El reciente lanzamiento de prueba de un nuevo misil balístico intercontinental ha sido visto como una maniobra premeditada del presidente Vladimir Putin, quien lo presentó como una advertencia para quienes “quieren amenazar a nuestro país” desde Occidente. Además, ha exacerbado una preocupación creciente dentro del gobierno de Joe Biden donde muchos creen que Rusia está tan marginada del resto del mundo, que Putin no le ve muchas desventajas a las medidas desafiantes.
Incluso antes del lanzamiento del misil, las autoridades estadounidenses y los dirigentes extranjeros estaban sopesando si su decisión de marginar a Rusia de gran parte de la economía global, convirtiéndola en un Estado paria, podría aumentar todavía más el deseo de Putin de reafirmar el poderío de su país. El primer lanzamiento del misil Sarmat con capacidad nuclear fue solo el ejemplo más reciente de cómo ha intentado recordarle al mundo el potencial con el que cuenta —en el espacio, en el ciberespacio y en la costa europea— a pesar de los tropiezos iniciales ocurridos en la invasión a Ucrania.
“Ahora él está inmerso en su propia lógica de guerra”, señaló la semana pasada Karl Nehammer, el canciller de Austria, tras reunirse con Putin en Rusia. Nehammer describió al presidente ruso como alguien que está más decidido que nunca a combatir lo que considera una amenaza cada vez mayor por parte de Occidente y a recobrar la órbita de influencia de Rusia en Europa Oriental.
William Burns, el director de la CIA, señaló la semana pasada que “Putin demuestra todos los días que las potencias en declive pueden ser al menos tan perjudiciales como las que están en auge” y añadió que su “propensión a correr riesgos ha aumentado a medida que se ha fortalecido su dominio sobre Rusia”.
En privado, los funcionarios estadounidenses han sido más francos acerca de la posibilidad de que este dirigente ruso marginado embista de maneras más desestabilizadoras. “Hemos aislado tanto a Putin del sistema global, que ahora tiene más incentivos para perturbarlo, al margen de Ucrania”, nos comentó en una conversación reciente un alto funcionario que insistió en conservar su anonimato al hablar sobre los análisis de inteligencia. “Y si se pone cada vez más ansioso, podría tratar de hacer cosas que no parezcan sensatas”.
Según un alto funcionario de Estados Unidos que pidió conservar su anonimato al hablar sobre las conclusiones de inteligencia, los análisis entregados a la Casa Blanca han concluido que Putin cree que va ganando.
Y, sin duda, está actuando de ese modo.
No es sorprendente que Putin no haya dado marcha atrás frente a las sanciones económicas y las medidas para dejar a su país fuera de la tecnología necesaria para producir armas nuevas y, ahora, algunos bienes de consumo. A menudo les ha restado importancia a las sanciones de Occidente alegando que puede sortearlas con facilidad.
“Ahora podemos decir con certeza que la política contra Rusia ha fracasado”, señaló Putin el lunes. “La estrategia de la guerra relámpago económica ha fracasado”.
Elvira Nabiullina, la directora de su banco central, lo contradijo de inmediato. “Quizás por el momento no se sienta tanto este problema porque aún hay reservas en la economía”, señaló. “Pero estamos viendo que casi a diario se están endureciendo las sanciones”, explicó, y añadió que “el periodo durante el cual la economía puede vivir de sus reservas es limitado”.
Sin embargo, parece que no se ha comprendido esa realidad. Más bien, Putin se ha vuelto más beligerante y ha concentrado un nuevo ataque en Mariúpol, Ucrania, a medida que las fuerzas rusas buscan afianzar toda la región del Donbás en las próximas semanas. Putin les ha hecho hincapié a sus huéspedes, como Nehammer, que sigue decidido a lograr sus objetivos.
Aunque ha habido muchas bajas rusas y han disminuido las ambiciones de Putin en Ucrania, los análisis de la inteligencia estadounidense han concluido que el presidente ruso cree que las medidas de Occidente para sancionarlo y contener el poder de Rusia se fracturarán con el paso del tiempo. Parece creer que, gracias a la ayuda de China, India y otros países de Asia, podrá evitar una verdadera marginación, tal y como lo hizo tras la anexión de Crimea en 2014.
Ahora, las autoridades estadounidenses están preparándose para lo que se percibe cada vez más como una confrontación larga y agobiante y se han topado con varios recordatorios por parte de Putin de que el mundo se está metiendo con una potencia nuclear y de que deben actuar con cautela.
El miércoles, después de advertirle al Pentágono que probaría un misil —cosa que es un requisito del tratado New START, al cual aún le quedan cuatro años—, Putin declaró que el lanzamiento debe servir para “darles qué pensar a quienes, en medio de una desenfrenada retórica agresiva, quieren amenazar a nuestro país”.
De hecho, el misil, si se utiliza, solo se sumaría de manera marginal al poderío de Rusia. Pero el lanzamiento tenía más que ver con la oportunidad y el simbolismo: se produjo en el contexto de las recientes advertencias públicas, como las de Burns, de que existía una pequeña, pero creciente, posibilidad de que Putin recurriera a ataques con armas químicas o incluso a una detonación nuclear de muestra.
Siempre se ha creído que, si Putin enfoca su atención en Estados Unidos o en sus aliados, Rusia usará su arsenal cibernético para vengarse del efecto de las sanciones sobre su economía. Pero a ocho semanas del inicio del conflicto, no ha habido ataques cibernéticos importantes, además del ruido de fondo habitual de la actividad cibernética cotidiana que se desarrolla en las redes de Estados Unidos, como los ataques de programas maliciosos.
Las autoridades estadounidenses llevan seis meses advirtiendo a las empresas financieras, a las de servicios públicos y a otras para que se preparen, y cada vez hay más pruebas de que el comando cibernético de Estados Unidos y sus equivalentes en el Reino Unido y otros países han tomado modestas medidas preventivas contra las agencias de inteligencia rusas más activas en el ciberespacio.
“Si los rusos atacan a Occidente, a la OTAN o a Estados Unidos, es una decisión tensa que tendrá consecuencias nefastas para ambas partes”, dijo el miércoles Chris Inglis, el primer director nacional de cibernética de Estados Unidos, en un evento organizado por el Consejo de Relaciones Exteriores.
Inglis afirmó que las agencias gubernamentales y las empresas estadounidenses habían recibido una amplia “advertencia estratégica” y estaban en una posición mucho mejor para repeler o recuperarse de esos ataques que hace un año.
Pero, pese a todas esas amenazas, la postura de Estados Unidos ha sido aumentar la presión sobre Putin: desde las sanciones, hasta la marginación diplomática, pasando por el suministro de armas más poderosas para el ejército ucraniano. “Ucrania ya ganó la batalla por Kiev”, comentó un funcionario del gobierno, quien añadió que el gobierno “seguiría proporcionándole a Ucrania mucho armamento, capacitación y trabajo de inteligencia” para que “pueda seguir ganando”.
No está nada claro si los ucranianos van a seguir ganando ahora que la batalla se ha alejado de las calles urbanas de Kiev hacia un terreno más conocido y plano en la región del Donbás.
Tampoco es posible saber qué, exactamente, obligaría al gobierno a dar marcha atrás de las presiones cada vez más duras sobre Rusia.
La posición pública del gobierno es que ninguna de las sanciones es permanente y que fueron cuidadosamente elaboradas para que pudieran ser utilizadas en cualquier momento como fuente de influencia en una resolución diplomática de la guerra. Es de suponer que eso exigiría que Rusia retire todas sus fuerzas de Ucrania y cese las hostilidades en lo que el Secretario de Estado, Antony Blinken, define como una forma “irreversible”.
Ahora mismo, no hay ninguna perspectiva de que eso ocurra en el horizonte. Los atentados, según señaló recientemente un funcionario del gobierno, son más bárbaros que nunca y parecen estar a punto de intensificarse. Pero los efectos de las sanciones también parecen ser más duros.
En un discurso pronunciado la semana pasada en el Instituto de Tecnología de Georgia, Burns, antiguo embajador estadounidense en Moscú, dijo que Putin era “un apóstol de la venganza” que cree que Occidente “se aprovechó del momento de debilidad histórica de Rusia en la década de 1990”. Y añadió que el pequeño círculo de asesores de Putin dudaría en “cuestionar su juicio o su creencia obstinada, casi mística, de que su destino es restaurar la esfera de influencia de Rusia”.
Eso significa lograr que Occidente se aleje de las fronteras de Rusia. Y significa detener la expansión de la OTAN, que pronto podría extenderse a Finlandia y Suecia, donde un alto funcionario de defensa estadounidense estuvo de visita esta semana para discutir la posible adhesión a la alianza occidental.
Al inicio de la guerra de Ucrania, Putin les ordenó a sus fuerzas nucleares de manera pública que se pusieran en alerta máxima para mandar una señal del poderío de Rusia, aunque Burns ha dicho que no hay pruebas de que estas fuerzas hayan entrado en estado de alerta.
La prueba del miércoles del misil Sarmat, el cual estuvo en desarrollo durante muchos años, fue otra señal contradictoria. Aunque Putin lo describió como “capaz de vencer a todos los medios antimisiles de defensa modernos”, los expertos en armas afirman que esto es una exageración. Pero esta exageración encaja en un patrón.
Los historiadores de la Guerra Fría señalan que casi nada de esto es nuevo. George F. Kennan, el arquitecto de la “estrategia de contención” —un intento por restringir el poderío soviético— siempre advirtió que la contención tenía sus límites. Según Michael Beschloss, un historiador de los presidentes que ha escrito mucho sobre esa era, a Kennan “le preocupaba que, si Rusia se convierte en un Estado paria, no se tendrá mucha influencia sobre ese país”.
Eso también podría ser una preocupación para Biden en los próximos meses.
David E. Sanger es corresponsal de seguridad nacional y en la Casa Blanca. Durante su carrera de 38 años con el Times ha integrado tres equipos que ganaron Premios Pulitzer, el más reciente en 2017, por reportaje internacional. Su libro más reciente es The Perfect Weapon: War, Sabotage and Fear in the Cyber Age. @SangerNYT • Facebook