Aunque Ucrania reanudó las exportaciones de cereales, la crisis del hambre no cesa

Por Declan Walsh | The New York Times
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Crisis de alimentos, cereales, Guatemala
Foto: Josue Decavele/Reuters

La salida de un barco cargado de grano desde Odesa fue aclamada como una victoria contra el hambre en el mundo. Pero los expertos dicen que la crisis es tan grande que ningún avance puede revertirla.

En Afganistán, los niños hambrientos acuden a los hospitales. En el Cuerno de África, las personas caminan desde sus aldeas durante días por páramos cubiertos de polvo para escapar de la hambruna provocada por la sequía. En las ciudades, desde Siria hasta Centroamérica, las familias se acuestan sin haber comido.

El lunes, un barco cargado de grano que partió del puerto ucraniano de Odesa, el primero desde que Rusia invadió Ucrania en febrero, también llevaba consigo frágiles esperanzas de poder frenar una marea mundial de hambre. Los abultados almacenes ucranianos albergan 20 millones de toneladas de grano, trillones de calorías atrapadas, hasta que Turquía y la ONU alcanzaron un acuerdo diplomático el mes pasado. Se espera que otros 16 barcos de grano salgan en los próximos días, navegando por las aguas minadas del Mar Negro.

Pero los expertos dicen que lograr que las exportaciones de granos de Ucrania vuelvan a iniciarse no contribuirá mucho en la crisis alimentaria mundial que, según advirtió el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, podría durar años.

La escala de la crisis —generada por las guerras, la devastación económica de la pandemia de COVID-19 y el clima extremo que ha empeorado por el cambio climático— es tan inmensa que ningún avance lograría ser una panacea.

Se calcula que 50 millones de personas en 45 países están al borde de la hambruna, según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU. En los 20 países más afectados, es probable que esa situación empeore sustancialmente para fines del verano, dijo.

Ese sufrimiento es la manifestación extrema de la expansión del hambre. En todo el mundo, unos 828 millones de personas —una décima parte de la población mundial— estaban desnutridas el año pasado, la cifra más alta en décadas, según estimó recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

La guerra en Ucrania solo exacerbó el problema porque Rusia bloqueó los puertos de Ucrania en el Mar Negro. Ucrania era un importante exportador de trigo, cebada, maíz y aceite de girasol. Ucrania y Rusia suministraban más de una cuarta parte del trigo del mundo. Solo después de meses de negociaciones se llegó a un acuerdo para reanudar los envíos de alimentos que se hicieron urgentes, debido a los informes sobre el aumento de los precios de los alimentos y la propagación del hambre.

Los expertos en ayuda dicen que no está claro cuánto del grano ucraniano llegará a las personas hambrientas en lugares como el Cuerno de África, donde una sequía de cuatro años ha hecho que 18 millones de personas tengan que enfrentar condiciones de hambre severa, o Afganistán, donde más de la mitad de la población no come lo suficiente.

Saad Ahmed puede hablar de la situación en ese país.

Desde que los talibanes tomaron el poder en Afganistán hace un año, provocando un colapso económico, la vida se ha convertido en una dura batalla por la supervivencia, dijo Ahmed. No ha pagado el alquiler en cinco meses. Hace poco vendió una alfombra para poder comprarle comida a sus seis hijos.

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Y mientras hacía fila para recibir ayuda alimentaria junto con cientos de personas en un distrito que solía ser próspero en Kabul, la capital, Ahmed dijo que ni siquiera podía recurrir a sus familiares, la red de seguridad habitual entre los afganos.

“A ellos tampoco les queda nada”, dijo. “¿Cómo puedo pedirles ayuda?”.

La financiación de la ayuda de emergencia está muy rezagada. En Yemen, donde el 60 por ciento de la población depende de la ayuda alimentaria, los trabajadores humanitarios han reducido drásticamente las raciones para poder alimentar a más personas.

“Este es el único país en el que he trabajado donde agarras comida de las personas hambrientas para alimentar a las personas que están al borde de la hambruna”, dijo Richard Ragan, director del Programa Mundial de Alimentos en Yemen. “Tienes que tomar estas decisiones porque no tienes los recursos”.

Hasta hace poco, el mundo estaba encaminado a eliminar el hambre.

Entre 2005 y 2014, la cantidad de personas desnutridas, según las mediciones de la Organización para la Agricultura y la Alimentación, cayó casi un 30 por ciento pasando de 806 millones a 572. Parecía que el ambicioso objetivo de eliminar el hambre en el mundo para 2030, adoptado en una cumbre en 2015, estaba cerca.

Pero gran parte de ese progreso provino de China e India, donde los auges económicos sacaron a decenas de millones de personas de la pobreza. En África, donde el 20 por ciento de las personas se enfrentan al hambre, el progreso fue terriblemente lento. La cifra del hambre se estabilizó durante varios años, hasta que en 2019 se disparó.

Las guerras y los fenómenos meteorológicos extremos fueron los principales impulsores: una serie de conflictos en África y Medio Oriente, así como ciclones, sequías y otros desastres naturales que azotaron una serie de países vulnerables, en su mayoría los que estaban cerca del ecuador.

Luego, en 2020, llegó la pandemia de COVID-19 que afectó los medios de vida y provocó que los precios de los alimentos aumentaran. Para Blanca Lidia Garrido López, eso significó tener que reducir la dieta de su familia.

Garrido, quien es una madre soltera de seis hijos, vive en Guatemala, uno de los países más desiguales de América Latina, donde se gana la vida limpiando casas. En una entrevista telefónica dijo que, a medida que avanzaba la pandemia, sus ingresos colapsaron cuando sus clientes se enfermaban o cancelaban las citas.

Garrido dejó de alimentar a sus hijos de 3 a 18 años con carne o pollo. Incluso los huevos y los frijoles se convirtieron en lujos. “Vivo el día a día”, dijo.

Cuando la cifra de personas en condiciones de hambre, recopilada por la ONU, volvió a subir el año pasado ubicándose en más de 800 millones, algunos dijeron que se habían deshecho 15 años de progreso. (Sin embargo, debido al crecimiento de la población, la proporción de personas hambrientas en el mundo cayó del 12 al 10 por ciento).

Eso indica que el hambre crónica —la que rara vez aparece en los titulares pero afecta las vidas y, a veces, las acaba— se estaba extendiendo.

En la aldea de Afotsifaly, en el extremo sur de Madagascar, Jenny Andrianandrainy, de dos años, tiene dificultades para caminar y muestra signos de daño cognitivo debido a la desnutrición, según dicen los médicos. Forma parte de los 50 niños desnutridos de su distrito, muchos de ellos nacidos en el punto más álgido de la devastadora sequía en Madagascar entre 2018 y 2021, que acabó con las cosechas y dejó con hambre a medio millón de personas.

Cuando la madre de Jenny estaba embarazada vendía ramitas y buscaba hojas silvestres en un intento desesperado por alimentar a su familia. Cuando Jenny nació, pesaba apenas 2,2 kilos. Muchos de los niños en esas condiciones tienen una mayor probabilidad de morir antes de cumplir cinco años.

Alrededor de 13,5 millones de niños en el mundo están “gravemente afectados”, según Unicef, la agencia de la ONU para la infancia. El costo de salvar una sola vida es modesto: alrededor de 100 dólares para garantizar alimentos de alto valor nutritivo, dice Unicef.

El cambio climático causado por la quema de combustibles es otro factor importante. El mundo se está calentando, lo que hace que el agua se evapore más rápido de los campos. Cambiar los patrones de lluvia puede ocasionar demasiada lluvia en el momento equivocado o muy poca cuando los agricultores la necesitan.

Las potencias mundiales se culpan mutuamente por la crisis del hambre.

En vísperas de una visita a Kenia y Somalia el mes pasado, Samantha Power, directora de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, acusó al presidente ruso, Vladimir Putin, de “librar una guerra contra los pobres del mundo” a través de su campaña militar en Ucrania. También criticó a China por dar solo tres millones de dólares al Programa Mundial de Alimentos este año, mientras Estados Unidos ha otorgado 3900 millones de dólares.

El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, contratacó la semana pasada, recorriendo cuatro países africanos donde culpó a Occidente por el aumento de los precios de los alimentos. Recibió una cálida bienvenida en Uganda, un aliado de EE. UU., y en Etiopía, donde millones están amenazados de hambruna en la región norteña de Tigré.

Para otros, la crisis de Ucrania muestra que la comunidad mundial puede unirse para resolver emergencias humanitarias, pero solo cuando los países se ponen de acuerdo.

Hasta el lunes, un llamado de las Naciones Unidas para conseguir 2200 millones de dólares en ayuda humanitaria para Ucrania se había cubierto en un 93 por ciento, según el Sistema de Seguimiento Financiero de las Naciones Unidas. Pero convocatorias similares para países como Sudán, Afganistán y la República Democrática del Congo, solo recibieron entre el 21 y el 45 por ciento de los fondos solicitados.

En abril, el jefe de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo que la disparidad plantea dudas sobre si “el mundo realmente presta la misma atención a las vidas de las personas blancas y las negras”.

Los funcionarios ucranianos dicen que si sus barcos siguen viajando por el Mar Negro, una apuesta incierta debido a la volatilidad de la guerra, pueden enviar 20 millones de toneladas en los próximos cuatro meses. Pero eso también podría ser una mala noticia para las naciones vulnerables.

Los precios del trigo ya han caído a los niveles previos a la guerra, pero los precios de los fertilizantes siguen altos, dijo Máximo Torero, economista jefe de la Organización para la Alimentación y la Agricultura, en una entrevista.

Eso significa que un aumento de los cereales de Ucrania y Rusia en los mercados mundiales podría deprimir aún más los precios, lo que beneficiaría a los consumidores pero perjudicaría a los agricultores pobres que ya sembraron sus cultivos con fertilizantes caros, dijo Torero.

Además, no hay garantía de que el trigo ucraniano, que se vende en el mercado abierto, vaya a las naciones más necesitadas. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ha propuesto un nuevo mecanismo financiero para ayudar a 62 países pobres a acceder a ese grano, así como una reserva mundial de alimentos para grupos de ayuda como el Programa Mundial de Alimentos.

“No es que el trato sea malo”, dijo Torero. “Pero es solo una dimensión del problema”.

Las maquinaciones de los mercados globales de granos parecen distantes en el abarrotado pabellón infantil de Médicos Sin Fronteras en Herat, una ciudad localizada en el oeste de Afganistán cerca de la frontera con Irán.

En una mañana de marzo, los médicos se apiñaban alrededor de un niño desnutrido de un año, con el cuerpo atormentado por el sarampión, poco antes de morir. Horas más tarde, una niña de siete meses en una cama vecina murió por la misma combinación de enfermedades. Luego fue Hajera, de 11 meses, quien comenzó a respirar fuerte y con dificultad.

“Mi ángel”, susurraba su madre, Zeinab, mientras una enfermera le colocaba una máscara de oxígeno en la cara y cubría su pequeño cuerpo con una manta de hipotermia.

Hajera sobrevivió esa noche, y la siguiente también.

Pero al tercer día, ella también murió.

En este reportaje colaboró Lynsey Chutel desde Johannesburgo; Christina Goldbaum y Yakoob Akbary esde Kabul, Afganistán; Asmaa al-Omar desde Beirut, Líbano; Ruth Maclean desde Dakar, Senegal; Jody García desde Miami; Somini Sengupta desde Los Ángeles; Oscar Lopez desde Nueva York, y una persona que trabaja para The New York Times en Damasco, Siria.