más propensos a sacar rédito del fenómeno.
Leo Lucassen, un experto en historia de la migración, cree que la UE se volvió especialmente vulnerable a exigencias de terceros, al haber acordado ayudar a países de Medio Oriente y África a manejar sus fronteras para evitar que migrantes lleguen a Europa.
“Al hacer eso, les das un arma. Turquía ya utilizó esa arma hasta cierto punto al amenazar con abrir sus fronteras en 2017 o 2018 y dejar pasar a sirios a Grecia si la UE no pagaba más”, dice Lucassen, director del Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam, a BBC Mundo.
Nada indica hasta ahora que con la reciente crisis Bielorrusia haya ganado el pulso a la UE, que el jueves impuso con EE.UU. y otros aliados nuevas sanciones a ese país.
Pero a juicio de Lucassen, líderes como el presidente turco Recep Tayyip Erdogan o el ruso Vladimir Putin podrían mirar ahora con atención lo que hizo Lukashenko en Bielorrusia.
“Está muy claro que para la UE esto crea de inmediato una situación de crisis, como ellos mismos la llaman. Y eso, por supuesto, la hace muy abierta a los sobornos y al chantaje”, concluye.