Olimpiadas: Xi Jinping está organizando los juegos con sus propias reglas

Por Steven Lee Myers, Keith Bradsher y Tariq Panja | The New York Times
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olimpiadas invierno China
Foto: Kevin Frayer/Getty Images

Hace siete años, cuando el Comité Olímpico Internacional se reunió para elegir al anfitrión de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, el líder de China, Xi Jinping, envió un breve mensaje en video que ayudó a inclinar la balanza en una votación reñida y controvertida.

China tenía poca experiencia con los deportes de invierno. En las lejanas colinas donde se realizarían los eventos al aire libre cae poca nieve. En ocasiones, la contaminación era tan densa que le decían “Aeropocalipsis”.

Xi se comprometió a resolver todo esto y arriesgó su prestigio personal en lo que parecía una apuesta audaz. “Cumpliremos todas las promesas que hicimos”, les dijo Xi a los delegados olímpicos en la reunión celebrada en la capital de Malasia, Kuala Lumpur.

Cuando solo quedan unos días para la celebración de los juegos, China ya cumplió. Ha superado los obstáculos que alguna vez hicieron que la postulación de Pekín pareciera una posibilidad remota y se enfrentó a otros nuevos, incluida una pandemia interminable y la creciente preocupación internacional por su comportamiento autoritario.

Al igual que en 2008, cuando Pekín fue sede de los Juegos Olímpicos de Verano, el evento se ha convertido en una vitrina para mostrar los logros del país. Solo que ahora es un país muy diferente.

China ya no necesita demostrar su posición en el escenario mundial; en cambio, quiere proclamar la visión arrolladora de una nación más próspera y más segura bajo el mando de Xi, el líder más poderoso del país desde Mao Zedong. Si el gobierno alguna vez intentó apaciguar a sus críticos para que los juegos fueran un éxito, hoy los desafía.

Pekín 2022 “no solo mejorará nuestra confianza al hacer realidad el gran rejuvenecimiento de la nación china”, dijo Xi, quien está preparado para adjudicarse un tercer mandato como líder. También “mostrará una buena imagen de nuestro país y demostrará el compromiso de nuestra nación al construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad”.

El gobierno de Xi ha desestimado las críticas de los activistas de derechos humanos y los líderes mundiales (entre ellos Joe Biden), diciendo que se trata del prejuicio de quienes quieren contener a China. Tácitamente, el gobierno les ha advertido a los patrocinadores, y a las televisoras que transmitirán los juegos, que no cedan a los llamados a protestas o boicots por la represión política del país en Hong Kong o por su campaña de represión en Sinkiang, la región al noroeste del país que es mayoritariamente musulmana.

China se impuso al Comité Olímpico Internacional (COI) en las negociaciones sobre los protocolos sanitarios para combatir la COVID-19 e implementó medidas de seguridad más estrictas que las aplicadas en Tokio el año pasado durante los Juegos Olímpicos de Verano. El gobierno chino ha insistido en mantener su estrategia de “cero covid”, desarrollada desde el primer confinamiento en Wuhan hace dos años, sin importar el costo para su economía y su población.

A diferencia de lo ocurrido en 2008, hoy muchas personas albergan la esperanza de que el privilegio de organizar el evento llegue a moderar las políticas autoritarias del país. En aquel momento, China buscaba cumplir con las condiciones del mundo. Ahora el mundo debe aceptar las condiciones de China.

“No necesitan que esto legitime su régimen”, dijo Xu Guoqi, historiador de la Universidad de Hong Kong y autor de Olympic Dreams: China and Sports, 1895-2008, un libro sobre los deportes en China. “Y no necesitan complacer al mundo entero para hacer del evento un gran éxito”.

El COI, como las empresas internacionales y países enteros, es tan dependiente de China y de su gran mercado que poco puede, o se atreve, a criticar el rumbo que Xi le impone al país.

Los críticos de China, los activistas por los derechos humanos y laborales y otros han acusado al comité de no presionar al mandatario para que cambie las políticas cada vez más autoritarias del país. Sin embargo, eso da por hecho que el comité puede ejercer alguna influencia.

Cuando el gobierno de Xi enfrentó el revuelo internacional luego de acallar una acusación de agresión sexual hecha por la tenista Peng Shuai, atleta olímpica en tres ocasiones, el COI no se pronunció. Más bien, ayudó a disipar las preocupaciones en torno a su paradero y seguridad.

La eficiencia tenaz, que muchos califican como despiadada, de China fue precisamente lo que atrajo a los delegados olímpicos después de los asombrosos costos de los Juegos de Invierno de 2014 en Sochi, Rusia, y el caos de los angustiosos preparativos para los Juegos de Verano de 2016 en Río de Janeiro.

Tal como lo prometió Xi, el aire tóxico que solía ahogar a Pekín ha dado paso a cielos azules. Con trenes de alta velocidad se ha reducido de cuatro horas a una el trayecto desde Pekín hasta los recintos más alejados.

En una zona donde la escasez de agua es perenne, China construyó una red de tuberías para alimentar un ejército de máquinas de fabricación de nieve con el fin de cubrir de blanco las cuestas áridas de la competencia. La semana pasada, los funcionarios incluso aseguraron que los Juegos en su totalidad serían “completamente neutrales en carbono”.

Christophe Dubi, director ejecutivo de los próximos Juegos Olímpicos, dijo en una entrevista que China demostró ser un colaborador dispuesto y capaz de hacer lo necesario para llevar a cabo el evento, al margen de los desafíos.

“Organizar los Juegos”, dijo Dubi, “fue fácil”.

El comité ha evitado las preguntas sobre derechos humanos y otras controversias que ensombrecen a los Juegos Olímpicos. Aunque los propios estatutos del comité exigen “mejorar la promoción y el respeto de los derechos humanos”, los funcionarios han dicho que no les corresponde juzgar el sistema político del país anfitrión.

En cambio, lo que más le importa al comité es celebrar los Juegos Olímpicos. Al elegir a Pekín, la institución se basó en una “elección segura”, dijo Thomas Bach, presidente del comité.

“Sabemos que China va a cumplir sus promesas”.

La propuesta de Pekín para convertirse en la primera ciudad en albergar unos Juegos Olímpicos de Verano e Invierno se afianzó cuando Lim Chee Wah, heredero de un constructor de casinos y campos de golf de Malasia, se mudó a una Pekín en auge en la década de 1990, y quiso un sitio para esquiar.

Lim condujo por sinuosas carreteras al noroeste de Pekín durante cinco horas hasta una región montañosa poblada por agricultores de repollo y papas. La única estación de esquí de la zona era un edificio de madera con un comedor, un puñado de habitaciones de hotel y una pequeña tienda de esquí.

“Salí y pregunté: ‘¿Dónde está el telesquí?’ y me dijeron: ‘¿Ves este camino que sube?’”, recordó en una entrevista. Un minibús Toyota Coaster transportaba a los esquiadores por la carretera hasta la cima de la pendiente.

Lim, que había aprendido a esquiar en la ciudad turística de Vail, Colorado, pronto llegó a un acuerdo con las autoridades locales para convertir un poco más de 9000 hectáreas de colinas, en su mayoría áridas, en la estación de esquí más grande de China.

En 2009, se reunió con Gerhard Heiberg, representante de Noruega en la junta ejecutiva del Comité Olímpico, que había supervisado la organización de los Juegos de Invierno de 1994 en Lillehammer. Juntos, comenzaron a imaginar cómo realizar los Juegos Olímpicos en las colinas cercanas a la Gran Muralla China.

China ya había intentado ser sede de unas Olimpiadas de Invierno al proponer hacer los Juegos de 2010 en Harbin, la capital de la provincia de Heilongjiang que solía ser un puesto fronterizo ruso. La ciudad ni siquiera llegó a la lista de finalistas en una competencia que al final ganó Vancouver, Columbia Británica en 2003. Las autoridades de Harbin prepararon otra postulación luego de los resultados embriagadores de Pekín 2008, pero descartaron la idea cuando pareció que volverían a fracasar.

Para ese entonces ya se había disipado el brillo de organizar los Juegos de Invierno. Vancouver sufrió por un clima demasiado cálido para la temporada. Sochi —que debía ser una despedida al régimen de Vladimir Putin en Rusia— costó la sorprendente cifra de 51.000 millones de dólares.

La creciente cautela de fungir como sede del evento cuatrienal le dio a China una ventaja inesperada. Pekín, —para nadie la capital de los deportes de invierno—, podría reutilizar las instalaciones de los Juegos de 2008, incluido el icónico estadio Nido de pájaro, para la ceremonia de inauguración. El Cubo de agua, donde se celebraron los eventos de natación y clavados hace 14 años, fue rebautizado como el Cubo de hielo.

El patinaje artístico y el patinaje de velocidad en pista corta (que le dio a China su única medalla de oro en los Juegos de Invierno de 2018), se llevarán a cabo en el Estadio cubierto de la capital, donde se desarrolló la “diplomacia del ping-pong” entre Estados Unidos y China en 1971 y el voleibol olímpico en 2008.

China prometió gastar solo 1500 millones de dólares en proyectos de capital en las sedes, y una cantidad igual en gastos operativos, una fracción del costo de los Juegos Olímpicos realizados en Sochi o en Pieonchang, Corea del Sur, que costaron casi 13.000 millones de dólares en 2018. “Cuando no tienes la presión del dinero como tenemos en otros contextos, realmente es distinto”, dijo Dubi, del comité olímpico.

Sin embargo, parecía poco probable que la oferta de China tuviera éxito, especialmente porque los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018 también se realizarían en Asia y los funcionarios esperaban que el próximo anfitrión fuera un país en Europa. Luego, las ciudades europeas se retiraron una a una, dejando a Pekín sola contra Almaty, la antigua capital de Kazajistán, que fue alguna vez una república de la Unión Soviética.

La cuenta final fue de 44-40 para Pekín, con una abstención. Los partidarios de Almaty quedaron furiosos por una falla en el sistema de votación electrónica que provocó un recuento manual para “proteger la integridad de la votación”. Que Kazajistán se haya hundido en la agitación política en vísperas de los juegos parece, en retrospectiva, una validación adicional de la decisión de elegir a Pekín.

“No creo que sea una exageración y no estoy siendo falso ni negativo hacia los chinos; quizás no habrían obtenido la victoria si algunas de esas ciudades europeas se hubieran quedado en la carrera”, dijo Terrence Burns, un consultor de mercadeo que trabajó en la candidatura de Almaty y para Pekín cuando China consiguió los Juegos Olímpicos de 2008. “¿Pero sabes qué? Aguantaron, y ya sabes, los ganadores encuentran la manera de ganar”.

Con la adjudicación asegurada, Xi decretó que China se convertiría en una tierra de fantasía invernal para los deportes, a pesar de que hay pocos esquiadores en el país. En una carta el comité olímpico prometió que los juegos “encenderían la pasión” de 300 millones de personas.

Ahora hay seis centros turísticos en las montañas cercanas a Chongli, la pequeña ciudad próxima a Zhangjiakou, uno de dos clústeres olímpicos creados en las montañas al norte de Pekín. Han despertado un incipiente interés en el esquí, con 2,8 millones de visitantes en el invierno de 2018 y 2019, según la agencia de noticias Xinhua, en comparación con los 480.000 de tres años atrás.

El resort de Lim fue elegido por los organizadores de las olimpiadas de China para llevar a cabo las competencias de snowboard y esquí acrobático. Cerca de ahí está la sede para el salto de esquí, un complejo construido a imagen de un cetro ceremonial popular en la dinastía Qing, que incluye un estadio de 6000 espectadores en el fondo y que se supone que al terminar las olimpiadas será para partidos de fútbol.

Las competencias que requieren pendientes más largas y empinadas —las carreras alpinas— se llevarán a cabo en otro clúster en las montañas cercanas a Yanqing, un distrito en las afueras del norte de la Pekín metropolitana. La creación de las siete pistas allí requirió una extensa voladura para cincelar pistas de esquí en los acantilados grises cercanos a la Gran Muralla.

En un momento en el que el cambio climático suscita preocupación ante la posibilidad de que muchas estaciones de esquí tal vez se han vuelto demasiado templadas para la nieve, las colinas del noroeste de Pekín no carecen de temperaturas invernales. De lo que carece la zona es de agua y, por lo tanto, de nieve.

Cuando Pekín se postuló, el comité de evaluación mencionó la preocupación de que las competencias se realizaran en un paisaje de cuestas áridas y marrones. “Podría no haber nieve fuera de la pista, en especial en Yanqing, lo que afectaría la percepción visual del escenario de nieve”, decía el informe del comité.

La solución de China fue construir tuberías y reservorios para abastecer a las máquinas que cubrirán de nieve las pistas. (El lema de Almaty era una sutil crítica a los planes de nieve artificial en Pekín: “Somos naturales”).

A finales del mes pasado, en la aldea de Chongli donde muchos atletas se hospedan, las máquinas zumbaban día y noche para generar cortinas de nieve no solo en las pistas sino también en los bosques y los campos cercanos, a fin de crear una pátina alpina, al menos para las cámaras de televisión.

También se han plantado decenas de miles de árboles, regados por un sistema complejo de irrigación. Muchos están dispuestos en filas largas y derechas que más que bosques naturales tienen la apariencia de granjas gigantescas de pinos de Navidad.

En los meses previos a los Juegos Olímpicos de 2008, Xi estuvo a cargo de los preparativos finales. Hacía poco que se había unido al máximo órgano político del país, el Comité Permanente del Politburó. La tarea fue una prueba de su potencial de liderazgo.

Xi tuvo un particular interés en los preparativos militares para los Juegos Olímpicos, incluida la instalación de 44 baterías antiaéreas alrededor de Pekín, aunque la probabilidad de un ataque aéreo en la ciudad parecía descabellada.

“Unas Olimpiadas seguras son el mayor símbolo de unos Juegos Olímpicos de Pekín exitosos, y son el símbolo más importante de la imagen internacional del país”, dijo en ese entonces.

Los preparativos para estos Juegos Olímpicos reflejan el estilo de gobierno de Xi, quien ha estado en el centro de cada decisión, desde el diseño de la Villa Olímpica en Chongli hasta las marcas de los esquís y los trajes deportivos. De acuerdo con las políticas cada vez más nacionalistas, expresó su preferencia por el equipamiento de esquí chino por encima de las importaciones.

Cuando Xi fue a inspeccionar por primera vez las instalaciones en el distrito Chongli en Zhangjiakou en enero de 2017, ordenó a las autoridades locales que se cercioraran de no construir demasiado, una tendencia frecuente entre los funcionarios en China que utilizan cualquier evento internacional como excusa para llevar a cabo proyectos extravagantes.

Xi ha visitado las sedes olímpicas cinco veces en total para verificar el progreso, la inspección más reciente ocurrió a principios de este mes, cuando dijo que administrar bien los Juegos Olímpicos era el “compromiso solemne de China con la comunidad internacional”.

La determinación política que atrajo a los funcionarios olímpicos también se ha convertido en un desafío. Los altos funcionarios, aliviados pero exhaustos tras los Juegos de Verano en Tokio, intentaron convencer a los organizadores de Pekín que adoptaran un manual similar respecto al coronavirus. La insistencia de China en proseguir con su “política cero covid” creó “mucha tensión natural”, dijo Dubi.

Al final, el comité olímpico se plegó a las demandas de China de un régimen de pruebas diarias mucho más invasivo, que requería que miles de personas dentro de una burbuja se sometieran a hisopados faríngeos diarios en una operación que, según Dubi, resultaría “masiva” y “compleja”.

Cuando las acusaciones de agresión sexual de Peng Shuai remecieron al mundo de los deportes el otoño pasado, el comité se vio envuelto en el escándalo.

El funcionario que acusó, Zhang Gaoli, supervisó las preparaciones de China para los Juegos de 2022 durante tres años hasta que se retiró en 2018. Las autoridades chinas eliminaron de internet sus acusaciones y buscaron desviar la atención del tema, solo para que las preocupaciones sobre su paradero avivaran los llamados a boicotear los Juegos o a sus auspiciadores.

Recluidos en sus oficinas en Lausana, Suiza, los funcionarios podían hacer poco más que emitir un comunicado insinuando que el proceder adecuado era la “diplomacia discreta”.

En privado, algunos comités olímpicos se pusieron furiosos. Sin la protección del comité internacional temían represalias en caso de pronunciarse individualmente.

Las Olimpiadas de 2008 también enfrentaron críticas duras. Una campaña liderada por la actriz Mia Farrow tildó al evento de “los juegos del genocidio” debido al apoyo de China a Sudán a pesar de su brutal represión en la región de Darfur. El tradicional relevo de la antorcha enfrentó protestas en ciudades de varios continentes, entre ellas París, Londres, San Francisco y Seúl.

Las acusaciones contra China, hoy se puede decir que son más serias. Estados Unidos y otros países han declarado que el trato del gobierno chino hacia los musulmanes uigures en Sinkiang equivale a genocidio. La mordaz frase de Farrow ha regresado en 2022 junto con una etiqueta en Twitter.

“La severa represión que China ha desplegado en Sinkiang, en Tibet, en Hong Kong se ha llevado a cabo desde 2015”, el año que los delegados olímpicos adjudicaron los Juegos a Pekín”, dijo Minky Worden, quien durante más de dos décadas ha monitoreado la participación de China en las Olimpiadas para Human Rights Watch.

“El COI estaría en su derecho de decir que estos temas deben atenderse”, dijo. “Y no .lo han hecho”.

Se han registrado algunas señales de recelo ante la selección de Pekín, — “Todos los temas políticos que lideran hoy en la agenda no estaban en el radar hace siete años”, dijo Michael Payne, un ex director de mercadeo olímpico— y sin embargo, los Juegos proceden.

Debido al coronavirus, los espectadores extranjeros e incluso los chinos no podrán asistir a los Juegos Olímpicos. En cambio, China permitirá solo espectadores autorizados de su propia elección. Será sobre todo una actuación para las audiencias televisivas chinas e internacionales, que ofrecerá una visión coreografiada del país, la que quiere el gobierno de Xi.

Si el coronavirus se puede mantener bajo control, Pekín podría realizar los Juegos Olímpicos con menos problemas de los que parecían probables cuando ganó el derecho a ser anfitrión hace siete años. El gobierno de Xi ya lo ha declarado como un éxito. Una docena de otras ciudades chinas ya se están preparando para los Juegos Olímpicos de Verano de 2036.

“El mundo espera con ansias a China”, dijo Xi en un discurso de Año Nuevo, “y China está lista”.

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Chris Buckley colaboró con este reportaje. Claire Fu, Liu Yi y Li You colaboraron con la investigación.

Steven Lee Myers es el jefe del buró de Pekín para The New York Times. Se unió al Times en 1989 y anteriormente trabajó como corresponsal en Moscú, Bagdad y Washington. Es autor de The New Tsar: The Rise and Reign of Vladimir Putin, publicado por Alfred A. Knopf en 2015. @stevenleemyersFacebook

Keith Bradsher es el jefe de la oficina de Shanghai. Antes fue el jefe del buró de Hong Kong, jefe de la oficina de Detroit, corresponsal en Washington que cubría el comercio internacional y luego la economía de EE. UU., reportero de telecomunicaciones en Nueva York y reportero de aerolíneas. @KeithBradsher

Tariq Panja cubre algunos de los rincones más sombríos de la industria del deporte mundial. También es coautor de Football’s Secret Trade, una exposición sobre la industria multimillonaria de comercio de jugadores de fútbol. @tariqpanja