De la desinformación a la superinformación

El País
0
1265
ucrania mapa interactivo, información
Foto: SOPA Images - LightRocket

“Creo que fuimos los primeros en ver la invasión. Y la vimos en una app de tráfico”. A las 3:15 del 24 de febrero, Jeffrey Lewis, un experto en inteligencia de fuentes abiertas, vio un atasco de tráfico en la frontera rusa con Ucrania, mirando en Google Maps, y lo tuiteó: “Alguien está en movimiento”. Eran los rusos.

Hablamos mucho de desinformación, pero lo asombroso en Ucrania es la superinformación: es ingente lo que sabemos sobre el conflicto, en abierto y en tiempo real.

Lo señaló muy pronto Daniel Johnson, periodista y exoficial de Infantería: “Han pasado 24 horas desde que Rusia invadió Ucrania, pero ya tenemos más información sobre lo que está pasando allí de la que tendríamos en una semana de la guerra en Irak”. En 14 días, por ejemplo, la página de Wikipedia sobre el conflicto tiene 26.000 palabras, lectura para dos horas.

Internet y la tecnología están disipando la niebla de la guerra, el término militar que se usa para describir su incertidumbre. Y eso importa por dos motivos: ha cambiado la inteligencia bélica y podría hacerle perder una batalla a Vladímir Putin.

Inteligencia para todos

Mucha información relevante en la guerra ya no la aportan espías ni satélites militares. Son recursos al alcance de cualquiera, como los mapas de tráfico de Google. Por eso se multiplican los expertos en inteligencia de fuentes abiertas (OSINT), dedicados a recolectar, analizar y tomar decisiones con estos datos.

Una mina de detalles son los cientos de vídeos que proliferan en redes sociales. Ya conté que en TikTok se vio cómo Rusia desplegaba tropas en la frontera antes de invadir Ucrania. Ahora tenemos imágenes de lo que ocurre en el país, cada día y en cada ciudad, como los dos tanques que fotografió un vecino de Brovari, desvelando la presencia rusa en la ciudad.

Alrededor de estas imágenes hay un esfuerzo colectivo. Vecinos que desmienten la ubicación de un ataque, personas que buscan las coordenadas exactas mirando en Street Maps, y grupos de verificación organizados, como Bellingcat o el Center for Information Resilience. Hay expertos que comparte información, analistas, periodistas y organismos como el Instituto de Estudios para la Guerra, que nos ayuda a mapear el avance ruso.

El analista Stijn Mitzer está documentando cada foto del equipo ruso destruido o capturado. A fecha de 8 de marzo, contaba 934 piezas de equipamiento, incluidos 148 tanques, con su modelo detallado: T-64BV, T-64AV, T-72B3, etc.

A esto hay que sumar tecnologías como las imágenes satelitales que llegan cada noche. Han servido para encontrar un convoy ruso camino de Kiev, señalar puentes destruidos o mostrar la llegada de nuevas tropas rusas a Bielorrusia. También se están usando herramientas imprevistas. Un ejemplo son los datos de tráfico de Google, ahora desactivados; otro, los satélites de la NASA que normalmente detectan fuegos forestales, pero que estos días nos sirven para ver lugares bajo el fuego de las bombas.

¿Una batalla que pierde Putin?

Muchos analistas creen que Vladímir Putin cometió errores de cálculo al planear la invasión. Uno de esos errores, a mi juicio, fue subestimar las consecuencias de un ataque que iba a ser emitido en directo, por gente corriente y celebridades. Gracias a la ubicuidad de las cámaras, a la capacidad de las redes para amplificar, y a ese escrutinio colectivo del que hablaba antes, para Putin ha sido imposible ocultar la realidad del campo de batalla.

Y eso habrá tenido consecuencias. Si el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, no hubiese inundado las redes con mensajes de resistencia, ¿hubiese cambiado eso la guerra? ¿Habrían sido tan rápidas y decisivas las sanciones occidentales sobre Rusia si los ciudadanos no hubiésemos visto a estudiantes ucranios que dejaban los apuntes para coger un fusil? Y los bombardeos rusos, ¿serían peores si Putin no supiese que una hora después del ataque las imágenes de la barbarie recorrerán el mundo?

En Ucrania hay también una guerra por la información, de propaganda, si queréis, que los ucranios van ganando. Así lo describía John Thornhill en Financial Times: “Ucrania ha movilizado a la sociedad civil y hay una colaboración entre su Estado y la gente. En cambio, el Estado ruso domina casi toda su comunicación. Es una competición entre una red horizontal y una estructura vertical, entre un coro y un megáfono”.

Los límites de la información

Por supuesto, ningún teléfono móvil disipará la niebla que envuelve a una señora en Kiev, que sale a buscar una farmacia expuesta a las bombas. Tampoco servirán las redes sociales para suplantar a un corresponsal de guerra, que está allí mirando con sus ojos, hablando con la gente y sintiendo su mismo miedo. El periodismo sobre el terreno es una heroicidad útil.

La guerra real es la que ellos ven. Hay algo impúdico en mirarla desde España, por ordenador, mientras localizas un edificio derruido y lo apuntas en Excel. Llevo haciendo eso 13 días. Mirando imágenes de caras borrosas; mirando la web de una guardería donde temo que haya pasado una desgracia; viendo las fotos de los niños en el patio, que siguen ahí colgadas. Disipar la niebla de la guerra no dignifica. Observarla desde lejos la teatraliza. Pero es difícil negar la utilidad de todo esto: las guerras también son una lucha de informaciones, y ahora mismo hay mucha información desperdigada en internet.